viernes, noviembre 25, 2005

RELIGIÓN EN LA ESCUELA








Hace una semana, las calles de Madrid se vieron colapsadas por una masiva manifestación de personas que reclamaba libertad de enseñanza, y para decir NO a la reforma del Gobierno en materia de Educación. Los informativos de las televisiones privadas españolas, y las páginas de la prensa escrita publican notas a favor de la inclusión de la Religión al mismo nivel que las otras asignaturas en todos los centros docentes del territorio español. Apelan para ello al "derecho constitucional de los padres a proporcionarles a sus hijos una educación religiosa acorde con sus creencias y a elegir libremente el centro educativo" para recibir la enseñanza elegida. Por ello acusan al Gobierno de todos los españoles de actuar de forma anticonstitucional porque ha decidido que la educación religiosa es una cosa personal y no colectiva, y que por ello el que la quiera tener que se la pague de su bolsillo, además de declarar la asignatura como opcional y sin relevancia en cuanto a la nota final del curso escolar. Hoy, viernes 25 de noviembre, los representantes de la Iglesia, de los padres, y de los partidos políticos que convocaron la manifestación –una cita a la que acudieron cientos de miles de personas–, han roto las negociaciones.
Viendo el panorama, no dejo de preguntarme cómo puede haber tanta caradura y tanta desfachatez para exigirle esas cosas a este Gobierno. Intento comprender el por qué de las cosas que están sucediendo y llego a las siguientes conclusiones:

1º Hay que remontarse a los hechos ocurridos en España en la mitad del pasado siglo para entender mejor lo que está sucediendo en nuestros días en relación a este tema.
Hay que decir por qué la asignatura de Religión estaba evaluada anteriormente con la misma potencia, con las mismas consecuencias para el alumno, que las Matemáticas, la Física o cualquier otra asignatura.

2º Hay que decir también el porqué de que el Estado financie a los profesores de Religión, aunque éstos no tengan el título oficial universitario para poder impartir esas clases en los centros escolares (son sacerdotes o miembros de la Iglesia los que imparten la asignatura).

3º También hay que conocer lo que dicen las leyes y acuerdos salidos del Parlamento para saber si se están cumpliendo en relación con esta materia.

Retomando los puntos anteriores uno a uno, encuentro que:
1º En los años inmediatamente posteriores a la segunda Guerra Mundial, los países aliados vetaron la entrada de España en la ONU y la dejaron en estado de aislamiento cultural, político y comercial por haber ayudado y pactado con los representantes máximos del fascismo, Hitler y Mussolini, enviándo tropas para luchar junto a los alemanes contra todos los ejércitos aliados: La División Azul.
Anteriormente, en nuestra horrible Guerra Civil, la Iglesia se puso a lado del Dictador, que aprovechó esa ayuda para presentarse ante los españoles como el salvador del país en una Cruzada contra los infieles ateos y comunistas. En muchos centros escolares religiosos se colgaban cuadros en los que se ve a Franco vestido con el uniforme de los cruzados y con la espada, rodeado de símbolos celestiales y religiosos tales como el caballo del Apocalipsis, que el cielo le envía para acometer su lucha exterminadora.
En los colegios religiosos, al menos en el que yo estuve durante siete años, se hacían oraciones y peticiones a Dios a favor de “Nuestro glorioso Caudillo”.
No se aceptaba el culto de otras religiones. A los testigos de Jehová, principalmente, por su eficaz labor de proselitismo, se les metía en la cárcel y se arengaba desde los púlpitos a los creyentes para que los expulsaran de sus casa y los denunciasen a la policía cuando les viesen llegar. Incluso los tildaban de traidores, porque estaban en contra de las guerras y se negaban a hacer el servicio militar. Fueron los primeros objetores de conciencia que fueron a la cárcel por ese motivo. Luego la objeción se extendió a otras organizaciones.
No se aceptaba la celebración de bodas de otras confesiones religiosas hasta la llegada de la Ley de Libertad Religiosa, en octubre de 1967. Hasta esa fecha, a esos contrayentes no se les consideraba casados legalmente, sino "arrejuntados". No se reconocían tampoco ni los derechos ni la validez de los matrimonios que no fuesen celebrados por la Iglesia Católica. Un matrimonio civil no tenía derecho a cobrar los puntos por matrimonio ni por los hijos nacidos en ese matrimonio (Como si el dinero de esas ayudas sociales fuese de la Iglesia en lugar de las cotizaciones de los trabajadores a las arcas del Estado). No tenían derecho a solicitar viviendas protegidas, ni a ser enterrados en el cementerio común (Como si el campo santo le perteneciera a la Iglesia en lugar de al Ayuntamiento), y eran enterrados en un lugar aparte, junto a los ajusticiados, suicidas y protestantes.

2º Fue en 1955 cuando Franco firma un acuerdo con el Vaticano (El Concordato) por el cuál la Iglesia se compromete a publicar oficialmente su reconocimiento y la legitimación del Régimen, a cambio de que el Estado le concediese un lugar preponderante en los Consejos del Estado, financiase todos los gastos de personal y del mantenimiento de los edificios religiosos, y la actualización de los privilegios que siempre había gozado la Iglesia Católica en España: excepción de impuestos, impartir estudios en centros propios a todos los niveles de enseñanza, otorgando títulos universitarios reconocidos con el mismo valor que los estatales (Universidades del Opus Dei).
3º En los acuerdos firmados durante el consenso constitucional se dejó claro  que el Estado financiaría durante tres años a la Iglesia Católica y que a partir de ahí serían los propios creyentes los que, asignando una cruz en una casilla determinada de su declaración de la renta, financiarían a la Iglesia, aceptando ésta la obligación de autofinanciarse.
Este acuerdo no se ha cumplido al día de hoy, treinta años después de la firma: la iglesia continúa recibiendo sus tres mil millones de euros anuales del erario público, motivo éste de quejas de los ciudadanos y partidos políticos no creyentes, que exigen que se les retire la subvención y que ésta se destine a otros fines sociales: “El que quiera religión que se la pague”, es el lema común.
Además, ¿no tienen el mismo derecho las otras religiones de recibir el mismo trato que los católicos?, ¿no son sus fieles creyentes ciudadanos que pagan sus impuestos al igual que los católicos?, ¿por qué el dinero se le concede solamente a la Iglesia Católica?
Resumiendo: ¿Qué derechos reclaman éstos cuando ellos jamás han reconocido el derecho de los demás? ¿Qué trato de favor esperaban de un Gobierno cuyos miembros vienen de un partido político a cuyos militantes persiguieron hasta la muerte durante los años felices que la Iglesia vivió junto al Dictador?

No hay nada más que ver las fotos de la época para comprender que, como dice la Biblia: “Cada uno cargará con su propia responsabilidad”. La Iglesia sufre desde el advenimiento de la Democracia, las consecuencias de sus actos en contra de las libertades de los españoles.

Para más informacion, ver http://www.fuenterrebollo.com/Gobiernos/iglesia-franco.htmldonde están publicadas los originales de las fotos de este artículo.

martes, noviembre 15, 2005

Los Caños de Meca






























En las cercanías de esta playa salvaje del término municipal de Barbate (Cádiz), quiere su Ayuntamiento, en complot con una inmobiliaria, construir unos hoteles y un campo de golf. Uno más. Ya existen en la bahía de Cádiz media docena en funcionamiento.Este año de 2005, cada municipio de la provincia, incluso los que están situados en lo alto de la sierra, tiene un campo de golf en proyecto o en construcción.¡Claro! ¿Por qué tú lo vas a tener y yo no?, parecen decirse entre ellos.Luego nos dicen que ahorremos agua los gaditanos, porque no llueve y los embalses están a la mitad.

MIS CUADROS









Un día, ya lejano, fui de visita a casa de un tío de mi esposa.Éste trabajaba en una prestigiosa bodega de Jerez, en la casa Garvey, donde tenía un cargo mediocre, pero que le hacía creer que era Dios. También era pintor en sus ratos libres y en las paredes de su casa tenía algunos lienzos preciosos. Yo, que acababa de comprar mi apartamento, que parecía un hospital robado por la escasez de muebles, le pedí que me pintase un lienzo para el salón. No quiso:"Una obra de arte no se regala; son muchos días pensando, estudiando , pintando, retocando...hasta que aparece la Obra para que luego acabe en un rincón anónimo de una casa cualquiera", me dijo. Aquello me dolió tanto, que le dije a mi esposa: mañana mismo compro un lienzo y te pinto yo un cuadro. Ella me miró sorprendida: nunca había pintado yo otra cosa que las paredes de nuestra nueva vivienda. Con el paso de los años, pintando y repintando sobre los mismos lienzos para ahorrarme dinero en comprarlos, llegué poco a poco a llenar mi casa de cuadros pintados por mí mismo, sin necesidad de recurrir a gente tan pija como mi tío. Estos son mis cuadros,¿les gustan ?

lunes, noviembre 14, 2005

SOLEDAD

Qué solos están los muertos
en sus tumbas silenciosas:
sin vida, sin ilusiones,
sin ver cosas hermosas.

Qué solo me encuentro yo
en mi habitación silenciosa,
pensando en tu cara bonita,
soñando sólo en tus cosas.

Quisiera vivir contigo
la vida que tanto sueño:
admirarte durante el día
y amarte aquí, en mi lecho.

Y en mi habitación oscura
besar tu bonito cuerpo
a la luz de la Luna
¡Cuánto te quiero, mi vida!
¡Qué vida ésta… tan dura!

sábado, octubre 29, 2005

EL TABACO






Hay días en que todo te sale mal, te levantas con el pie izquierdo y luego no paras de tropezar.
Un día, hace ya muchos años, fui con una amiga mía a ver la nieve a Chamonix. Nos hospedamos en el Hotel du Bois, situado a los pies del Mont Blanc. Mi amiga me sorprendió al llegar, pues de su coche comenzó a sacar artilugios deportivos de invierno: esquíes, guantes, gorro, botas, gafas de sol, cremas solares, ect. Yo no llevaba nada más que una maletita con un “neceser”, dos mudas de ropa exterior y cuatro interiores, pues sólo íbamos a quedarnos el fin de semana.
El hotel era un edificio acogedor, moderno y bonito. A través de sus grandes ventanales podíamos apreciar el maravilloso paisaje de la montaña helada, de sus pistas de hielo y de sus contrastes claroscuros a la luz del sol. Al día siguiente, después de un buen desayuno, comencé a sacar fotos mientras mi compañera se montaba en una telesilla y se elevaba rápidamente hacia la cima, cargada con su equipo deportivo. La fui siguiendo con el zoom de la cámara hasta que su imagen se difuminó. Luego entré muerto de frío en el hotel y me recosté en la barra del bar, ¡eso era lo mío: un buen cubata de ron Barceló con Cola y no menos de 23º de temperatura! A mi lado sólo había un señor leyendo el periódico y fumándose un puro, cuyo olor y humo invadía la sala. Todo el mundo se había marchado en el teleférico a disfrutar de la nieve. El camarero me observaba como a un bicho raro, pues no es normal llegar hasta una lejana estación de esquí para quedarse en el bar mientras mi compañera se marchaba sola a la montaña, donde abundaban los merodeadores humanos que sólo venían a ligarse a la primera fémina que se pusiese a tiro.
Al cabo de un rato y sin poder soportar más el silencio del local, le dije al señor que leía el periódico, para cortar el hielo, nunca mejor dicho:
– Huele bien ese puro, ¿de qué marca es?
– Es de la casa Cohíba. No son comercializados: se fabrican muy pocos de éstos. Están numerados, y me los envía exclusivamente a mí un amigo desde La Habana, en Cuba.
– ¿Y vale mucho un puro de esos?
– Seis francos suizos.
– ¡Caray! Un poco caritos, ¿no cree usted?
– Sí; son caros.
¡El tío no gastaba mucha saliva hablando, que digamos! Pero eso no me iba a disuadir: yo era un cliente del hotel, y tenía derecho a molestar a quien sea; para eso pagaba.
– Y… ¿Cuántos se fuma usted cada día?
– Cinco puros.
Yo encendí mi calculadora mental y calculé: 5X6= 30 Francos S. al día, ¡una barbaridad!
– ¿Fuma usted desde hace mucho tiempo?
– Desde hace cuarenta años.
Mi calculadora vuelve a entrar en acción: 40x30x365= 440000 FS.
– ¿Se da usted cuenta? Si hubiese usted guardado ese dinero, hoy sería usted el dueño de este hotel.
– Sí; es cierto. ¿Usted fuma?
Entonces vi la ocasión soñada desde hacía tiempo, ¡siglos!, de poder expresar mi desprecio a los fumadores:
– ¿Fumar yo?, ¿llenar las habitaciones de humo y de mal olor?, ¿obligar a tragar el humo que ha recorrido el estómago y los pulmones llenos de microbios a bebés, ancianos y niños sin preocuparme de ellos?, ¿impregnar las ropas de la gente con ese asqueroso olor? ¡Jamás!
– Entonces…, es usted el dueño del hotel
– No…, no.

