El tuyo hubiera sido el recuerdo más bonito de mi vida.
Yo era el hombre más feliz al oírte pronunciar mi nombre y decirme cosas bonitas y cariñosas por teléfono. Así mismo era inmensamente feliz leyendo tus promesas y te quieros cuando chateabas conmigo hasta la madrugada por el Messenger.
Intercambiábamos fotos comprometedoras y vivencias íntimas, incluso disfrutabas excitándome con tus sugerencias húmedas sabiendo que yo acabaría mojando mis sábanas.
Saber que viajaste 400 kilómetros para venir a verme con la excusa de darte un baño en la playa —que finalmente no te diste por quedarte conmigo—, me llenó de orgullo y ternura.
Pero luego te buscaste otro novio y una noche, en un pueblo que visitábamos con unos amigos, lo vi salir corriendo furtivamente de tu habitación, y ese recuerdo maravilloso se ha quedado en amarga anécdota.
Ahora es a él al que vas a ver a su pueblo. Te has olvidado de mí porque cuando se ama a una persona todas las demás sobran, pero quiero que sepas que aunque quisieras volver conmigo, que no lo creo, yo ya no quiero: la fruta manoseada no es de mi gusto, ni yo besaría una boca que viene de saborear otra verga.
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