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lunes, octubre 12, 2009

SUDÁFRICA, UN PARAÍSO PARA BLANCOS

Escarmentado por los anteriores sucesos, yo huía de la compañía de españoles en mis viajes largos. Una cosa era ir a la taberna de Secunda, a siete u ocho kilómetros, donde en caso de peligro uno podía tomar un taxi y regresar rápidamente al campamento, y otra, encontrarse a ciento cincuenta kilómetros en una ciudad de dos millones de habitantes, sin conocer el idioma ni a nadie. En cualquier momento un estúpido compatriota, el que menos te imaginabas, te podía meter en un problema y acabar en la cárcel. Fue lo que le sucedió a más de uno.

El primer viaje que realicé a la capital, ante la mirada curiosa de las bandas de avestruces que me saludaban lo largo del camino, me alojé en el Johannesburg Hotel, un edificio de ocho plantas, a 30 rands la noche, que disponía de dos discotecas, cafetería, restaurante y piscina. Pero en la cafetería me encontré con un grupo de soldadores ingleses del campamento, que habían venido en un autocar.

Los ingleses son
extremadamente educados y elegantes cuando están sobrios, pero a la cuarta cerveza, y las toman por docenas, no sé dónde meten tanto líquido, se vuelven locos y les da por romper jarrones, tirar de las alfombras cuando alguien sube por la escalera, meterle mano a las camareras del restaurante cuando pasan cargadas con sus bandejas, etc. No, no crean que solamente los hinchas del fútbol británicos son despreciables en su comportamiento; son casi todos todos los ingleses cuando beben más de la cuenta. Al igual que en las ciudades donde acuden para presenciar la Champion League, en Johannesburgo la policía debía echarlos de los hoteles, previo pago de elevadas sanciones. Los metían en el autocar y los enviaban de regreso a Sasol.
Esa noche la pasé en la discoteca, escuchando música y hablando con unas chicas portuguesas de
Mozambique hasta altas horas de la madrugada. Ellas me informaron de todas las atracciones que ofrecía la capital.

Delante del hotel había un tablero de ajedrez gigante, una plazoleta de unos 25 metros de lado, donde las fichas eran personas, que se instalaban ellas mismas en los grandes cuadros negros y blancos, y jugaban la partida. Unos eran reyes, otros reinas, otros las torres, los caballos, peones…, y cada cual se movía según lo requería el juego hasta finalizar la partida. Había multitud de personas presenciando la partida alrededor del tablero.

Fui al mercado indio, un edificio controlado por los hindúes, donde se podía encontrar de todo lo que se buscase, desde un vestido a un collar de diamantes, a un precio más económico que en las lujosas tiendas del centro




Aprovechando que hacía un tiempo muy soleado, fui al parque a tumbarme en la hierba antes de comer al medio día. Por la tarde iba a centros comerciales y a ver monumentos y plazas. Por la noche fui a la Casa de España, un local que me habían indicado las chicas portuguesas la noche antes en la discoteca.

Resultó que de España sólo tenía el nombre, dos
pósteres de la Feria de Sevilla y una botella de anís del Mono. Los dueños y empleados eran portugueses, la música de Amalia Rodríguez y casi todo lo que servían era portugués. Julio, un español, de El Ferrol, que trabajaba de ajustador en Sudáfrica desde hacía treinta años, estaba cenando solo en una mesa y el dueño me lo presentó. Me senté a su mesa y cenamos juntos; luego, en el transcurso de la noche, bien acompañados, dimos cuenta de la única botella española que tenían en el bar.

Julio me informó de que en el
Carton Hotel organizaban excursiones para sus clientes a una reserva no muy lejos de la capital. Anoté el nombre del hotel, era de lo mejor de la ciudad. Según dijo Julio, tenía más de 30 plantas, y costaba 60 rands noche. En sus salas de reuniones se reunían los empresarios, y la gente VIP de la ciudad acudía a cenar presenciando las actuaciones de los mejores artistas del momento. Contaba con 603 habitaciones.

En 1998, debido a los cambios que se precipitaron en el país y a las dificultades económicas que los acompañaron, cerró el hotel. Pero para eso aún faltaban muchos años. Aquel día decidí que en mi siguiente viaje me hospedaría en el Carton.




Estaba ubicado en la avenida más importante de la ciudad, junto al rascacielos más alto de África en el último siglo. El Carlton Center: una torre de 50 plantas y 223 metros de altura dedicada al ocio


Julio, envuelto en vapores de anís mezclado con vino de Oporto y Málaga Virgen, y con el orujo que reglamentariamente debe tomar un gallego antes de irse a dormir, me contó que se fue a Sudáfrica cuando nació su hija, y que no ahorraba lo suficiente como para poder venir a ver a su familia cada año. Hacía cinco que no venía a España. Cada mes enviaba una mensualidad a su familia, lo que le permitió pagar los estudios de medicina a su hija. Tenía alquilado un apartamento en Johanesburgo, adonde iba todos los fines de semana.