El hombre se llevó el puro a la boca, aspiró un momento el humo y luego lo expulsó, y mirándome a la cara dijo:
– Yo sí
Me dejó cortado .Subí a mi habitación y me puse a ver la tele hasta que mi amiga volvió. Le conté lo sucedido y le dije que el tío me había dejado completamente helado. Entonces ella sonrió y me dio todo su calor. Menos mal, que si no…

martes, octubre 25, 2005

MI TRABAJO













Hoy, 25 de octubre de 2005, es un día triste, porque a partir de ahora me  quedo sin trabajo.
Mi obra se va, se va cargada en un barco que se ha hundido en la Bahía de Cádiz para cogerla en brazos y partir con ella a lejanos mares. Se va al Norte, al mar de Barents, y ya nadie sabrá que es mi obra y la de mis compañeros. También éstos se han quedado parados y preocupados por la situación laboral.Todos sufrimos de la misma enfermedad, una muy contagiosa: debemos de comer tres veces al día, o por lo menos dos, si no, todo se derrumba, todo se descontrola: las letras de las hipotecas llueven, los niños lloran, las esposas te acosan a preguntas: ¿Y ahora qué? ¿Qué vas a hacer? ¿Adónde irás?, como dice la canción.
Y uno se encoge de hombros porque no tiene respuestas; se compra el periódico aun sabiendo que no hallará nada interesante. Para quienes tienen 62 años no habrá ninguna oferta de trabajo y sí numerosos cursillos de pago, impartidos por agencias que prometen solucionar tu problema; pero eso es mentira: sólo soluciona el problema de ellos, de quienes imparten el cursillo, que ven así cómo suben sus ingresos a costa de la desgracia del que pierde su empleo.
Observo cómo mi obra avanza, llevada casi arrastras por tres remolcadores hasta el centro de la Bahía. El barco rojo ya está hundido, esperando que la gran mole de acero pase sobre él. Entonces se levantará, cual felino que salta sobre su presa, y levantará el fruto de mi trabajo a tres metros sobre el nivel del mar. Luego tocará la sirena para despedirse de Cádiz y partirá rumbo al Norte, a un lugar en que las noches duran seis meses, lo mismo que  los días. Un lugar donde las temperaturas descienden hasta -40ºC.
Mi obra llevará el gas natural a millones de personas desconocidas para mí, como yo lo soy para ellas.¡Pero ahí está! Yo he participado en su creación, en su parto, en todo.
¡Y ahora me quedo sin trabajo! Nadie me preguntará si necesito algo, si me puede ayudar. No, yo ya no existo, no soy nadie; mi obra me supera y se marcha para siempre a un lejano mar, a cumplir con su cometido. Así es la vida.


Algunos se creen el ombligo del mundo y miran a los técnicos y obreros altamente cualificados por encima del hombro porque ellos son funcionarios  y tienen estabilidad en el empleo; pero ellos se benefician de nuestro trabajo, usan la electricidad, los automóviles, los trenes y barcos, que funcionan gracias a nuestra experiencia y dedicación. A un sujeto que me menospreció presumiendo de tener carrera y ser funcionario público le dije:
¿Dónde está lo que has producido durante toda tu vida? ¿A quién has beneficiado con tu trabajo? No puedes mostrar nada, tu trabajo se ha desvanecido, no se ve. En cambio, tú puedes ver el mío: centrales térmicas y  nucleares, buques de pasajeros, buques de carga, petroleros, plataformas petrolíferas, gasoductos… ¡Ahí están! Benefician a la humanidad, y seguirán así  cuando yo muera.

 El Gasoducto del Norte  abastecerá de gas ciudad a las ciudades y pueblos ubicados desde Tarifa hasta Bilbao.


domingo, octubre 23, 2005

LA MARCHA VOLANTE


“LA MARCHA VOLANTE”

Mes de junio de 1959. Estancia en el campamento de la IX Promoción de la Escuela de Formación Profesional “Francisco Franco”. Málaga.

El gran número de escorpiones y tarántulas que había en la zona, obligó a las autoridades a montar el campamento sobre una plataforma de arena de cien metros de larga, cincuenta de ancha y dos metros de altura, construida en medio de encinas, alcornoques y lentiscos en la cima de la sierra. En la parte norte se hallaban las tiendas de los jefes y el botiquín; en la parte izquierda se contaban siete tiendas de campaña, y otras tantas en el lado derecho. Cada una de ellas estaba ocupada por una “escuadra”, es decir: siete personas, componentes de cada una de las 14 escuadras que juntas formaban la “Centuria Guerrero Castillo.” En medio se alzaba un mástil de quince metros de altura que sujetaba ondeando a la bandera de España.




Eran las cuatro de la mañana cuando la corneta tocó diana. Nos levantamos apresuradamente, preguntándonos qué demonios sucedía para que nos convocasen tan temprano.
Cinco minutos más tarde, los cien miembros de la centuria se presentaban firmes delante de sus respectivas tiendas de campaña. El jefe pasó revista de una punta a otra del campamento.”Sin novedad”, le decían los jefes de escuadras al pasar por delante de sus respectivas tiendas. Una vez pasada la revista, el jefe de centuria leyó la Orden del Día:
“Después de desayunar marcharemos hasta la Cueva de las Piletas, sita en Benahoján, a unos treinta kilómetros del campamento. Cada escuadra llevará los utensilios necesarios para la marcha: platos, vaso, cubiertos, y agua. La comida se facilitará en el lugar de destino por el Ayuntamiento de la ciudad anfitriona. Los componentes de cada escuadra, se turnarán en la labor de transportar los utensilios que usarán sus compañeros.”
Luego se comenzó a izar la bandera mientras todos nosotros cantábamos el “Cara al Sol” con el brazo extendido a la altura de los ojos. Al grito de “¡Rompan filas!”, cada cual se fue corriendo a las duchas y a los servicios. A las cinco en punto, con el desayuno completado, iniciamos la marcha hacia la cueva.
Mi tienda era la última de la derecha y como se comenzó a formar la fila por la parte de la izquierda, resultó que nosotros éramos los últimos de una fila de cadetes que caminaban por la vereda hacia el destino programado.
Poco a poco me fui quedando detrás de todos. La orden era de relevar al camarada que fuese cargado con el macuto de los utensilios cada media hora, pero como me quedé detrás con la carga, nadie venía a relevarme. La distancia se fue ampliando y llegó un momento que me quedé solo, sin ver a nadie, sin saber por dónde estaba el resto del grupo.
Me preocupé mucho al verme solo en la montaña, cargado y con una rozadura dentro de la bota que me hacía imposible el continuar andando. Estaba ya amaneciendo, el sol aparecía ya por encima de la línea de la sierra de Ronda, llenando el paisaje de tonos anaranjados. No se veía a nadie delante de mí. Calculé en unos dos kilómetros la distancia que me separaban de mis compañeros, pues ésta era, más o menos, la longitud de la senda que aparecía ante mí sin rastro de ellos. Pensé que éstos se habían dado cuenta de mi ausencia, pero como a ellos les beneficiaba, porque así no tenían que relevarme de mi carga, no se daban por enterados.
No podía más. Decidí sentarme a descansar y abandonar la visita a la cueva. A la vuelta me encontrarían en el mismo sitio que me había detenido, pensé. Fue en ese momento que me resbalé y caí rodando por la pendiente del monte. Me detuve a unos diez metros de la senda.
Sentía un fuerte dolor en la pierna y en la cabeza, sangraba por la nariz y tenía arañazos en los brazos. Tuve miedo de no poder salir de allí, y comencé a llorar. No podía mover la pierna derecha, el tobillo se me había hinchado y me dolía terriblemente. Una hora más tarde, quizás para espantar al miedo comencé a cantar en voz alta una canción que cantábamos en los desfiles del Instituto:

“Canciones que llegan al alma,
y el viento las lleva por ahí.
¡Que en España, en España,
comienza a amanecer!
Al cielo se alzan felices promesas
Y hasta las estrellas encienden mi fe.
¡Gloria, gloria! ¡Gloria y victoria!
Con el cuerpo y con el alma,
con las armas en la mano.
Por la Patria.”

De pronto me asusté al sentir un ruido; pensé que algún animal salvaje venía a atacarme, y grité: ¡Socorrooo!

– ¡No temas, camarada, aquí estamos!
Miré hacia arriba, hacia el camino, y vi a un grupo de compañeros que bajaban a recogerme. El jefe de centuria me examinó y vio el estado en que me hallaba. Miró alrededor y vio que no había ramas ni ningún material apto para construir una camilla. Entonces gritó:
– ¡Un voluntario para llevar a cuestas al camarada!
– ¡Presente! –, gritaron cien voces a la vez.
Uno de ellos, de diecisiete años, me puso sobre sus hombros, con una pierna colgando a cada lado de su pecho, y me llevó así durante media hora; luego, otro le relevaba, y así llegamos hasta la cueva.
La Cueva de las Piletas era una maravilla recién descubierta, cuya entrada se hacía por arriba y una vez dentro se bajaba hasta cuatro plantas. Contenía pinturas murales y preciosas figuras de estalactitas y estalagmitas que semejaban a personas y animales. El agua era abundante y formaba grandes pilas, de ahí su nombre. Acostada en un nicho de la tercera planta se hallaba el esqueleto fosilizado de una mujer, cuya antigüedad calculaban en unos diez mil años.
El Ayuntamiento de Benahoján nos obsequió con un almuerzo y luego regresamos en tren hasta la estación de Cortes.
Al llegar a la estación, el jefe de campamento me dijo que iba a llamar a un taxi para que me llevase hasta el campamento, pero yo le dije que preferiría irme con mis compañeros de tienda.
– ¡Pero si no puedes andar!–, exclamó él.
– Nos arreglaremos, camarada–, le dijo mi jefe de tienda.
Y así regresamos. Atado a una cuerda por la cintura y remolcado por mis compañeros, subí los ocho kilómetros que separaban la estación de RENFE del campamento.


