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miércoles, julio 20, 2016

¿PREDICAR O DAR TRIGO?




Siempre me ha llamado la atención que cuanto más devotas
eran las personas, más insolidarias se mostraban;  cuanto más poder tiene la Religión en los países, más crueles y anticristianas son sus leyes. Tanto en EE.UU como en el Reino Unido se lee mucho la Biblia y se reúnen mucho en las iglesias. Sin embargo no dudan en bombardear ciudades, incluso en arrojar una bomba atómica sobre una urbe ni en esquilmar las riquezas de sus colonias.

En Sudáfrica, el turista que entraba en la habitación del hotel encontraba una Biblia en la mesita de noche, los domingos solían ir a la iglesia, y sin embargo los sudafricanos eran acérrimos defensores del Apartheid, sistema que trataba a los negros como esclavos en pleno siglo XX. 

Yo me llevaba de recuerdo las biblias que encontraba en mi habitación. Tengo una en inglés y  en afrikaans. Otra sudamericana. Aún otra con mis iniciales en castellano muy usada, pues me gusta leer de vez en cuando pasajes de ella, eso me relaja y me obliga a reflexionar. 
Me he dado cuenta de que una cosa es predicar y otra dar trigo.

Yo no soy católico, apostaté por escrito en el obispado de Jerez en 1970 para poder casarme por lo civil con los mismos derechos que los católicos, pero me gustan las enseñanzas y reflexiones que leo  en los evangelios. Y creo en una Fuerza creadora e inteligente llamada Dios.
En el colegio donde pasé mi infancia, las monjas rezaban continuamente desde que se levantaban. La misa, el Ángelus, la novena y el rosario... Y cuando tenían un rato libre, como el recreo de los niños, sacaban un misal o libro de oraciones y leían. Sin embargo fueron capaces de castigarme acarreando carbón para las calderas con una carretilla desde el amanecer hasta la hora de la cena y durante una semana. ¿Motivo? : Haber roto el cristal de una puerta jugando al fútbol. Yo era un niño, sólo tenía diez años de edad.
Y no dudaron en enviar a mi compañero Joaquín Cáceres Macías a un correccional porque le quitó de las manos el puntero conque le pegaba, enfurecida como una loca.

Actualmente conozco a algunas personas que predican el Amor entre los seres humanos  en las redes sociales y en sus blogs, y, sin embargo, odian y discriminan a quienes no les bailan la salsa como ellas quieren.

Otras conocen la situación precaria de algunas de sus vecinas o amistades y miran para otro lado, conformándose con decir: "Que tengas suerte", "Que encuentres trabajo pronto", "Que te vaya bien". Pero no hacen nada  para ayudarla. Es más, suele decirse cuando alguien lo está pasando mal "Él se lo ha buscado". 

Cuando en 1983 me echaron de una empresa auxiliar por reclamar una deuda de 340,000 pesetas de las de entonces, los trabajadores de Dragados en vez de apoyar mi reclamación porque era justa, decían a todo el que quisiera oírles: "Juan se lo ha merecido por ser sindicalista y causar problemas a la empresa". 

La mayoría de los españoles se confiesan católicos aunque no practicantes. Están influenciados por las cosas que les ha enseñado la vida, que los convierte en egoístas e interesados. No me refiero a éstos. Tampoco a los ateos, en quienes prevalece el materialismo y la ley de la supervivencia, según Darwin.
Me refiero a los que siguen fielmente una creencia cristiana, sea católica u otra, una Fe, una visión transcendental del objeto de  la vida y su fin. Esas personas deberían tener en mente las palabras que su Líder, su Cristo, dijo y que recogieron sus discípulos en la Biblia:


Si alguno dice: «Yo amo a Dios» y al mismo tiempo odia a su hermano al cual ve, tampoco puede amar a Dios, al cual no ve (1 Jn. 4, 20). Si alguno dice que está en la luz, pero odia a su hermano, todavía está en la oscuridad. El que odia a su hermano vive y anda en la oscuridad, y no sabe a dónde va, porque la oscuridad lo ha vuelto ciego (1 Jn. 2, 9-10).

Hay quienes piensan que solamente deben de amar a sus hermanos y amigos y se puede guardar rencor al enemigo.


Pero Jesús dice lo contrario: «Tengan amor para sus enemigos, bendigan a los que les maldicen, hagan bien a los que les odian, oren por los que les insultan y les maltratan... Pues si ustedes aman solamente a los que les aman a ustedes, ¿qué mérito tienen? Hasta los pecadores hacen eso. Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué mérito tienen?, pues hasta los que no conocen a Dios hacen eso» (Mt. 5, 44-47).


Lo que Jesús pide no es nada fácil. El verdadero discípulo de Cristo debe ver en cada hombre a su hermano: «Bendigan a los que les maltratan. Pidan para ellos bendiciones y no maldiciones» (Rom. 12, 14). «Cada vez que podamos, hagamos bien a todos» (Gal. 6, 10).

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