Me explicó que, al igual que todos los sudafricanos, los residentes extranjeros debían pagar el 50% de impuesto de sus salarios. No como nosotros, que veníamos contratados con cláusulas especiales. Nuestro salario era ingresado neto en nuestras cuentas.

Lo único que yo tenía eran los 20
rands diarios del plus de asistencia que me daban para mis gastos, y algunas horas extras, dinero que yo acumulaba, y cuando reunía lo suficiente para pasar un buen fin de semana, me escapaba del campamento.

Estaban prohibidas y
duramente castigadas las relaciones sexuales interraciales, pero Julio me demostró cómo los blancos se saltaban esa ley: las avenidas de la gran ciudad se llenaban de paseantes los fines de semana; el blanco paseaba entre la gente de color, y cuando una chica le interesaba, le hacía un guiño y ella lo seguía a quince o veinte metros de distancia. Cuando llegaban al edificio donde el blanco habitaba, en este caso Julio, él mostraba con los dedos el número de planta y se quedaba atento tras la puerta, presto a abrir enseguida para dejarla entrar. Eso explica que en un país controlado férreamente por el sistema nazi del Apartheid, y a pesar de que el sexo entre blancos y negros estaba penado con seis meses de cárcel, nacieran tantos millones de mestizos.

Cerca del Hotel
Carton hay una mina de oro, que aún funciona y recibe visitas de grupos organizados de turistas. En el hall del hotel se exponían joyas, esculturas, y pieles. Una alfombra con la cabeza de un león costaba 1200 rands, y los diminutos diamantes engarzados en anillos o pendientes, por el estilo.

La última vez que estuve en Johannesburgo, próximo ya mi regreso a España, compré media docena de relojes de los que estaban de moda por aquellos años: Citicen automáticos, sin pilas, ni cuerda: funcionaban con el pulso de la muñeca. Un par de brazaletes tallados de marfil, juego de pulsera, anillo y collar del mismo material y una joya para mi esposa.
Pero antes de que llegase ese día, realicé otras visitas.

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19 comentarios:

  1. Juan,
    muy bien! me gustó leerte y concocer un poco de tu vida en esa epoca. Conociste chicas portuguesas simpaticas me gusta. Sabes lo que no me gusta Anis el Mono, conosco muy bien las botellas jajajaja Ah y las avestruces, és un ave que no me gusta nada, enorme con unos ojos que te quieren comer.
    Hotel Carlton, que lujo!!
    Los Ingleses siguen iguales. Acá en Portugal cuando hay un partido de futbol, las cervezas desparecen de los stocks de las cervecerías. Bueno no todos los ingleses claro!!!!

    Sigue el cuento y sigo leyendote.

    Besitos
    Flor

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  2. Hola Juan, en estos tiempos ando corto de tiempo, pero voy leyendo a ratitos tus vivencias. ¡La verdad es que menudas experiencias viviste! Además me encantan las fotografías que nos vas mostrando.
    Muuy bueno eso de huir de los españoles por el peligro que suponían, je, je. Y la imagen del ajedrez parece sacada de una película, ¡la de veces que hemos visto escenas similares! No obstante verlo en la realidad debe ser muy original.
    aprovecho para comentar aquí entradas anteriores. Me ha hecho gracia el hecho de que te llamasen cobarde. En efecto saliste de la refriega, pero pienso que si fue tal como lo cuentas, tus compañeros lo merecían, por lo de los insultos. ¡Y que te quiten lo bailao, oye, que a pesar de no recordar mucho debiste pasarlo bien con la rubia, je, je!

    Un abrazo, señor.

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  3. Bueno, Juan, con tu permiso, yo voy siguiendo el viaje, pero si encuentro una morenita con ojos verdes o azules no me lo pienso, eh! ese exotismo es irresistible…
    Un abrazo y sigue con la historia que es muy interesante

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  4. Hola, Flor: si vieras los ojos que teníamos después de haber acabado la botella del Mono echarías a correr.
    La lengua se pegaba arriba y abajo y no nos entendían ni Dios.
    Las guapas portuguesas nos invitaban a bailar, pero solo nos sujetábamos sobre ellas.Me hablaban de Amalia Rodrigues y yo les pedía el número de telefono y que me acompañaran al hotel. Al final le di la mano a la chica y besé a Julio, ¿Podría ser?
    Y menos mal que allí no tenía coche pues conducían por la izquierda, y con los efectos del anís hubiera besado a más de uno.
    Como te beso a ti ahora agradeciéndote tus comentarios.

