viernes, agosto 28, 2009

MEMORIA INFAME

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MEMORIA  INFAME

Recuerdo  un día a finales de primavera de esos azules impregnado de aromas que te llenan la cabeza de sueños con la certidumbre de verlos realizados en breve. Me dirigía a una casa situada a la entrada del pueblo a llevar una capacha de verduras de mi huerta: tomates, pimientos, papas, y unas brevas de la higuera que había plantado mi abuelo cuando yo era un niño.

Al acercarme lo vi sentado en la escalera frente a la puerta, jugueteando con un gatito que lo desafiaba panza arriba; él le hacía cosquillas y el minino le mordía y arañaba las manos, mostrando unos finos colmillos en sus fauces abiertas, los ojos mirándole fijos y las uñas extendidas como garfios. 

Tres escalones daban acceso al cobertizo, en cuya madera se enredaban los sarmientos de una parra, creando un techo de hojas de variados tonos verdes, de entre las cuales colgaban unos racimos de pequeñas y compactas uvas, aún inmaduras, vigiladas de cerca por una avispa que revoloteaba de un lado a otro.
Empotradas en el blanco muro de la fachada había unas ventanas cuadradas a cada lado de la puerta donde, escondidas tras unas rejas y flanqueadas por blancos visillos, se asomaban unas macetas de geranios y violetas.
El lado izquierdo de la casa estaba cubierto por una madreselva que alcanzaba al tejado y se aferraba a las tejas de           arcilla roja recubiertas de musgo y manchadas de rodales parduscos por las lágrimas de los años. En el lado derecho, a tres metros de la casa y rodeado de macetas, se hallaba un pozo con brocal de encalada argamasa, cubierto con una galleta de madera sobre la cual descansaba un cubo de lata asido a una soga de esparto.

Lo saludé cuando estaba ya a un par de metros y el hombre se me quedó mirando sonriendo, sin dejar de acariciar al felino con su mano fuerte y sarmentosa, que delataba la dureza con que la vida la había tratado. Tenía el pelo abundante y todo blanco; los ojos vidriosos, cercados por profundas ojeras; la cara llenita, cuarteada de arrugas y tostada por los jornales echados durante años en los campos.

Buenos días tenga usted — le dije, y él me miró en silencio antes de responder.
Buenos días, en qué puedo servirle.
Soy su hijo. ¿No me reconoce?

Y el anciano que me mira muy serio, cribando sus recuerdos, no hallando aquéllos que le unen a mí. Tras unos segundos de doloroso silencio, mueve la cabeza y dice;

Y cómo está usted

No me ha reconocido, no se acuerda de que toda su vida la dedicó a cuidarme, ni que su familia era lo más grande que tenía, y que todo lo había dado por sus hijos.

Estamos bien, padre; los niños en el colegio y tu nuera preparando el almuerzo. Te he traído unos tomates y pimientos del huerto para que veas qué grandes se crían y te los comas en ensalada o fritos. Cuando venga mi mujer le dices que te los prepare —Sé que me va a decir que no: nunca se fue con desconocidos; pero yo le invito— ¿Quieres venir a casa a almorzar con nosotros? Mucho se alegrarán de verte tus nietos, y podrás jugar con ellos y contarle historias… Ésas que hace años me contabas a mí cuando yo era un chiquillo.

Y el anciano  niega con la cabeza; luego dice que no, que está bien allí, que pronto vendrá a verle Antonio, su hijo. No me reconoce, no se acuerda de que fui su niño, su preferido, aquél que llevaba siempre consigo a trabajar al huerto o a cualquier otro sitio, el mismo al que cuando se encontraba con algún amigo le echaba una mano en el hombro y decía muy orgulloso: Éste es mi hijo. 

Ni siquiera recuerda a lo más grande que el mundo ha parido: su adorada esposa, mi madre. La pobre trabajó como una mula para sacar adelante a sus cinco hijos; pero todo fue en vano, pues poco a poco los fue perdiendo: el uno se fue muy lejos, a Australia, tan lejos que no pudo ahorrar para el viaje de regreso. El otro a Francia, que aunque también era lejos hubiera venido si no hubiera caído enfermo; pero los otros dos en accidente murieron, aplastados entre la chatarra de un coche, chillando entre retorcidos hierros. Eso la volvió loca, y la Dama Enlutada se la llevó al poco tiempo.