FIN

jueves, octubre 20, 2005

DIVINA ASAMBLEA


DIVINA ASAMBLEA

Aquella tarde, nos extrañó a Eva y a mí, que nos convocasen a una asamblea en el centro del Paraíso, justo donde se cruzan los ríos Éufrates y el otro, ¡vaya, no me acuerdo el nombre!, ya no soy perfecto desde aquel día en que probé la manzana de Eva, quiero decir: la que había cogido ella del árbol, no seáis mal pensados. ¡El Tigris, ya me acuerdo!
Cuando Eva y yo llegamos al lugar de la reunión, Dios estaba sentado y rodeado de una miríada de ángeles, que le hacían la pelota volando alrededor y riéndole todas las gracias. Abajo había una representación de algunas especies de animales de pie ante el trono. Dios nos vio enseguida y mandó callar a todos; luego, mirándome muy serio a mí (no sé por qué a mí, si la culpable era Eva), me dijo:
Voy a dictar las normas por las que se regirán a partir de ahora todos los seres que viven en la Tierra. Comenzaré por la vaca. Vaca : "Tendrás que ir a los campos de los campesinos, sufrir todo el día al sol, parir continuamente y dejarte exprimir cuanta leche sea posible. Tus hijos morirán en las plazas de toros Así pues, te concedo una esperanza de vida de 60 años". La Vaca contestó: "¿De verdad quieres que viva una vida así de desgraciada durante 60 años? Mira, creo que con 20 tengo más que suficiente, así que quédate tú con los otros 40". Y así fue. Luego, Dios se dirigió al perro y le dijo:"Tendrás que estar sentado todo el día detrás de la puerta de entrada de la casa del Hombre, ladrando a cualquier persona que se acerque. O cazando para que el Hombre se coma el fruto de tu caza. Así pues, te concedo una esperanza de vida de 20 años". El Perro contestó: "¿De verdad quieres que viva 20 años tocándole los huevos a los demás y dejando que los demás me los toquen a mí? Mira, creo que con 10 tengo más que suficiente, así que quédate tú con los otros 10". Y así fue. El tercer animal que llamó Dios fue al Mono. Dios lo miró de arriba abajo y le dijo: "Tendrás que divertir a la gente, hacer el tonto y adoptar las expresiones más idiotas que te puedas imaginar para hacerles reír. Así pues, te concedo una esperanza de vida de 20 años". El Mono objetó: "¿De verdad quieres que viva 20 años haciendo el tonto? Mira, me agrego a la opinión del Perro y te devuelvo 10 años". Y así fue. Al final, Dios se dirigió a mí y me dijo: "Tú no trabajarás, no harás otra cosa que no sea comer, dormir, hacer el amor, divertirte y emborracharte. Así pues, te concedo 20 años de vida".
Yo me puse a temblar, y no de frío precisamente (en el Edén no hacía frío ni calor, aunque no salía nunca el Sol y sólo llegaba la claridad a través de la capa de nubes que rodeaba la Tierra, produciendo una neblina húmeda que bastaba para hacer que las plantas crecieran tan maravillosas como en un invernadero. Ver Génesis). Como de todas formas ya estaba condenado, me atreví a quejarme:
–¿De verdad quieres que disfrute sólo 20 años de esta bendición? Mira, me he enterado de que la Vaca te ha devuelto 40 años, el Perro 10 y el Mono otros 10, sumados a mis 20 serían 80, ¿por qué no me los das todos a mí? Y así fue.Dios me dijo:
"Adán, hijo mío: De ahora en adelante, podrás comer de todo, hacer deporte, jugar, hacer todo lo que te dé la gana, sin límites. Puedes criar, amar o matar a los animales; nadie te pedirá cuentas; lo mismo puedes hacer con la vegetación: cuidarla o aniquilarla. Pero no pasarás de los 80 años". La asamblea se disolvió alegremente y cada cuál retornó a sus quehaceres. Ahora ya podéis entender porqué los primeros 20 años de nuestra vida no hacemos otra cosa que comer, dormir, jugar, joder, disfrutar y no hacer una mierda. Durante los sucesivos 40 años trabajamos como animales para mantener la familia, los siguientes 10 hacemos el tonto para divertir a los nietos y los últimos 10 los pasamos tocando los huevos a todos los que están a nuestro alrededor.

lunes, octubre 17, 2005

MI NIETECITA

Hace cinco meses, cuando mi hija me llamó por el móvil y me dijo: “Papá, estoy embarazada”, creí que el cielo se me caía encima. La noticia de una hija soltera, sin empleo estable, residiendo con unas amigas a ochocientos kilómetros de mi casa me aplastó. Luego pensé en la criatura y comencé a hacerle un sitio en mi corazón: la pobre no tenía culpa de la mala cabeza ni de las imprevisiones de su madre. Mi esposa, llena de alegría desde un primer momento, comenzó a comprar lanas y a hacer trajecitos de color rosa y azul, mantillas y jerseys de diferentes tamaños, previendo su rápido crecimiento. De vez en cuando se cruzaban los mensajes y las llamadas al móvil buscando la información deseada: ¿Cómo está la mamá?, ¿te hace falta algo, hija? Te he comprado un canastito para el transporte. ¿Por qué lo has hecho, mamá?, todavía es muy pronto y eso trae mala suerte. ¡Bah, no hagas caso de las supersticiones! Será una niña, ya lo verás. ¿Y por qué lo dices? Por que yo lo sé; será una niña. A los tres meses nos llega la noticia: – Mamá, es una niña – ¡Ya lo sabía, nunca me equivoco! –Eres una bruja, mami. –Bueno, y ¿cómo está ella? –Muy bien, se parece al papá en la boca: tiene el labio superior reboleao. Y llego yo del trabajo y me lo cuentan. Me pongo muy contento y los ojos se vuelven lagrimosos. No sé por qué. Qué tontería, ¿verdad? Nos alegramos todos, olvidando que esa niña es un problema añadido a los que ya tiene mi hija: se le acabó el contrato hace dos meses y como ahora está embarazada no se lo renovarán. No podrá pagarse los gastos, aunque sus compañeras de piso le han dicho que no se preocupe, que cuando encuentre trabajo ya les pagará. Le dije que se viniese a su casa, que su habitación permanecía a su disposición tal como la dejó ; que los abuelos criarían a la niña. Pero ella no quiere volver: no quiere ser una carga para nosotros y dice que, como aún le queda paro, espera encontrar algo antes de que se le agote la ayuda. Y ayer, domingo 16 de octubre, me suena el móvil y me avisa de un mensaje MMS. Lo abro y me encuentro una mancha clara-oscura y un texto: “Papi, esta es tu nieta. Se parece a ti.” Y la miro y remiro, le doy vueltas al móvil buscando la mejor posición para ver eso que me dice la niña que se parece a mí. No entiendo nada de ecografías, pero al final sí creo ver una cabecita donde se distingue una carita, los ojos y la boca, o es que es tanta la ilusión que tengo que lo adivino mejor que verla. ¡Qué alegría siento! La miro y le hablo dándole la bienvenida, animándola a portarse bien y a no darle muchos problemas a su madre, que se queja de que no la deja dormir con sus pataditas. – ¡Bienvenida seas, nietecilla!- , le dije. Y la besé.

jueves, octubre 13, 2005

EL AUTOBÚS DE LA MUERTE




Melilla, a media mañana. Una fila de autobuses espera en la frontera con España a que sean completamente llenados por los viajeros, unos seres de color negro que asoman sus cabezas por las ventanillas. Se ve el desaliento en sus caras tostadas; algunos, incluso lloran como niños, pidiendo justicia a los inclementes guardias que rodean los vehículos. Unas manos encadenadas asoman por una ventanilla y la imagen es fotografiada y da la vuelta al mundo: ¿son esclavos?, ¿ladrones?, ¿asesinos? ¿Qué crimen han cometido?
Son personas que huyen del hambre. Sólo eso.
Por eso han abandonado sus respectivos hogares y familias en países lejanos, a cientos, miles de kilómetros de Melilla, la llave de la puerta de entrada al Paraíso. Hasta llegar aquí, han debido de cruzar bosques y desiertos, llanos y montañas; se han aventurado en pateras asesinas, de las que han sido rescatados cuando navegaban a la deriva exhaustos, sedientos, delirantes por las fiebres, temblorosos por el frío. Y ahora están aquí, detrás de una valla que los separa del sueño de sus vidas: España, puerta de Europa. Se han encontrado con una valla imprevista, construida con premura y precipitación para contener la avalancha. Se les ha consentido construir escaleras de maderas y palos para alcanzar la cima y tirarse al otro lado asumiendo los golpes, arañazos y disparos de no se sabe qué policía o ejército. Y unos cuantos cientos de ellos lo han conseguido, ¡han entrado en el país y ya tienen derechos!
Los otros…ahí están, dentro de los autobuses de la muerte, o del infierno. Los llevan encadenados, esposados unos a otros hacia el Sur, al límite de Marruecos, al desierto cruel. Sin agua, sin alimentos… están condenados a morir solos, abandonados a un terrible sufrimiento físico y psíquico. Algunos de entre ellos tienen sus papeles en regla para obtener asilo político, huyen de los gobiernos dictatoriales que les han condenado por disidentes. Pero no se les piden los papeles, se les ha apresado y metido en el autobús sin oírles, sin dejar que expliquen sus problemas…
Y las imágenes terribles, interesadas, tomadas por la prensa afín al partido de la oposición de turno, han dado la vuelta al mundo, levantando los ánimos, enfrentando unas naciones con otras, unos ciudadanos contra otros. Los unos a favor del Gobierno, los otros pidiendo dimisiones. Y yo en medio.
Yo no quiero que vengan más inmigrantes a España, ya no caben. España es un país que comienza a levantar cabeza, aún está muy por detrás de los países fundadores de la Unión Europea. Comenzábamos a ver el final del túnel, tras largos años de penuria y oscurantismo cuando nos alcanzó la llamada “Globalización”, el libre comercio, el libre tránsito de capitales que permite que los empresarios abandonen sus países y se instalen en los que más beneficio les reportan, aún a riesgo de no respetar los derechos humanos, contratando a familias enteras para que trabajen a bajo costo en sus miserables viviendas para que produzcan artículos que luego se venderán con marcas carísimas en las tiendas más renombradas de las grandes ciudades.¿He dicho contratando? ¡Qué va!.. Ni siquiera eso. No hay contrato de por medio, se paga por pieza producida, sin derecho a descansos, vacaciones, jubilaciones, seguros médicos… ¡Nada de eso!
Por eso los empresarios españoles despiden a sus obreros y los sustituyen por inmigrantes; tienen menor coste, su beneficio es neto. Por eso yo estoy ya sin trabajo.
No, no quiero que vengan más inmigrantes a mi país, lo confieso, porque el futuro de mis hijos está en riesgo.
Sin embargo me rebelo ante esas manos encadenadas, ante esas miradas de súplica, ante el sufrimiento de esos SERES HUMANOS, que son transportados como animales en transportes superllenos como si fueran carne de matadero. ¿Pero, qué hacer, Dios mío, para solucionar esto?
Me pregunto por qué no se hace un seguimiento de adónde van las ayudas que los gobiernos de esos países que dejan morir de hambre a sus ciudadanos reciben de la Unión Europea y de los países que la componen ¿Cómo se permite que un reyezuelo gaste todo el dinero recibido en ayudas en beneficio propio y de su familia? ¿ Cómo se permite que un monarca se construya una mezquita valorada en varios miles de millones de dólares mientras sus súbditos se ven obligados para mantener a sus familias a exponer sus vidas saltando una valla llena de púas de alambre y custodiadas por gendarmes que no dudan en disparar a matar? ¿Por qué se le envían en ayudas millones de Euros al dictador Obiang, en Guinea, cuando se sabe que él se queda con todo y que lo utiliza para sofocar las protestas de los guineanos? ¿A cambio de qué se aceptan esas lacras? ¿Por recibir sus favores en las concesiones de sus recursos? En ese caso el dinero que se le envía no es una ayuda, es un soborno. ¿Por qué se permite que en nuestro siglo se continúe con tradiciones tales como la del reyezuelo que cada año se pesaba y recibía en oro la misma cantidad que marcaba la báscula? Me da asco ver cómo un reyezuelo de Dahomey (Benin) se dirigía a su pueblo usando un gran micrófono de oro macizo. Dahomey, por ejemplo, un país que fue francés y que mantiene su “protección" a cambio de ser el administrador de sus riquezas básicas. ¿No ocurre lo mismo en Mali, Ghana, Senegal, Mauritania…?
En resumen, sólo la intervención de los países fuertes y ricos puede hacer que esta avalancha de hambrientos cese: nadie puede ponerle puertas al hombre hambriento; las derribará, por muy seguras que sean. La solución es erradicar el hambre en los países de origen. Pero, cómo, ¿instalando fábricas e industrias en ellos? No, ya las tienen desde siempre y eso les ha obligado a emigrar. Se trata de darles un salario digno que les permita vivir sin tener que desplazarse, en lugar de darles, como ahora, ¡cinco Euros al mes!

domingo, octubre 09, 2005

Viaje al Santuario de La Virgen de la Cabeza























El día 10 de octubre del año 2004, a las siete de la mañana, salimos de casa hacia Andújar (Jaén), en donde está situado el Santuario. Carmen protestaba porque quería dormir un poco más y decía que era muy temprano; pero yo sabía que había más de cuatrocientos kilómetros, es decir: ocho horas de viaje - ida y vuelta-como mínimo, por lo que debíamos de madrugar si queríamos disfrutar de algunas horas libres para visitar los lugares. 

