Ayer, estaba tomándome una cerveza con unos amigos sentado en un bar junto al castillo y, aprovechando un espacio libre en la agenda del rey, me acerqué a él y le dije:
— Majestad, ¿me concede una entrevista?
— Venga— respondió, cruzándose de brazos
— Dígame, : ¿Por qué le llaman El Sabio, si su reinado fue un fracaso? Vamos que no acertaba una, acariciaba un caballo y se rompía la pata...
— Ay, amigo, no me lo recuerdes... Yo no quería gobernar. Nada anhelaba tanto ni el canto de los pájaros, ni el amor, ni el poder de las armas..., como disponer de un buen galeón que me alejara de aquella campiña infectada de alacranes, cuyos aguijones llevo aún clavados en mi corazón. La historia me recuerda mis fracasos, pero era muy difícil ser emperador de Europa, unificar reinos de la Península, conquistar el norte de África y enseñar a convivir entre cristianos, árabes y judíos...
— Pues claro, rey: el que todo lo quiere abarcar, tortazos se puede llevar... Pero tranquilo, hombre, que también se le recuerda por haber escrito las mejores poesías de su tiempo, dictar las leyes más justas, y sus textos sobre Astronomía. Fichabas a los más inteligentes médicos, filósofos y matemáticos musulmanes ante el furor de los dominicos. A ti no te importaba las creencias que profesaran las personas sino el bien que podrían traer a tu reino.
— Mira.... ¿Cómo te llamas?
— Juan
— Mira, Juan, yo en eso soy igual que tu: desprecio a los lameculos, y esos cortesanos y frailes que guardaban silencio sabiendo que me equivocaba, eran para mí traidores. A pesar de eso, no hallarás antes del Renacimiento ninguna obra legislativa ni literarias más apreciada que la mía. ¡Ni yo esperaba que alcanzase tal prestigio! A pesar de ello la historia ha pasado de puntillas sobre mi reinado.
— ¡Venga, tío, ése ánimo! No sé por ahí fuera lo que dirán de ti, pero aquí te conocemos bien tanto tus virtudes como tus vicios, ¡ perdón tus defectos!
— Ahí me has dado bien, Juanillo, se te ha escapado la odiosa frase "vicio", y no es verdad: yo actuaba como rey: banquetes, y mujeres y todo placer que un rey se puede permitir, en compensación a jugarse la vida en el campo de batalla y ante cualquier traidor cortesano.
—¿Y tu parienta no decía nada?
— ¿Ésa? Era la hija del rey aragonés Jaime el Conquistador, y me conquistó a mí, con tanta gente que había soltera por allí. La mare que la parió, como decías vosotros ahora. ¡Si solo con mirarla se quedaba preñada! ¡Once hijos me dio! ¡Joer!, por muchas riquezas y reinos que tuviese, repartirlos entre tanto crea tensiones, odios y enfrentamientos. Y mi pobre hijo mayor, Fernando de la Cerda, que era mi ojito derecho, se me murió a sus veinte añitos... Nunca superé ese trance...
Eso de que el rey comience a hacer pucheritos me parte el corazón, yo no puedo soportarlo, prefiero dejar la entrevista y consolarle con un fuerte abrazo.
— Le acompaño en el sentimiento, majestad.
— ¡Ahora? ¡Pero si de eso hace ya 743 años!
— ¡Joer, Alfonso!, que yo me he enterado ahora por el Wikipedia
— Ah, bueno. Claro es que ahora vuestros reyes solo se preocupan de cazar y de fornicar, en vez de culturizar a sus súbditos. Por eso la gente de ahora desconoce cuales eran los reinos que hube de conquistar. Ni se han leído mis Cántigas ni ná de ná. ¿Quieres un consejo, Juanillo?
—Venga, mi rey, que en las próximas elecciones voy a pegar carteles con tu nombre, porque un rey culto y honesto que se preocupa por culturizar a su reino nunca viene mal en un país de ineptos. Además, más corruptos que son los que nos mandan no puedes ser tú.
— Oye, ¿tú también me vas a lamer el culo? ¡No me jodas que te corto la cabeza!
— ¿Yo...?, ¡pero si solo quería animarle un poco, majestad!
— Bueno Juan, te repito lo que dejé escrito, y que tú ignoras porque no has leído nada mío. Si quieres ser feliz, lee viejos libros, quema viejos leños, bebe viejos vinos y ten viejos amigos. Y ahora vete ya que te está quemando el sol y más negro que yo vas a terminar.
— Muchísimas gracias, Majestad. Ahora mismo tu historia va a estar en Internet para que todo el mundo mundial conozca tus problemas y quejas. ¡Cuídese!
—¿Cuidarme yo? La hostia, creo que estás como un cencerro. Anda ¡lárgate.!