Sólo quedo yo, testigo del amor y desvelos que de ellos he recibido... Bueno, quedamos dos: mi padre y yo, y esa buena mujer que Dios me ha concedido por esposa, la que ha parido a mis hijos. La misma que a la hora del almuerzo le traerá pan, una cazuela de comida caliente y media botella de vino, le arreglará la casa y le cubrirá de cariño.

Me siento a su lado en el escalón, le ofrezco un cigarro, se lo enciendo y le digo:
—Tienes que venirte a casa, papá, aquí no podemos cuidarte como te mereces... Y te pierdes la compañía de los niños.

Pero él no responde y sonríe. Se gira un poco para acariciar a Tomy, el mastín que guarda la casa, que apareció de súbito en la puerta y se puso a mirarme con la cabeza alzada y gruñendo delante de mi viejo cuando me vio llegar, dispuesto a morir defendiéndolo, y que al reconocerme se ha tumbado a su lado y permanece tranquilo moviendo el rabo. Tomy, un animal que devuelve con interés usurero el cariño recibido de su amo a lo largo de sus diez añitos.

—Bueno, me voy. Cuídese, padre. Luego vendrá a verle su nuera, y tal vez mis hijos.
     —Vaya usted con Dios, caballero. Gracias por el tabaco.


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19 comentarios:

  1. Hola Juan. De nuevo en la palestra tras las vacaciones. Bonito relato donde dejas constancia de las maldades de ese jodido alemán que nos acecha, ese tal Alzheimer, que nos espera al final de la vida para hacernos perder la memoria y el disfrute de nuestros seres queridos. Si nuestros padres pierden la memoria, nosotros no podemos perderla y hemos de seguir llevándole tomates, patatas y pimientos de nuestro huerto de la vida.
    Un afectuoso saludo y vuelvo a leerte y compartir contigo.

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  2. ¡Qué triste! Disfruté con las descripciones iniciales, pero luego algo me encogió las tripas.
    ¡Cuánta razón tiene Antonio! Si ellos no recuerdan, nosotros no podemos olvidar.
    Un abrazo.
    P.S.- Me ha gustado, aunque duela.

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  3. Hola, Antonio, bienvenido de nuevo. Ya he entrado a tu blog y he leído la maravillosa crónica de tus vacaciones.
    Triste final para tantos ancianos, este del Alzéimer, después de tanto esfuerzo no poder recoger los frutos.
    Parece ser que se está estudiando alguna vacuna o tratamiento previsor. Ojalá encuentren remedio.
    Un abrazo.

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  4. Me sorprendes, g,l,r. ¿encogerte tú, el maestro de relatos de terror?
    Bueno, la verdad es que se siente mucha pena al ver personas en esa situación.Triste sí que es el relato, la verdad, pero deseaba contar la realidad de muchas personas que no merecen una vida así.
    Un abrazo.

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  5. Ay, Juan... Qué relato más triste. Y el miedo o respeto que le tengo a esa enfermedad hacen que me llegue más aún... Que pueda padecerla un padre, un abuelo, un amigo o incluso uno mismo, debe ser algo... ni siquiera encuentro la palabra adecuada.

    Me ha gustado mucho leerte;)

    Un besito para ti :)

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  6. Hola Juan !!!

    Esta enfermedad para mi es la mas cruel y el peor cancer... permite que te quedes sin tus propios recuerdos,tus vivencias,tus seres queridos,incluso te arranca a la persona amada de toda una vida haciendola una complta desconocida...Que asco de vida,NI TUS RECUERDOS.

    El relato lo he leido en dos veces,es muy duro.

    Un abrazo.

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  7. Lady Luna, yo también temo a esa enfermedad, debe ser terrible sentirse como un intruso en este mundo, preguntándose continuamente quienes son, y qué hacen en aquí.
    Prometo escribir algo más alegre la próxima vez. Un beso.