Paramos a desayunar y para ir al servicio en un hostal nuevo, situado pocos kilómetros antes de llegar a Écija. Allí compramos la lotería de Navidad, un décimo por 23 Euros. 
Serían las diez cuando pasamos por Córdoba, y le dije a Carmen que aún faltaba una hora de viaje para llegar al cerro del Cabezo, a 32 kilómetros al norte de Andujar, el lugar exacto donde está la Virgen de la Cabeza.
Llegamos a la ciudad y entramos por la entrada norte, al lado de Carrefour. Unos metros más adelante está el cruce donde un letrero indica: Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza. Los primeros diez kilómetros fueron penosos, porque la carretera estaba en obras y se encontraba con el asfalto levantado y llena de hoyos. Luego, el camino era agradable y el paisaje precioso, con sus espesos bosques de pinos y monte bajo; el aire era limpio y sano, con un agradable olor a pinos, eucaliptos y romero, según los lugares que íbamos pasando.
Cuando llegamos nos llevamos una sorpresa: no éramos los únicos que habían acudido a ver a la Virgen ese día. No encontrábamos aparcamiento y, después de dar una vuelta por toda la aldea, tuvimos que dejar el Ibiza en un sitio bastante apartado, cosa que no me agradaba lo más mínimo.
La subida por la cuesta del rosario hasta el Santuario estaba repleta de peregrinos, que subían con esfuerzo la empinada pendiente del camino, como Carmen, que casi se me muere: Me volví para grabarla en video y me la encontré parada y con los ojos grandes abiertos y la lengua afuera. Me asusté de verdad y le reñí por no avisarme de que subíamos muy deprisa para ella, que sufre de poca resistencia cardiaca. Una vez fue al hospital de Puerto Real para que le hicieran unas pruebas y la montaron en una cinta andadora con tal mala suerte que casi se les queda allí muerta. Entonces le recomendaron de no hacer esfuerzos, de andar despacio, sobretodo en las subidas de puentes o calles empinadas. Finalmente, llegamos a la plaza del Santuario. Desde allí se divisa un paisaje muy bonito en un radio de cincuenta kilómetros, pues estábamos a más de seiscientos metros de altura, y el cerro en el que nos encontramos es el más alto de todos los que hay en la zona. 

Estábamos en el corazón de Sierra Morena. Si pudiéramos trazar un círculo con una cinta métrica a nuestro alrededor, estaríamos a unos cien kilómetros de Córdoba, a cien de Puertollano, a cien de Jaén, y todo el centro del círculo ocupado por la Sierra Morena.
La plaza del Santuario estaba llena de gente esperando que acabase la misa para poder entrar en la iglesia, pues dentro de ésta no cabía ni un alfiler más. Nosotros entramos por la pequeña puerta lateral que conduce a la primera planta hasta el camerino de la Virgen.

 Subimos en fila india, apretados entre la gente que venía con ramos de flores para ofrecérsela a la Señora. Dentro del camerino apenas podíamos movernos, pues estaba lleno y sólo pudimos avanzar lentamente, pero sin pararnos, por una fila que pasaba por delante de la venerada imagen y salía por otra puerta. Yo no pude apenas grabar nada. Una mujer sentada en una silla cantaba canciones y poemas y también rezaba en voz alta. Vi a Carmen llorando y le pregunté qué le pasaba, y me contestó que se había emocionado al escuchar a la mujer que cantaba. No sé si sería esta la razón, pues el motivo de la visita al santo lugar era por que Carmen me había dicho que sintió un escalofrío al ver por televisión un reportaje de la Romería al Santuario de la Cabeza. Me dijo que había sentido algo raro y que se le erizó todo el vello. Me pidió que la llevase en cuanto tuviera ocasión y así lo he hecho. A mí también me ocurrió algo curioso hace ya muchos años:

En el año 1985, trabajaba yo en una parada de la central térmica de Puente Nuevo, cerca de Espiel (Córdoba), pero iba todos los días a dormir a Córdoba, en una casa particular en la que alquilaban camas. Éramos tres trabajadores de El Puerto que habíamos decidido irnos a la capital a pasar las noches, porque en el hostal en el que parábamos antes, situado un poco antes de llegar a la central térmica, en el cruce de Villaharta, no se podía dormir debido a que estaba abierto las veinticuatro horas, y no cesaban de llegar camiones y autocares durante la noche, y se oían los gritos y el jaleo de la gente que no respetaban el sueño de los residentes del hostal.
Por la tarde, cuando llegábamos a Córdoba, nos duchábamos y nos íbamos a tapear por la ciudad. Así cenábamos, pues los precios que veíamos en los restaurantes no eran aptos para trabajadores. Pedíamos unas rondas de cerveza y unas tapas, o alguna ración o plato combinado, y luego nos volvíamos a la casa a dormir, pues había que levantarse a las seis de la mañana para llegar a tiempo después de recorrer los cincuenta kilómetros que nos separaban de la central, por una carretera estrecha y llena de curvas que subía por la sierra y pasaba por delante del centro de instrucción militar de Ovejo y Cerro Muriano hasta llegar a Espiel.

 Un día, cansado de cenar tapas y volver casi borracho, le dije a la dueña de la casa que si me podía sacar un plato de la misma comida que tenían para ella y su familia, pagándole lo que fuera menester, pues yo era un trabajador y no podía permitirme cenar en bares todos los días. Ella aceptó, y desde aquel día nos hizo la cena a mis compañeros y a mí. No sabía cuánto debía de cobrarnos, pues ella decía que lo que había hecho era echar un poco más de comida en la olla familiar; pero nosotros, que le estábamos muy agradecidos, convinimos en pagarle algo menos de lo que nos hubiera costado cenar en un bar y así ganábamos todos.
Llegado el final de la obra, fui a pagarle a la señora y a despedirme de ella. Me preguntó entonces adónde iba a trabajar cuando me fuera de Córdoba, y yo le respondí que no lo sabía, que tenía que buscar trabajo y que me iría donde fuera necesario, tal como había hecho hasta entonces y tal como había llegado hasta su casa. Le dije que el trabajo en mi pueblo estaba muy mal y que el que encontraba siempre estaba lejos de mi casa, donde permanecían mi esposa y cuatro hijos pequeños que apenas me veían. Entonces la señora me preguntó mi nombre completo y mi edad, y me dijo que esperase un momento que iba a consultar a su madre. Su madre vivía dentro de una habitación en la que no entraba nadie más que su hija; la habitación despedía un fuerte olor a velas e incienso cuando la hija abría la puerta, y según pude ver en aquella ocasión, las paredes estaban repletas de velas encendidas a los lados de cuadros e imágenes de santos. En medio de la habitación había un sillón antiguo y grande, y en el se sentaba la madre de mi patrona. Me daba la espalda y no pude verle la cara; frente a ella, había un altar lleno de flores y de velas con la imagen de una virgen. Todo ello lo pude ver como en un flash, en un segundo, el tiempo de abrir y cerrar la puerta enseguida.

Al cabo de cinco o diez minutos,  volvió a salir la mujer y me dijo: “Me ha dicho la Señora que ahora vas a tener trabajo cerca de tu casa durante mucho tiempo. Vete tranquilo.”
Yo no sabía en aquél momento si reírme o qué, pues no creo en curanderas ni santonas; pero por respeto permanecí serio y le pregunté: ¿Le debo a usted algo por la consulta...?
Ella me contestó: “A mí no me debes nada, agradéceselo a la Señora”. Me quedé sin saber qué decir, pues no sabía cómo debía agradecerle su “gestión” a la señora que permanecía invisible en su habitación. La mujer, adivinando mis pensamientos, me dijo: “ No es a mi madre a quien se lo debes: ve a visitar a Nuestra Señora de la Cabeza y agradéceselo a ella”.
Durante el viaje hacia El Puerto, les conté la anécdota a mis compañeros, y estos se echaron a reír. Yo me olvidé del asunto, y encontré trabajo en La Línea durante un mes, luego me quedé sin trabajo.   A los dos días de llegar a mi hogar me llamaron de una empresa situada en El Puerto, a tres kilómetros de distancia, y me ofrecieron trabajo. Sólo habían transcurrido cuarenta días desde que aquella señora cordobesa me dijo "que encontraría un trabajo cerca de mi casa". En éste permanecí hasta el verano de 1991, seis años de trabajo. Desde entonces me pregunto: ¿Tuvo algo que ver la Señora de la Cabeza?
Durante todos esos años quise ir al Santuario para verla, pero al final sólo quedaba en eso, en el deseo. Sólo fue a los quince años de haber encontrado ese trabajo que, aprovechando un viaje a Madrid para ver a mi nieto, me desvié de la ruta al llegar a Andújar y fui con mi esposa a ver a la Virgen. Mi mujer se emocionó mucho y le ofreció un ramo de flores. Luego continuamos el viaje para ver a Iván, nuestro único nieto hasta el momento. Esa es la historia que quería contar.
Esta vez, salimos del camerino de la Virgen y pasamos por el patio interior de la iglesia, un patio lleno de macetas; pero antes besamos a la imagen de Nuestra Señora y al Niño, una pequeñita imagen de piedra que sustituye a la auténtica imagen fundadora del Santuario, que desapareció en la Guerra Civil. Luego salimos fuera y me indignó ver un monumento (un águila de bronce sobre un pedestal de piedra) que recuerda a las victimas del bando de los vencedores de la Guerra Civil, donde llama "ordas salvajes" a los del bando contrario, compuesto por ciudadanos también españoles, que defendían el sistema legal establecido. ¿Cómo es que aún permanece ese cartel fascista después de veinticinco años de Democracia? Grabamos en video una vez más el paisaje y descendimos el monte hasta el coche. El reloj señalaba la una de la tarde. Teníamos hambre y nos paramos a comer en Andújar, en el restaurante El Botijo, un lugar en el que yo había pernoctado un par de veces al volver a casa desde  Valencia, donde residían mis padres. 
Pedimos una sopa de picadillo, calamares a la plancha, que luego fueron a la romana porque se equivocó el camarero, y una tarta de postre y el café. El camarero no cesaba de pedirnos disculpas por su error y nos invitó luego a unos bombones con una copita de licor de turrón (bebida elaborada en una fábrica situada justo enfrente del restaurante). La comida nos costó 37 Euros en total, incluidos 2 Euros de propina.
Al pasar por la circunvalación de Córdoba, me desvié de mi ruta y entré en la ciudad. Quería darle una sorpresa a Carmen: visitar la Mezquita. Pero lo que vimos allí, no se puede contar; no hay palabras para expresar tanta belleza: hay que verla.

viernes, octubre 07, 2005

MI AMIGO EL MARINERO






Cuando yo vine a vivir en el Puerto de Santa María, en la primavera de 1982, había una flotilla de unos sesenta barcos de pesca. Era ésta una de las mayores industrias de la ciudad. Poco a poco la flota ha ido menguando, prefiriendo los armadores desguazar sus barcos en vez de recomponerlos, pues reciben por ello de manos del Gobierno grandes sumas de dinero.
Tenía yo en aquel tiempo un amigo que era marinero, un compañero del bar adonde yo acudía a diario a degustar unas copas de vino fino después del trabajo. Allí nos encontrábamos a veces, cuando él volvía de la mar, después de varios días sin pisar tierra, lejos de su hogar. Apoyado en el mostrador me contaba, mientras se bebía una copa detrás de otra, hasta que se derrumbaba, el peligro que había corrido, el miedo que había pasado dentro de aquél cascarón, de carcomida madera, al que llamaban barco:
–Imagínate por un momento cómo lo pasábamos, amigo: En un pequeño cuchitril dormíamos diez hombres amontonados, sin contar el patrón, que ése tenía otro cuarto. Cuando estaba en mi litera, en días de temporal, sentía la enorme fuerza de las olas golpear contra la débil madera que me separaba del mar…Y por las viejas juntas de las tablas el agua que a veces entraba mojaba las sábanas de mi cama. No tenemos lavabos ni retretes… Para lavarnos, del mar el agua en un cubo se saca, pues para beber el agua dulce se guarda. Para hacer lo demás, los pantalones te bajas, sacas el culo por la borda y… ¡hala, a soltar en el agua!
–Pero… ¡Eso es increíble! ¿Y en esas condiciones, de nuevo te embarcas? –preguntábale yo, sereno, pues llevaba bebidas muchas menos copas que él.
– ¿Que otra cosa puedo hacer? Yo he nacido marinero, de padres marineros. No sé hacer otra cosa que navegar, echar las redes y pescar. Pasar varios días en la mar y, cuando vuelvo a casa, emborracharme para olvidar… ¿Sabes tú, compañero, cuántos marineros se ha tragado en un golpe la mar cuando estaba solo en la cubierta, con el culo al aire haciendo su necesidad? Pregunta.., sí, pregunta en El Puerto a cuántos marineros se ha llevado la mar… ¡Oye, tú, compañero!-le decía al camarero- Tú no dejes de llenar, que nunca esté vacía mi copa, aunque me veas lleno y que no pueda más..., que ya vendrán los míos para llevarme a casa y meterme en mi cama, de limpias sábanas, para dormir la mona sin pensar en nada, sólo olvidar…-Luego, mirándome a mí, continuó diciendo-: Si tú supieras, amigo, lo que hay que tragar desde que salimos de El Puerto hasta que volvemos a la lonja a descargar… Hay que pagarle al moro, aunque no estés en su mar, para que te dejen pescar. Si no, te llevan a puerto y te detienen, te quitan la carga y te encarcelan hasta que alguien pague la multa por pesca ilegal, aunque el barco se hallase en agua internacional. Pero eso ellos lo niegan, y te encuentras solo; hay que pagar. Y además se quedan con la carga, el fruto de nuestro trabajo. Por eso el patrón, antes de salir de El Puerto, carga su barco de vino, tabaco y dinero. Dinero que en la mar no se puede gastar: son para pagar a los guardias moros que te vienen a abordar.