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  5. Pues te llevarías un gran desengaño, amigo Antonio: las negritas de Sudáfrica distan mucho de parecerse a las del caribe. Eran más bien feillas, las pobres, y se cubrían la cabeza con pañuelos porque carecían de cabello. Eso sí, las mulatas tenían cuerpos esculturales, con ojos color castaña.
    un abrazo, amigo.

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  6. Hola, Jesús, mi enhorabuena por el nuevo piso que estrenaste con tu novia en la cama inflable. Eso sí que es bonito y erótico.
    La rubia sí, le debo poco más que la vida, o al menos la integridad física. Creo que contribuí a mi modos a agradecérselo.(Pero no se lo digas a nadie, que luego se lo cuentan a mi esposa).
    Un abrazo.

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  7. Me he perdido un poco estos últimos días, pero vuelvo a reengancharme a tus aventuras africanas.
    saludos.

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  8. Juan, esto un poco novelado... sería un pelotazo.

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  9. Hola, Lola, será muy difícil reengancharte debiendo asistir a esos cursos tan interesantes que sigues en Barcelona.
    Pero la intención vale. Gracias.

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  10. Manuel, primero quiero acabar la otra,son muchos meses empleados en ella y no la voy a dejar perder. Luego seguiré tu consejo y el de Jose Antonio Illanes.
    Un abrazo.

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  11. El tiempo pasa pero siempre quedan los recuerdos.
    :-) Un saludo Juan.

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  12. Pues anda que no has roao tú ni ná, niño. En el fondo no es más que envidia que te tengo, ya sé que fue la necesidad de correr detrás del pan lo que te llevó tan lejos, pero yo, que no he pasado de Valencia, envidio a todos los viajeros.

    Besazos, Willie Fog :-)

    Ops, tienes un regalito en mi blog, pásate cuando quieras.

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  13. Sí, Darilea, ellos nos ayudan a vivir; quien no tiene recuerdos no ha vivido.
    Saludos.

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  14. Hola, Ana, pues aún me queda ir a Olvera,
    No soy difícil para las comidas y me bebo hasta el yodo del practicante. Me encantan los animales (soy uno de ellos)la pintura tuya y los poemas que ecribes.
    Así que tú dirás.
    Willie fox yo? ¡Ay como te coja!
    Un beso grande, guapa.

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  15. Juan, siempre tenés algo interesante que contar; me encantan tus historias.
    Deberías recopilarlas
    Un abrazo inmenso amigo!

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  16. Hola, Claudia, gracias por tus palabras. Algún día escribiré un libro sobre todo esto.Un beso.

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  17. Juan, pues ya me voy atrasando en los capítulos de tus memorias; luego voy a por el otro y me pongo al día. Me resultan muy interesantes. Había oído hablar de Sudáfrica en esa época, pero así de primera mano es mejor, porque desconocía algunas cosas, como que el gobierno se quedaba el 50% de lo trabajado, ahí es ná; eran todo menos tontos. Me hizo sonreír la anécdota de la casa de España, suele pasar, jeje, vaya tela, antes fuera de aquí éramos eso, un cartel de toros, unas sevillanas y una etiqueta de anís del mono, ya está la cosa apañá, jaja. Lo del tablero gigante me pareció muy curioso. El mercado indio debía ser estupendo, a mí que los mercaditos me encantan, me perdería horas mirando puestos, jeje. Las fotos me encantaron.

    Lo de los ingleses es tal cual lo cuentas, eso bien que lo he escuchado toda la vida. Mis padres eran emigrantes y estuvieron en Inglaterra varios años y lo contaban igual. Son muy educados, pero cuando beben cambian totalmente, se desmadran.

    Amigo, anoche escuché la entrevista que te hicieron en la radio, pero ya comentaré, porque supongo que subirás una entrada al blog.

    Besos,

    Margarita

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  18. Hola, Margarita: Espero que sí, que pueda poner en mi blog la entrevista. Anoche transmitieron la segunda parte.
    Sudáfrica eran cuatro millone de blancos contra cuarenta de negros y muchos países del entorno deseando destruirles. Por eso necesitaban armarse hasta los dientes y si querían tener los adelantos que disfrutaban los países modernos tenían que cobrar muchos impuestos. Además de los salarios, cualquier cosa que comprases tanía una elevada tasa añadida.El Indian Market era un enrme edificio antiguo lleno de tiendas. Es como si ahora entraras en El Corte Inglés.
    Me alegro de que te gusten los artículos. Un beso.

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  19. Juan:esta historia se torna un poco mas amable, claro no deja de ser divertida.
    un gusto leerte.

    un abrazo mario

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