jueves, enero 04, 2018

STAR WARS, LOS ÚLTIMOS JEDI



Representar por medio de imágenes historias reales o ficticias que nos conmueven y transmiten conocimientos es un arte.
El Cine está considerado como el 7º Arte, y hace honor a ese titulo cuando crea películas extraordinarias que sobresalen del resto por su fantasía, por sus decorados, su banda sonora o efectos especiales. Son películas que por las novedades que muestran  se graban en nuestra memoria para siempre:
Ben Hur, Los diez mandamientos, Lo que el viento se llevó, La conquista del Oeste ( Técnica de Cinerama), Terremoto ( Técnica del Sensurround), El coloso en llamas, Terminator, La guerra de las galaxias...


Son tan buenas que muchos cineastas exprimen la idea incansablemente mientras dure el éxito de taquillas.
 Hasta que llega a cansar.

La primera película de la Guerra de las galaxias atrajo a millones de espectadores al cine, De nuevo se podían ver colas esperando todo una sesión para poder entrar en la siguiente. Yo mismo,  esperé con mis hijos dos horas en la cola de la sala que la proyectaba en Valencia, la misma en que  mi suegro y yo vimos Terremoto.
Era algo nuevo, impactante por sus increíbles imágenes y su maravillosa banda sonora, algo nunca visto en el Cine.
Pero Hollywood abusa de la buena fe del público sacando interminables entregas de esta historia. Ayer vi la VIII entrega.

Más de lo mismo.

Comprendo que para quien no haya visto ninguna de ellas ésta le maravillará como me maravilló a mí la primera en 1977. Pero a quienes hemos visto dos o tres capítulos ya no nos conmueve.
Los mismos cazas, las mismas naves, la misma guerra...
Mejor fotografía debido al sistema digital y al trabajo del ordenador, pero ya digo, nada nuevo bajo el Sol.
En la primera hora llegué a bostezar dos veces sin darme cuenta, señal de que me aburría; pero a partir de ahí la historia comenzó a atraparme y la  seguí con interés hasta el espectacular  final.

A pesar de todo lo dicho anteriormente debo confesar que me ha gustado. La sala estaba llena de niños con sus padres, y de adolescentes. A mi lado había una madre con tres chiquillos de entre cuatro a diez años, que miraban asombrados las imágenes. Me emocioné al verles, me recordaba tiempos  de una  época familiar muy feliz.


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