No sé si lo que mi amigo me contaba era cierto o producto de la cantidad de vino que se había bebido, pero esa canción yo la había oído otras veces, cantada por otras personas, y me acordé del refrán “Cuando el río suena…” Lo cierto es que ahora apenas quedan barcos en El Puerto; los han desguazado casi todos en lugar de repararlos. Los armadores, sus buenos dineros han cobrado de Bruselas por hacerlo; los marineros han ido a engrosar el número de parados del pueblo.
En uno de estos viajes, de El Puerto salieron a bordo de uno de esos barcos una docena de marineros y tan solo volvieron dos: uno vivo, el otro muerto… No pudieron utilizar las lanchas salvavidas porque, según dicen, estaban… ¡rotas!
Un barco francés escuchó la llamada de SOS. que hizo el barco en medio de una fuerte tormenta, y acudió a prestarles ayuda. Les echó una red para que trepasen por ella, pero la mar estaba tan agitada, tan fuertes eran sus olas, que la mayoría de los que lo intentaron murieron golpeándose contra el casco del buque mientras subían por la red. En la investigación que siguió, algo debía de haber de oscuro, pues nadie quería hablar de ello.
En memoria de los marineros muertos escribí un poema. Se lo mostré al representante sindical de ellos y me dijo:
–Mejor es que lo rompas que hablar de eso, pues lo que pasó nadie lo sabe; los marineros están muertos…
– Pero uno vive- dije yo, insistiendo.
– –Sí, pero ése no dirá nada: cobrará su dinero y lo olvidará. No, mejor es que rompas eso.

Al año siguiente, la víspera del aniversario de aquella tragedia, por medio de dos magnetófonos, uno grabando mi voz y el otro reproduciendo la obra de Berlioz, “Sueño de un aquelarre”, conseguí una grabación muy imperfecta pero aceptable de mi poema; se podía escuchar bien a pesar del ruido de fondo. La llevé a la emisora de radio de El Puerto y les dije que era un homenaje a los que el día siguiente, el 31 de marzo de 1987, cumplían el primer aniversario de su terrible naufragio. No la retransmitieron. La emisora sólo recordó las circunstancias del naufragio. Al día siguiente fui a recuperar mi cinta, pues aún no había registrado mi poema como Autor, me respondieron:”¿De qué cinta nos habla usted? Aquí nadie nos ha traído ninguna”. Así negaban haberla visto. Al salir de la emisora me pregunté: ¿Habría algo de cierto cuando aquel compañero del sindicato me dijo:”Mejor es que rompas y no hables de eso”?
De todas formas, aquí está mi poema. Lo escribí en memoria de los marineros, de todos ellos: los vivos y los muertos… De todos aquéllos que navegan mar adentro, y del amigo del bar, que por no volverlo a ver, ni conocer el nombre del barco en el que trabajaba, no puedo ahora saber si entre las víctimas se hallaba.
¡Va por vosotros marineros! Y que los responsables de aquel siniestro carguen en sus conciencias con los silencios que siguieron a aquellos hechos, lamentables, en los que tantas vidas se perdieron. Su título es “El naufragio del Calpe Quintan´s” y forma parte de mi libro de poemas “Nostalgia”, registrado en el Registro de la Propiedad Intelectual con el nº CA-1632


EL NAUFRÁGIO DEL CALPE QUINTAN¨S


Marinero portuense
que te echas a la mar,
arriesgando siempre tu vida
para traer a tu casa el pan.

¿Cuántas veces en tu vida
te lanzaste con valor
a ese mar tan grande y fiero
en un viejo cascarón?

Silba el viento, fuerte.
La noche está oscura.
Olas grandes y negras, cae la lluvia.
El barco, descontrolado y herido
da vueltas y más vueltas. No hay luna.

No era ese tu mar, marinero,
aquél que te vio nacer.
Era un mar extraño, fiero.
Tú no pudiste con él.

¡SOS! La radio llama
¡El barco se hunde, lanzad las lanchas!
¿Las lanchas? ¡Están rotas!
El capitán se alarma...
Y una voz: ¡Hombre al agua!

Un barco, que por allí pasaba,
por más señas francés,
les prestó una ayuda rara:
¡En vez de lanchas, les echó una red!

Con lágrimas en los ojos,
la cara asustada y agarrado a la red,
rompían tu cuerpo las olas ¡Malditas olas!
Contra aquel barco francés.

Que soledad tan grande
en medio de aquellas olas.
Olas grandes, negras. ¡Malditas olas!
¿Qué hacen los del barco?
¿Por qué no se asoman?

Ya no hay barco marinero,
sólo olas, ¡muchas olas!
Y tú sientes mucho frío,
mucho dolor y mucho miedo.

Qué oscuridad más grande
va rodeando tu cuerpo.
Ya no te duelen los golpes,
te duelen tus pensamientos:
“Qué lejos estoy de los míos,
qué lejos estoy de El Puerto...
¿Cuánta gente, allí en mi casa,
por mí, estarán sufriendo?”

Marinero portuense
que te echaste a la mar,
ya no hay luz en tus ojos.
Tampoco hay luz en tu hogar.

Las campanas de la iglesia
están tocando a muerto
y aparecen paños negros
en los balcones de El Puerto.

Los naranjos de la calle Larga
tiran sus flores al suelo,
porque El Puerto está de luto
y hay que vestirse de duelo.
Ya ha tocado la campana
de la iglesia Prioral Mayor.
Se está llenando el templo,
y la plaza... y las calles de alrededor.

Allí acudíamos todos
con la misma devoción.
Señores con buenos trajes
y otros de menos valor.
Y uniformes de todos los colores:
blanco, azul, verde y marrón.

Mujeres había que lloraban
frente al altar mayor.
Era el adiós de un pueblo
unido por el dolor.

Adiós, marinero... marinerito, hermano... ¡Adiós!

PARA MAITE

CRÓNICA DE UN DÍA DE HUELGA

Maite era una muchacha alta, delgada, pelirroja, pecosa y muy simpática. Tenía largos cabellos, que a veces se recogía en una cola larga y trenzada. Sus ojos eran grandes y de color castaño; sus dientes, largos y muy blancos.
Maite era la única hija de una “familia bien”: tenían un hermoso chalet en la urbanización de Valdelagrana, cerca de la playa, y era, además, una recomendada en la fábrica en la que yo trabajaba. Debieron de aceptarla por algún extraño compromiso, un secreto favor, aunque luego nadie sabía  dónde ponerla, pues, como secretaria ya sobraban plazas. Finalmente la emplearon de telefonista para atender las llamadas y redirigirlas, rauda, a quien debiera escucharlas. Su trabajo era tan escaso, que la joven se aburría;  cuando entraba alguien en la oficina se alegraba mucho, se le notaba por sus gestos,por su sonrisa y su charla… Colmaba de atenciones al visitante mientras que, con una voz susurrante, muy femenina, tan agradable que encantaba, el motivo de la visita le preguntaba. Y ese mismo comportamiento tenía si el visitante era un obrero vestido con mono azul de trabajo, sucio y con grasa, o un caballero luciendo traje y corbata.
 Un día de abril, por la mañana, debido a la firma de un convenio que se enquistaba, hacíamos todos huelga en las puertas de la fábrica. Bueno… todos no, que faltaban los de siempre: el gerente, el director, el contable, las secretarias, los encargados… Esas personas nunca dan la cara en los conflictos, aunque luego, cuando se ganan, les guste también poner la mano y recoger las ganancias… Pero eso lo teníamos asumido: entre los administrativos y el personal obrero existía una valla invisible.
Fue entonces que llegó Maite montada en su ciclomotor y se dispuso a entrar a trabajar. Sus compañeras de oficina la animaban a entrar asomadas a las ventanas, pero una jauría de coléricos hombres le cortaron el paso y exigían de mí que yo la arengara diciendo: “Ella no debe de entrar, pues si no estamos todos aquí, se rompe la baraja…”
Como yo era el delegado sindical de aquella fiera manada me fui derecho hacia ella, hacia aquella asustada y temblorosa muchacha. Maite, al verme, se alegró: ¡Creía que yo iba a protegerla! Lejos de eso allí, delante de cuarenta hombres, llegué a ponerla morada:
— ¿Qué pasa, Maite?, ¿tú no haces huelga…? ¡Claro, a ti no te hace falta! Tus padres tienen mucho dinero y no sé ni por qué trabajas: le quitas el puesto a otra persona, quizás más necesitada. ¿Qué le has hecho  a tus jefes para que estés tan bien mirada y no puedas, ni siquiera hoy, estar lejos de ellos, aquí dándoles la espalda?
Mientras todas esas barbaridades decía, la gente escuchaba contenta: tenían su carnada… Y agradecidos de que fuese otro y no ellos el que diera la cara me decían, dándome palmaditas en la espalda: “Oye, delegado… ¡Pero qué bien hablas!”
Yo, cabreado, al ver cómo Maite lloraba y sintiéndome manipulado, les grité a los que bloqueaban la entrada:
—¡Dejadla entrar; de todas formas no será ella la que ponga en marcha las máquinas!
La gente se apartó de la puerta para dejar pasar a la chica, no sin dejar de criticarla con groseras palabras.
Cuatro días más tarde se firmó el convenio. El director me dio la mano y accedió a subirnos el sueldo y pagarnos unos atrasos. Todos mis compañeros, incluso los administrativos, me felicitaron: “Eres el mejor delegado”, me decían una y otra vez.
Pero en aquel empeño había ofendido a Maite… y perdí una amiga, la mejor compañera que había en la fábrica… ¡Cuánto me dolía eso!
Un día fui a pedirle perdón por mis palabras, y ella me aseguró que ya las tenía olvidadas, que no sufriera; no pasaba nada. Ella reconocía que yo tenía mucha carga de responsabilidad aquel día, en fin, que lo olvidara… Emocionado, le di las gracias. Nadie se enteró de que aquel día fui solo a la oficina para pedirle excusas y rogarle que me perdonara, yo  tenía miedo de que los demás me criticaran.
Unos días más tarde le llevé una carta y le dije:
—No me importa que la enseñes, que la coloques en el tablón de anuncios o que la quemes…Haz lo que quieras con ella.
Después de leerla me dijo:
—A nadie le importa esto. Lo que haré será guardarla en recuerdo tuyo.

    La carta consistía en un poema que llevaba por título su propio nombre:MAITE


Maite:
Una mañana de Mayo
en las puertas de la fábrica,
bajo una gran tensión,
te dije unas palabras
que te hirieron en el alma.

Desde entonces estás triste
y al verme vuelves la cara.
Yo echo de menos
la simpatía que mostrabas.

No fue mi intención primera,
chiquilla de mi alma,
al verte allí parada
decirte esas palabras.

Sólo quería pedirte
que estuvieras, con nosotros,
dando la cara
en las puertas de la fábrica.

Ahora he comprendido
que sólo eres una niña,
una frágil muchacha,
a la que ofendí
con mis palabras.

Quisiera, querida niña,
que me perdonaras.
Sigue viviendo la vida
con alegría... que no pasó nada.

Y cuando me veas,
no bajes la mirada,
que yo te aprecio mucho,
compañera y amiga,
Maite de mi alma.
Sé que, cuando pasen los años
y dejes de ser muchacha,
comprenderás que, a veces,
la huelga es necesaria.