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  8. No sé qué decirte, Mari, el cáncer es mucha enfermedad, y además es dolorosa.
    Yo he visto algunas personas con Alzéimer y no parecen sufrir físicamente, sólo que viven con expresión ausente.
    Mejor ninguna.
    Te prometo algo más alegre la próxima entrada.
    Un beso.

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  9. Hola, amigo. Vaya, yo siempre he dicho que las peores enfermedades son las de la mente. Les tengo más miedo que a las otras, porque no hay nada peor que no estar en tu juicio.

    El alzehimer es tremendo porque te va extirpando todo, tus vivencias de toda la vida, los recuerdos de los seres amados, etc. Qué te queda al final de la vida si te despojan hasta de todo aquello que te ha hecho vibrar, sentir: la nada. Toda una vida reducida a la nada. Y la NADA nos aterroriza. Acaba por dejarnos en poco más que un mueble, por no decir, lo doloroso que tiene que ser para los familiares que ven como no son reconocidos. Además, es cierto lo que dices, al final se quedan sin expresión y puede que no recuerden, pero esto, amigo, es gradual, desde que la diagnostican y te das cuenta de lo que te espera hasta ese momento… Como bien dices, mejor ninguna. Ojalá la medicina avance lo suficiente para erradicar o, al menos, minimizar los sufrimientos, puesto que todos partiremos algún día.

    Un tema que nos toca la fibra, sin duda. Un gusto que nos hagas pensar, que también está bien. No hay que esconder la cabeza como el avestruz ante los temas difíciles. Hay momentos para todo en esta vida.

    Un beso,

    Margarita

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  10. Hola, Margarita, gracias por tu valiosa opinión.

    Lo mejor es no tener que enfrentarse a ninguna de esas terribles enfermedades que ya conocemos.Sí podemos, en cambio, preveer sus efectos en nuestra familia tomando consciencia de lo que ello significaría si llegasen a producirse. Pensar que no debemos dejarlos solos,que se sientan queridos. O como dice Antonio: no olvidarnos de ellos aunque ellos nos olviden.
    Un beso, amiga.

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  11. Es triste, sobre todo para los que son espectadores de ese deterioro, pero si el que lo "sufre" no es consciente de ello a lo mejor es feliz; ese padre lo parece. Quizás porque en el fondo sabe que a lo largo de su vida hizo lo que debia hacer y lo hizo bien.
    Besos.

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  12. Tienes razón, Lola, son los que viven en su entorno los que sufren al ver en ese estado a sus seres queridos; ellos, al parecer, no saben que padecen la enfermedad.
    Tampoco sabemos nosotros qué es lo que realmente piensan y sienten

    Un beso.

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  13. Francisco Rodriguez Soto...11:31 a. m.

    Conmovedor relato Juan, me ha llevado a recordar a mi querida Tía Justa, hermana de mi madre, que tenía Alzheimer, y un día no sé cómo, se metió bajo las ruedas de una Alsina cuando llegaba a su pueblo, Berchules, falleció poco despues del accidente, pero era muy triste ver a aquella mujer, que fue tan cariñosa y calurosa con todos cuando era la panadera de la tahona del pueblo, en aquella situación...Me has conmovido con tu relato, Juan Enhora buena Artista...Un abrazo.

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  14. Me partes el corazón, Francisco, qué pena lo de tu tía Justa.Lo siento mucho. Abrazos, amigo, y gracias por compartir tu triste experiencia-

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  15. Juan he visitado tu blog, es precioso y este escrito me encanta,
    escribes de lujo amigo poeta, ya volveré otro ratito.
    Besos Juan.

    Rosario Ayllón.

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    1. Muchas gracias, y bienvenida, Rosario. Muchos besos

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  16. Anónimo9:32 a. m.

    Como decía mi abuela:¡Que dios nos libre!

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    1. ¡Eso, María, que Dios nos libre! Gracias por venir. Un beso fuerte para ti y abrazo a tu marido

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  17. Me has sacado una sonrisa de tristeza. Yo , también tengo 7n familiar, se lo que es.
    Saludos.

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