Mientras tanto, perdóname
compañera, mi amiga…
Olvida aquellas palabras
que te hicieron mi enemiga.
Y eso, me duele en el alma.

FIN

domingo, septiembre 25, 2005

UN PASEO POR LA ORILLA DEL RÍO MAJACEITE




      El puente del Jueves Santo, cogí mi coche y me fui a acampar, solo, a un lugar que conocía desde mi juventud. Bajo unos frondosos árboles, en la orilla del río Majaceite, monté mi tienda de campaña y saqué mis artes de pesca, disponiéndome a pasar allí unos días de tranquilidad, lejos del bullicio de la ciudad.
 Recorrí, dando un paseo, aquel maravilloso lugar y no pude evitar al recordar las horas felices que pasé a tu lado  allí, vida mía, el sentir una gran emoción y como un nudo en la garganta: cada árbol, cada roca, cada recodo del río me recordaban algo de ti. No pude evitar sentir una tristeza inmensa, ni que se me escapara alguna que otra lágrima al observar que, al igual que nuestro amor, el paraje estaba muerto, abandonado...
Sabiendo que lo nuestro no tiene remedio, y que esto que te escribo, conociéndote como te conozco, quizás no quieras ni leerlo, te cuento de todos modos lo que vi, por si quisieras leerlo, que sepas que, aunque deseo estar solo, aunque intento olvidar lo que no puedo, y que por eso viajo y de ti me alejo, a todos los sitios que voy me recuerdan tanto a ti, que por muy recomendado que sea el lugar, aunque sea el más tranquilo o el más bello, sin estar tú a mi lado, yo lo encuentro muerto...
Sí, hoy he vuelto a aquel sitio y lo que vi, así te lo escribo:

He vuelto a aquel lugar,
a la orillita del río,
donde estuvimos los dos
un mes dándonos cariño.

Me instalé bajo aquel árbol
donde estuvimos unidos.
Pero ya no tenía hojas,
ni acariciaba su sombra.
Seco iba el lecho del río...
Y agonizando en el tronco,
dos corazones unidos,
grabados hace ya tiempo
con tu nombre y con el mío.
¿Por qué se ha secado el árbol
y ya no lleva agua el río?
¿Dónde estás, amor, ahora?
¿A quién le das tu cariño?
Allí donde hubo fresca hierba,
hoy sólo crecen espinos
Y solos, sobre aquel tronco,
dos corazones unidos...
Qué triste   vida, Dios mío,
cuando nuestro amor se ha ido.


Autor: Juan Pan García.  Registro de la Propiedad Intelectual de la Junta de Andalucía
Clave 1996/ 2371. Sección 1
Nº CA- 1632




viernes, septiembre 23, 2005

La tormenta de terror


Vivimos bajo una gran tormenta de terror: terror en Nueva York, en Madrid, en Londres... Y hace un par de días, cuando la gente se disponía a lanzarse a la carretera para disfrutar de unas merecidas vacaciones, ansiadas después de un año de trabajo, van estos desalmados de ETA y colocan unas bombas al pie de la autopista que conducen a Andalucía. ¿Qué pretenden, qué quieren esos asesinos? ¿ No les basta con tener humillados a sus conciudadanos vascos, que viven bajo el manto del miedo, que acuden a manifestaciones porque los conoce el vecino y puede que sea un etarra y si no van sufrirán las consecuencias?, que viven a costa de chantajear a sus empresarios y deportistas; que están arruinando un país, el vasco, que tenía la renta per cápita más alta de España, obligando a las empresas a irse de allí.¿ Piensan que asesinando a la gente indiscriminadamente, van a votar por ellos?, ¿ Quién puede desear vivir bajo el gobierno de unos descerebrados que matan al disidente, al que se opone, al que ofrece otras alternativas?Hace unos años, vinieron a Sevilla a colocar sus bombas... ¿Qué coño hacen esos en Andalucía?, ¿también quieren gobernarnos?Vivimos bajo una terrible tormenta del terror, ¿hasta cuándo? ¿Cuándo la Sociedad se levantará de una vez contra ellos?


LA TORMENTA


Hoy, grandes nubes negras

de sangre y de truenos

que vienen del Norte

amenazan a mi ciudad


Descargan toda su furia

sobre la verde hierba

y pisadas de barro, de sangre y de odio

la paz de las calles vienen a robar.


Cuando el viento empuje a esas nubes

alejándolas o destruyéndolas...

Me da igual,

y el Sol vuelva a brillar,

y la gente pueda salir a la calle

y los niños vuelvan a jugar...


Entonces, brillarán aún más bonitas

Las rosas y amapolas

que florecen en los parques

y jardines de Sevilla


Y yo... yo miraré hacia arriba

y saludaré a la blanca paloma

que, por fin vuela alto, en libertad.

jueves, septiembre 22, 2005

El Tío Pep

El tío Pep dejó la azada y se enderezó un poco sobre sus piernas abiertas y arqueadas. Se quitó su gorra negra, sacó un pañuelo y se secó el sudor de la frente y de la cara. Era ya viejo, pasaba de los cuarenta y cinco, y a esa edad los labradores de Vergel eran viejos.Se fijó en la cima del monte Segaria, cuyo perfil parecía una mujer recostada sobre la falda, presentando al Este su cara serena, de roca oscura. A un lado, en el camino, la mula aguantaba el calor atada a la carreta, y la perrita dormía a la sombra de un naranjo, a dos pasos del carro. El tío Pep, se aflojó la faja negra que rodeaba su cintura, sujetando unos pantalones blancos de lona, arremangados en la base, a dos palmos sobre sus blancas alpargatas. Se ajustó el pantalón y volvió a ponerse la faja, dándole dos vueltas a la altura de sus riñones.Recordó a su padre cuando él era pequeño y lo traía a la finca sobre el mismo carro.
– La tierra es lo que más vale, hijo. Todo lo que tengas, inviértelo en tierras; cuando lo necesites, ahí estará ella para corresponderte. Lo demás, no vale nada.
Y allí estaba… Mirando aquellos naranjos, que habían sustituido a los algarrobos, quienes sustituyeron a los olivos. ¡La tierra! ¡Su tierra! Aquellos marjales sobre la ladera del Monte Segaria habían costado muchos sacrificios, muchas penalidades, muchos esfuerzos. Sus padres habían levantado con sus manos las paredes de piedra de medio metro de altura; habían traído tierra buena, roja, del llano; habían rellenado los huecos dejados entre las paredes de piedra y la ladera del monte, convirtiendo así, tras muchos años de trabajo el agreste paisaje en una hermosa finca de marjales escalonados que comenzaban en el llano y se elevaban hasta casi cien metros de altura. Por el lado derecho de la parcela subía la acequia de cemento, con sus compuertas en cada nivel, que él había construido con sus propias manos, para traer el agua desde el Pozo del Rincón, perforado más arriba, que abastecía a los campesinos del lugar, pagándose el agua a sesenta pesetas por hora de riego.
Sacó su reloj del bolsillo de la camisa y se dio cuenta de que ya era tarde. Volvió caminando por el lado del caballón que había construido para dirigir el agua cuando regase al día siguiente y al llegar al camino le dio unas palmaditas a la mula, diciendo:
–Ya está bien por hoy. Tenemos que ir a ver al ama.
Se volvió una vez más a mirar su terreno, aquél que había acabado con la salud de su padre, de su madre, y que estaba acabando con la suya propia. ¡La tierra es lo único que vale! A su único hijo, de diecisiete años, se le vino atrás el tractor con el rotovator en marcha, y lo destrozó. Desde entonces su esposa estaba como ausente en un sanatorio de Denia.
Estaba colocando las herramientas en el carro, cuando un hombre pasó por el camino y le saludó:
– ¿Qué tal, tío Pep? ¿Ya ha acabado por hoy?
– Sí, ya… tengo que ver a mi mujer; se me ha hecho tarde.
– Pero, qué más da. La pobre ya no le reconoce siquiera.
– Ella no; pero yo sí sé quién es ella.
– Bueno, adiós…-dijo el hombre sin saber qué contestar.
Y el carro se puso en marcha hacia el pueblo. Salió del camino y se colocó sobre el arcén de la carretera de Pego. El tío Pep, sentado en el fondo y recostado sobre una esquina, dirigía las riendas, mientras que la perrita no cesaba de ladrar a todo el que pasaba a su lado. Miró una vez más hacia la mujer recostada de piedra que se alzaba majestuosa sobe todo el valle, y murmuró:
– Te has portado mal conmigo, mal, muy mal. Has acabado con toda la familia. ¡Maldita seas!

lunes, septiembre 19, 2005

CARTA DESESPERADA DE AMOR




Hoy he decidido escribirte, y tú pensarás que nunca debí de hacerlo, pues lo nuestro terminó
y de lo que hubo, que ahora se sepa, tienes miedo, pues sólo fue para ti un infantil juego,
y aquellas promesas jóvenes se las llevó el viento.
Mas hoy tengo el alma triste y en mi corazón amargos recuerdos, de cuando éramos niños
y jugábamos en el pueblo. Aquel bonito pueblo tendido a la vera del río, donde pasaban las horas muertas los pescadores empedernidos.
De todas aquellas niñas que estaban en el colegio, tú eras mi preferida, ¡la más bonita del pueblo!
Nos quisimos y con locura nos dábamos, temblorosos, los ansiados besos...Y nos prometimos tantas cosas, que guardábamos en secreto...Y quedaron en promesas... Sólo eso...
Promesas que un día se rompieron por la crueldad de la vida, que no entiende nada de amores y mucho de dinero...
Te buscaron un buen marido: elegante, educado; tenía una casa que parecía un palacio
y era tan rico como un banquero... Parecía ser tu padre, tal era de viejo. Pero eso, ¿qué importa? al fin y al cabo, todo era un arreglo.
A su lado, yo era joven y te quería... Sólo eso...
No dudaste ni un momento en elegir el camino, el mejor para tus sueños: Buena casa, bonito coche nuevo, y buenos dineros.
Hombre rico que no depara en gastos para tus caprichos. Del museo de su casa, eres el mejor y más caro objeto. No escatima en gastos: buena ropa, perfumes caros...Y todo lo que sea necesario para obtener tu amor y comprar el silencio de tus recuerdos.
El dinero, dicen, no da la felicidad; la compra. Y ese hombre educado, rico y con talento,
aunque para tu edad viejo, quizás haya conseguido realizar sus proyectos: Tiene su vida resuelta, y a la mujer de sus sueños... ¡La más bonita que había en pueblo!
Pero..., ¿y tú?, ¿qué piensas de todo esto?
¿Cuántas noches en la oscuridad de tu habitación, en tu lecho, pensabas que era otro el que te acariciaba, el que te amaba, llenando de besos tu cuerpo? ¿Es en él en quien piensas cuando te besa en tus senos...?
Es cierto que los años pasan, y que el amor es pasajero...Quizás pienses algún día que has sabido elegir bien, cuando pasen los años y lleguemos a viejos... Entonces se te habrá marchitado el esplendor de tu juventud, y sólo te quedará tu dinero...
¿Tendrás suficiente para comprar el tiempo perdido? ¿Llegarás a conocer lo que es el verdadero amor?
No creo que puedas.
Sin duda que no te faltarán los amigos, y que tendrás aventuras... Pero nunca tendrás un amor como el que conociste en tu juventud, y que rechazaste por dinero.
Yo tengo escrita nuestra historia en forma de poesía, que a veces leo en mi cama, aunque me amarga la vida. Espero saber expresarme de forma que tú me entiendas, pues en eso también difiero de tu marido: yo no tengo títulos, ni nobles ni académicos.
Sólo una cosa tengo: pena por ti, un dolor inmenso, y el amor...Ese amor que a pesar de todo, aunque me está matando, por ti siento.
Lee la poesía que te envío y haz después lo que quieras con ella. Sólo te pido que recuerdes por un momento qué día es hoy, si es que aún está en tus recuerdos.
La he titulado con tu nombre: " La Rosa".
LA ROSA
A orillas del Guadalete,
entre el astillero y el viejo puente,
hay una casa grande con un jardín
lleno de flores y plantas verdes.
Allí crecía un rosal
con una rosa roja,
de aquel jardín en flor,
de todas, la más hermosa.
Sobre sus verdes hojas
destacaba la rosa roja,
y sus tallos de terciopelo
atraían las mariposas.
Un día de primavera,
que lucía un bello sol,
una abeja exploradora
por casualidad la vio.
Se enamoró de la rosa
y al instante se acercó;
llegó a besar sus pétalos
y a tocar su corazón.
Se hicieron muchas promesas
y ... ¡ se entregaron los dos !
Pero un día, cuando se acercaba,
un golpe la derribó... ,
cortando sus ilusiones,
destrozándole el corazón.
A la rosa la cortaron
para alegrar otro hogar,
y el rosal quedó como vacío,
ya no tenía nada que mirar.
En un jarrón de oro
han puesto la bella flor,
para llenar la casa
de perfume y de color.
Muy dolorida, la abeja,
llena de pena y dolor,
arrastrándose por el suelo,
hizo un esfuerzo y..., ¡ voló !
Desde entonces , la abejita,
se conforma con mirarla
a través de la ventana,
y sin poder dejar de amarla.

Más hoy estoy especialmente triste, pues como cada año hoy, a solas con mis pensamientos, celebro el aniversario del día, marcado en mis recuerdos, en el que juramos para siempre amarnos, y nos dimos nuestro primer beso.
Aquel día todo me parecía hermoso, ¡yo alucinaba! Fuimos andando a la playa; pensábamos pasar allí el día, pero nos quedamos hasta el alba...
Todo lo que recuerdo de aquel día te lo cuento en esta carta, cada detalle, cada momento
pasado junto a ti, vida mía..., que fueron para mí los más felices de mi vida:
Las amapolas en el trigal,
los geranios en las ventanas;
tus labios rojos
en tu carita blanca.
Unas rocas,
allí en la playa,
rompían las olas
de espumas blancas.
El Sol en el horizonte,
el despertar del alba,
la belleza de tus senos,
la suavidad de tus nalgas...
Los pinos, que daban sombra,
el trajín de las gaviotas,
la expresión de tu cara
cuando te besaba en la boca.
Una vela allá a lo lejos,
por las azules aguas,
y en el cielo azul,
nubecillas blancas.
Tumbado al sol en Las Dunas,
al canto de las chicharras,
viendo cómo movías el culo
caminando hacia la playa.

FIN

domingo, septiembre 18, 2005

En el nombre de Cristo



La comitiva, compuesta de dos coches y una docena de motos, pasó rauda por la carretera, sin que los niños del colegio tuviesen tiempo de ver al Caudillo, y permanecieron allí sobre la cuneta saludando con sus manos y gritando “Viva Franco” hasta que el último vehículo desapareció de la vista en una curva. Las monjas solían llevar a los alumnos a esperar al Jefe del Estado en aquel lugar cada vez que se enteraban de que iba a pasar por allí  para pronunciar uno de sus discursos desde el balcón del Palacio de Oriente.

El colegio del Niño Jesús estaba situado en una colina, en el kilómetro 3 de la carretera que va desde Fuencarral al Pardo. Era un colegio mixto, donde unos treinta niños y otras tantas niñas vivían al cuidado de las monjas. Los niños estaban separados de las niñas durante todo el día: clases separadas, dormitorios separados y patios de recreo separados. Entre ellos se encontraba Miguel. Allí trabajaba su madre, en la lavandería. El chico, que estaba estudiando el bachillerato en Málaga, acudía allí durante las vacaciones del verano y en las de Navidad para estar junto a su madre, y ayudaba en las tareas del colegio para ganarse los gastos de la manutención: cortaba leña para la cocina, se encargaba de encender las calderas para el agua caliente y la calefacción, regaba y cuidaba de los jardines, etc. Los chicos y las chicas solamente se podían ver  cada mañana en la capilla del colegio durante la misa y en el rosario por la tarde. También comían juntos en el comedor.
Había una chica, Mari Carmen López, una andaluza, natural de Alhama de Granada, de la que Miguel estaba muy enamorado. Él procuraba sentarse en la mesa de forma que pudiese verla mientras comía. Cada vez que sus miradas se cruzaban, ella se ruborizaba y a veces le sonreía.
La monja debió de pensar que había algo entre ellos, pues un día la madre superiora llamó al chico para decirle:  “Ya eres mayorcito para sentarte en el comedor con los niños”. Y le ofreció un puesto de trabajo en una granja cercana al colegio.
Tenía Miguel entonces 17 años y se había matriculado en la Universidad Laboral para el curso siguiente, según le había anunciado doña Carmen Pardo, la presidenta de aquella fundación, que a cambio de que su madre y sus hermanas trabajasen para ella como limpiadoras y lavanderas se comprometió a " hacer de él un hombre de provecho.”  Ella ya se había encargado de pagar los cuatro años de beca de su bachillerato en un instituto de Málaga, como alumno interno. Pero luego le dijo que la Universidad sería para el año siguiente, pues necesitaba que él continuase en la granja hasta que ella encontrase otro hombre que quisiera trabajar en ella, pues uno de sus empleados se había marchado a Alemania.
Eran los comienzos de la gran emigración de la mano de obra española para los países ricos de Europa. Doña Carmen le dijo al chico que tenía que trabajar en la granja de su propiedad, que estaba junto al colegio, y que debía de comer y dormir en ella, en una habitación que tenía preparada para él. Pero, eso sí, no podría dejar de asistir a la capilla del colegio, sobretodo los domingos, para oír la misa.
A Mari Carmen la enviaron a su casa con su certificado de estudios, pero unos cuatro meses más tarde murió una señora mayor que trabajaba en la cocina y las monjas le preguntaron a la madre de Miguel  si conocía a alguien de confianza  que tuviera interés en trabajar en el colegio, pues era difícil entonces el encontrar criada por tan poco sueldo como el que ellas podían pagar. Hay que añadir que el colegio se hallaba en medio del campo, a tres kilómetros de la parada del coche de línea que realizaba el trayecto desde Fuencarral hasta la glorieta de Cuatro Caminos. La madre del chico, que le notaba triste por la ausencia de Mari Carmen, le dijo a la superiora que la chica estaba buscando trabajo y que quizás le interesara el puesto. Fueron a su casa y la contrataron. De esta forma, Mari Carmen y Miguel pasaron a ser  empleados del colegio, con los domingos libres.

Miguel y Mari Carmen se citaron un domingo en Cuatro Caminos, en la parada del coche de Fuencarral. Él acudió al encuentro casi una hora antes, muy preocupado, pues era su primera cita con una chica. Cuando ella llegó, se quedaron un momento mirándose, sin saber qué decirse, pues la disciplina de las monjas había hecho de ellos personas tímidas, reprimidas, incapaces de iniciar una conversación con alguien del sexo opuesto: no estaban preparados para aquel momento. Miguel le propuso de ir al cine, y  se puso muy colorado al pedírselo, el corazón le latía con fuerza y las palabras le salían atropelladamente. Temía que le dijera que no, pues, en ese caso, no sabría adónde llevarla para divertirse y estar a solas. Quizá al Retiro a pasear, o a alguna sala de fiestas; pero recordó que no sabía bailar ni nunca había entrado en una sala de fiestas. Ella aceptó ir al cine. Miguel recordaba el título de una película que le habían recomendado unos amigos y que él había visto el día anterior en un anuncio de la cartelera: “Una mujer decente”, por Catherine Valente. La proyectaban en el cine Príncipe Pío. Al día siguiente no recordaría nada más, no vieron nada de la película. Estaban juntos y eso era lo que buscaban. Allí, en la penumbra del anfiteatro, los dos hundidos en las butacas, se miraban muy nerviosos. Miguel le cogió la mano, le pasó el brazo por encima de sus hombros y la atrajo hacia él. Ella, nerviosa, se dejaba hacer. La besó en la cara, sus mejillas ardían… Estaban como encendidas; su piel suave, sin perfume de ninguna clase, desprendía, sin embargo, un olor muy agradable, como cuando se besa una criatura de dos o tres añitos. No sabían besarse en la boca, pero lo intentaban. Lo hacían tal como lo veían hacer en las películas, que entonces eran censuradas y las imágenes con largos besos cortadas. Las monjas del colegio, cuando proyectaban películas en el salón de actos, solían poner la mano delante del haz de luz del proyector, para impedir la visión del beso del final de las películas.
Miguel  la besaba en los labios, que ella mantenía entreabiertos con su cabeza recostada sobre él. Poco a poco fueron aprendiendo, pues aquellos torpes besos les iban excitando cada vez más y antes del final de la sesión sus bocas ya habían encontrado la forma de acoplarse, y el saborear la miel de sus caricias fue coser y cantar.
El chico estaba locamente enamorado de ella y pasaba el día y la noche pensando en la forma de volver a verla, lo que le iba a decir y dónde y cómo la besaría la próxima vez. Una de las veces que salieron juntos, en una barca del estanque del Retiro, se prometieron para siempre; trabajarían para ahorrar durante unos años y luego darían la entrada de un piso y se casarían…
Eran dos chiquillos que se portaban como adultos, sin el paso previo por la adolescencia, consecuencias de las enseñanzas religiosas del colegio en las que sólo se contemplaban las relaciones amorosas dentro del matrimonio, y el único fin de éste el tener hijos. “Jamás imaginé que se pudiese amar tanto a una persona. Yo vivía para ella, nada me importaba si no estaba relacionado con ella: mi vida era ella”, decía Miguel años más tarde.
Un día fueron a Galerías Preciados para ver cosas, era su cumpleaños y Miguel quería hacerle un regalo. Deseaba darle una sorpresa, pues ella no le había dicho nada sobre la fecha de su aniversario, sino que fue él casualmente quien se había enterado. De pronto alguien les llamó, se trataba de una compañera de trabajo de ella, que también libraba ese día. Al día siguiente todo el colegio sabía que Mari Carmen y Miguel eran novios. Fue poco antes de la hora de la comida cuando les llamó la superiora y, allí mismo, delante de todos, les dio unas bofetadas y les lanzó toda clase de insultos, a pesar de que ya no formasen parte del alumnado del colegio, sino empleados, y con dieciocho años de edad cada uno.
A Mari Carmen la mandaron a su casa, expulsada. Fue acompañada en el coche del centro por una mujer mayor, soltera, miembro de Acción Católica, que llevaba una carta para los padres de la chica en la que se decía, textualmente:”Había sido sorprendida cometiendo actos pecaminosos, inmorales, en un lugar público, en compañía de un alumno del colegio menor de edad. Por lo que se la enviaba de vuelta a sus padres para que éstos la educasen apropiadamente”. Fue inútil que la muchacha clamara diciendo que “Todo era mentira y que ella no había hecho nada malo: era su tarde libre y tenía el derecho a ir adonde le diese la gana.” Esas palabras fueron la excusa para que la señora que la acompañaba la abofetease allí mismo, delante de su madre.
Un rato antes, cuando había llegado a su casa, su madre se alarmó al verla allí a esa hora, acompañada por el chofer del colegio y la señora Julia –así la llamaban en el colegio.
– ¿Qué es lo que pasa, hija? –preguntó
– Aquí le traigo a su hija, señora. Cuide bien de ella, si no desea usted que se haga una mujer mala -dijo la militante de Acción Católica.
Le dio la carta a la asustada mujer que, al leerla, se echó las manos a la cabeza y luego la emprendió a golpes con la inocente hija, bajo la mirada complacida y sádica de la solterona Julia, quien nada sabía del dolor que sufre una madre al recibir un mensaje como el que ella le había llevado.
El padre de la chica trabajaba de albañil y a esa hora no se encontraba en la casa ¡Sólo Dios sabe qué le hubiera ocurrido a la pobre si en lugar de ser la madre hubiera sido el padre quien leyera el primero aquella calumniosa carta!
En cuanto a Miguel, después de recibir la reprimenda, le dieron una carta a Anselmo, su jefe en la granja, y le ordenaron que le sacase el billete y lo metiese en el tren Expreso de Andalucía. Anselmo no debería volverse hasta que viese salir el tren. Además, le ordenaron dirigirse a la Comisaría de la estación de Atocha y decirles a los inspectores que en aquel tren viajaba un chico menor de edad (La mayoría de edad estaba estipulada en los 21 años), que había sido expulsado del colegio por mala conducta, con el fin de que estuvieran atentos y le vigilasen,”no sea que se escape…”
–explicó la superiora. Luego, volviéndose hacia el chico, le dijo:
– Despídete de la Universidad, desgraciado. ¡Cuántos hubieran querido tener las oportunidades que tú has tenido!
Anselmo era un buen hombre, natural de San Martín de La Vega, y trabajaba en la granja del colegio desde hacía seis años. Le daban un buen sueldo, vivienda, luz, carbón y agua. Tenía a su cargo dos chavales, procedentes del colegio, y cuidaba de cuatro mil gallinas. Anselmo no estaba de acuerdo en la forma que las monjas habían zanjado el asunto, pero él velaba por su puesto de trabajo y obedecía ciegamente en todo lo que se le ordenaba. Así que llevó a Miguel hasta Atocha…
El tren salía a las once y media de la noche, y sólo eran las nueve cuando el chico le rogó a su jefe que lo dejase dos horas libres para ir a solucionar un asunto. Le dio su palabra de honor de que a la hora de salida del tren él estaría dentro, sentado en su asiento, y Anselmo confió en él. Miguel salió de la estación y se montó en el tranvía que subía por Delicias hasta Usera.


Hacía frío aquella noche de diciembre y una neblina húmeda formaba círculos alrededor de las luces de las farolas. El muchacho miró una vez más su reloj: las diez y media. Sólo faltaba una hora para la salida del tren, y Anselmo le esperaba en la estación. “Se juega su puesto de trabajo al confiar en mí”, pensó Miguel, que iba de un lado a otro en la acera para entrar en calor, sin dejar de mirar hacia una ventana situada en la tercera planta de aquel inmueble.
Por fin la ventana se iluminó y una mujer se asomó, mirando hacia un lado y el otro de la calle. Cuando vio al chico se detuvo un momento, y luego, sin decir nada ni hacer algún gesto, cerró la ventana. Entonces Miguel se decidió: atravesó la calle, entró en el portal de la casa y subió los tres pisos que le separaban de ella. Esperó un momento para recuperar el aliento y llamó a la puerta. Se escuchó un chasquido al deslizarse el cerrojo y la puerta se abrió: un hombre alto, fornido se quedó mirándole, sorprendido, sin decir palabra. Al fondo de la habitación y detrás del hombre, Mari Carmen y su madre le miraban en silencio. Tenían los ojos enrojecidos y un poco hinchados, como de haber llorado mucho. La chica de pronto se echó a llorar de nuevo y fue a encerrarse en una habitación.
– ¿Qué desea? –, preguntó bruscamente el hombre, que miraba al chico desconcertado y, viéndole tan nervioso y temblando, le dijo que entrara en su casa.
– Mire usted– dijo Miguel al cabo de unos instantes–, a Mari Carmen la han despedido del colegio, acusándola de estar haciendo cosas indecentes con un alumno. Yo…yo soy ese alumno, y le juro a usted, por mi madre, que todo eso que dicen no es cierto; yo a su hija nada malo le hice, ni en público ni en privado. Nadie nos ha sorprendido haciendo algo incorrecto. Lo que pasa es que nos han visto juntos, mirando unos escaparates en Galerías preciados.
– Bueno, y… ¿Qué coño hacíais allí? –preguntó el padre de la chica.
–Era su cumpleaños y yo quería hacerle un regalo para que tuviese de mí un recuerdo, pues yo la quiero, la quiero mucho, y aún más la respeto. Y no la he tocado, ¡se lo juro! Tan sólo sus manos acaricié. Eso no lo ha visto nadie, pues no lo hice en público, que tampoco sería malo, sino en el cine, en secreto. Fue allí donde le dije una y mil veces que la quiero, y que casarme con ella algún día, cuando yo sea un hombre y tenga mi futuro encarrilado, es lo que más deseo. Ahora… No sabe usted cuánto siento que por mi culpa haya perdido su trabajo; que a ustedes les hayan dado este disgusto tan grande, y que a ella, sin haber hecho nada malo, de tal forma y en público la hayan pegado. Si eso es ser cristiano… ¡Malditos sean, que yo reniego..!
– Bueno, hombre… Por el trabajo no te preocupes. Ella está en casa y no le hace falta trabajar, que para eso estoy yo, y me basto. Tiempo tendrá de hacerlo ella, aún es muy joven. Para eso y todo lo demás… Por la carta, no temas, ya la he olvidado, pues conociéndola como la conozco sé que no pudo hacer nada de lo que pueda avergonzarme.
La madre, que había permanecido todo el tiempo callada, le preguntó:
– ¿Y a ti qué te han hecho, hijo?
– Lo mismo que a Mari Carmen: Salgo para Córdoba esta misma noche, con una carta idéntica a la que ustedes han recibido para mis padres.
– Pero, ¿tus padres no trabajan en el colegio?
– No, ya se fueron hace unos meses. Aguantaron todo aquello porque la Presidenta decía que me iba a pagar la beca de la Universidad, pero al ver que lo que hizo fue ponerme a trabajar en su granja, haciendo el mismo trabajo que un hombre pero sin cobrar el mismo jornal, comprendieron que todo era un camelo y que nos querían explotar. Yo seguía allí sólo por estar junto a Mari Carmen…
– Bueno, chico, que tengas suerte –dijo el hombre, cortando la conversación y estrechando su mano. Pero, aunque Miguel insistió en ello, no le dejó ver a su hija para despedirse
Cuando Miguel salió de aquella casa, antes de volver la esquina, se volvió una última vez para mirar hacia la ventana. Sorprendió a la muchacha que estaba mirándole. “Tenía un pañuelo en su mano y me pareció que lloraba, pues se llevó el pañuelo a su cara mientras que agitaba la otra mano para decirme adiós. Yo me acerqué de nuevo a la casa, pero de pronto apareció su madre y cerró la ventana”, me decía Miguel años más tarde en París, mientras contemplaba la Torre Eiffel iluminada desde la ventana de mi habitación.
Cuando Miguel llegó a la estación de Atocha vio a Anselmo junto a la puerta de la entrada. Le notó muy nervioso, dándole continuas caladas al cigarrillo. Anselmo respiró con alivio al verle y lo llevó rápidamente al asiento que le había reservado. El andén de la vía 2, en la que se situaba el Expreso de Andalucía, estaba lleno de gente. Había algunos que hablaban con los viajeros a través de las ventanillas; otros, que les pasaban las maletas. El humo de la chimenea de la locomotora cubría el alto techo de la estación y el hollín volvía a caer, dejando una finísima capa oscura sobre el pavimento. La máquina de vapor lanzó un silbido, anunciando el comienzo del viaje. Anselmo le dio un abrazo al chico para despedirse mientras que, moviendo la cabeza de un lado a otro, decía:
– No es justo lo que han hecho contigo… ¡Cuánto hay que aguantar en la vida, Dios mío...! ¡Suerte, chico!
El tren comenzó a moverse cuando Anselmo le dijo:
– ¿Cómo te has atrevido? – preguntó, adivinando el lugar adonde el chaval había ido– ¿Te imaginas que su padre te hubiera pegado? Después del disgusto que se habrán llevado al leer la carta y con todo el cabreo que tendrán… vas tú y te presentas solo en su casa… ¡Estás loco, hijo, estás loco de atar!
– Creí que debía de ir a dar la cara y explicarlo todo. No me arrepiento de haberlo hecho.
– Bueno, amigo… Adiós y mucha suerte.
Mientras duró el viaje, Miguel no cesaba de darle vueltas a todo lo que le había sucedido en Madrid, en lo pronto que había pasado de ser el hombre más feliz del mundo a ser el más desgraciado. Estuvo a punto de romper la carta que le habían dado para sus padres, para ahorrarles el disgusto; pero no lo hizo, “¿Qué me importaba a mí lo que pensaran mis padres? Para ellos, lo peor es que yo había perdido el trabajo y ahora tendrían que mantenerme; en cambio yo… yo había perdido a Mari Carmen, y con ella lo había perdido todo, hasta las ganas de vivir” –pensaba Miguel mientras el paisaje y las ciudades desfilaban lentamente ante la ventanilla del tren-. Se acordó del poema del rey moro que perdió Alhama, se lo había leído varias veces en el instituto malagueño, y comprendió el dolor que debió de sentir al perder la ciudad que lo era todo en su vida, donde tenía su trono, su ejército y el harén con sus amadas doncellas; pero, según dicen, él tuvo la culpa de todo. Él, en cambio, perdió a su Mari Carmen, de Alhama de Granada, sin tener ninguna culpa, sin haber faltado a nadie: “La perdí por una infamia, dicha por una monja, superiora ella, que se llama cristiana”. Tenía pues eso en común con Boabdil, el rey moro de Granada: los dos perdieron lo que más amaban en la vida por una Causa llamada cristiana.


Siete años más tarde, Miguel volvió a Usera. Fue cuando la revolución estudiantil del año 1968. Durante todos esos años había trabajado duro en París, sin olvidar la promesa que le hizo en aquella barca del parque del Retiro: ahorrar para comprar un piso y casarse… Por eso volvió, aunque nunca había recibido respuesta a sus numerosas cartas. Conducía un coche nuevo, un Renault Caravelle, un precioso coche deportivo y descapotable. También traía consigo una cartilla de un banco francés con un saldo de varios miles de francos, de los nuevos. Fue a su casa; no había olvidado la dirección: calle Julio Merino, nº 4-3º derecha. Miguel llamó a la puerta muy nervioso, estaba ansioso de verla para llevarla a buscar un piso, el que ella quisiera, para formar su nido de amor, el lugar donde pudiese vivir junto a ella y amarla para siempre… Pero no fue ella quien le abrió la puerta… Fue una mujer anciana y enferma, que había alquilado el piso hacía ya algún tiempo. No supo decirle nada de la chica que buscaba. Preguntó en todas las puertas de aquel bloque de viviendas por si la conocían, por si sabían adónde se había ido a vivir… Todo fue en vano, nadie sabía adónde se habían mudado aquellos andaluces de Granada que vivían en la tercera planta.
Entonces Miguel fue al colegio. Pensaba que tal vez la hubieran readmitido al cabo del tiempo, pues es de cristianos el perdonar, aunque nada había de malo en lo que habían hecho. Le recibió insultante, como una fiera, aquella misma mujer solterona de Acción católica, o del Opus Dei, no se sabía bien lo que era, y le dijo: “Jamás la he vuelto a ver, pues en este centro sólo hay sitio para personas decentes y buenas.” Al oír eso, el chico le dijo, recalcando bien sus palabras para que ella lo entendiera:
– Si eso es así, ¿qué haces tú aquí, hija de perra?
A la señora Julia le entró tal sofoco que casi se muere allí mismo. Acudieron a ayudarla su asistenta y una cocinera. “Yo arranqué mi deportivo y salí de allí como una fiera. Estuve dando vueltas con el coche por Madrid, esperando un milagro, algo en lo que ya no creía, pero que, por si acaso, se cumpliera..., ¡que llegase a verla! Fui al barrio en el que ella me había dicho que sus padres pensaban comprar una vivienda cuando pudieran… Entré en una Peña Flamenca, que tenía un letrero sobre la puerta que decía: Casa de Granada. Nada, todo fue en vano. Aquel mismo día me volví a París, porque sin ella, ¿qué hacía yo en España?”

Acabado su relato Miguel, restregó la colilla del cigarrillo en el cenicero que yo le había puesto sobre el alféizar de la ventana, lejos de mí, pues me molestaba el humo. Luego se acercó, miró las notas que yo había escrito en mi cuaderno y me dijo:
– Espero que, si algún día ve esta historia publicada, sepa que yo sí que volví a cumplir mi palabra. No por ser más hombre que nadie, ni por honor, sino porque durante todos estos años jamás pude olvidarla. ¿Qué habrá sido de ella, de mi Carmen, la de Alhama? Aún ahora, después de tanto tiempo, cuando recuerdo con nostalgia el pasado, pienso: ¿Qué hubiera sido de mi vida si entonces yo la hubiese encontrado? ¡Que seas feliz, Mari Carmen, donde sea que estés! Y mirando hacia mí, con los ojos brillantes por la emoción, me dijo:
– ¿Has escrito eso?

– ¡Venga Ya! Vámonos a dar una vuelta por ahí – respondí–. Te estás poniendo ya muy pesado con tu historia. ¿Estás seguro de que a alguien le puede interesar publicarla? Es difícil, muy difícil… Vamos al Olimpia, hoy actúa una artista española; te gustará.
– ¿Quién es?
–Ya lo verás, es una sorpresa.

FIN



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