
—¡Psss…!
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Yo no sabía
Que mi nombre en tu boca
Era la suma de todas las palabras de amor.
asonancia
En esta noche fría
Nada rima con esta soledad sin medida
Desazón con quebranto por supuesto no rima
Aunque sí desencanto
Pero no lo consigo
En esta noche helada
Nada rima conmigo
Me dijeron las hadas
Que tal vez mi destino
Es ser un verso libre
Que no tiene sentido
Cómo rimar las olas
La música del viento
La armonía secreta
De tu cuerpo en mi cuerpo
La poesía inconclusa
De tu boca en mi seno
De tu lengua en mi ombligo
Nada rima con eso
Nada rima conmigo
La fatal asonancia
De los sueños perdidos
O tal vez la distancia
O tal vez el olvido
Me rompieron las alas
Otra vez amor mío
Nada rima con nada
Nada rima conmigo.
Son tus manos
Las que nunca se fatigan
De buscar en mi cuerpo
La belleza inventada
Por tu amor.
Caras tristes y cansadas por la decepción y el trasnocheo las que me acompañaban este medio día en el Bar Andalucía.
Y además se fue la luz. ¡Vaya tela!
Antonio, el dueño del bar, que luce reluciente cráneo y espesa barba, me miraba con ojos ausentes, mientras por bajini maldecía a la compañía Sevillana por dejar sin corriente eléctrica a la barriada.
Tiene Antonio frente al mostrador en un estante unos libros apilados que jamás podrá leer, pues no lo dejan un momento tranquilo los clientes. Entre ellos distingo La pista del Lobo, Ángeles y Demonios, y dos tomos sobre el vino.En el de Ángeles y demonios sobresale una hoja marca páginas casi por la mitad del libro: "Lo está leyendo mi mujer", me dice.
La culpa de todo la tiene el Cádiz, que perdió anoche, por 1—3 el primer partido del Trofeo Carranza. "¡Tiene cohone la coza, en el primé partío, eliminao!", dicen a mi alrededor los forofos del equipo, hinchas gaditanos que sólo van al estadio cuando viene el Real Madrid o el Barça, y claro, así no se puede mantener un equipo en primera división. Y ahora, como está en segunda B, tampoco irán a verlo porque ya no vienen equipos de gran categoría.
—Esta noche, el Sevilla contra el Valencia— anuncia uno.
—Entre ellos está el campeón— responde otro.
Y Antonio que mira la nevera y el congelador calculando el desavío que va a sufrir si no arreglan pronto la avería del transformador de la esquina.
— Antonio, pon una cerveza para mi esposa, sin alcohol, y para mí un vino fino —le digo.
Y el hombre no tarda en servirnos, y como no le funciona el microondas, que es donde calienta las tapas, va y me pone un platillo con el chorizo, le hecha un chorro de alcohol y le mete fuego.
Y es que el Bar Andalucía de mi amigo Antonio es lo mejor del mundo entero: una cerveza con una tapa de chorizo a la brasa, 90 céntimos.
Y lo mismo te cuesta la copa con un platito de gambas a la plancha o cocidas, un plato de caracoles o de pescadito frito. No es de extrañar que siempre esté lleno y esté abierto hasta las tres de la madrugada.
— Juan, el lobo se va a morir de viejo y no voy a poder leer tu libro. —me decía mientras encendía el chorizo.
Entonces, una mujer entrada en los cuarenta, que tomaba el aperitivo con su marido sentada en una mesa, dice:
—Tanto presumir la gente de vitrocerámica, lavavajillas y otros tiestos, ¿qué van a comer hoy si no pueden guisar? ¿Cómo se van a bañar para quitarse las mugres que dan estas calores si todo el mundo tiene calentador eléctrico? Yo tengo butano, señores, y a mucha honra, y que a nadie se le ocurra venir a mi casa a guisar o calentar pucheros.
Y se queda mirando a un hombre que la está escuchando mirándola muy fijo y le espeta:
—¿Tú tienes algo que alegar?
—Sí, yo alego lelojes y toda clase de electlodomético.
Hace veintisiete años que llegué a este barrio, desde entonces conozco a Antonio y visito su bar: el mejor del mundo.
No tiene aire acondicionado ni camareros con pajarita ni veladores íntimos; pero allí nos hallamos como en familia, estamos bien atendidos, conversamos y nos reímos y nos vamos a casa satisfechos. Muchas familias acuden con sus niños a degustar sus tapas.
Contemplaba un niño desde un mirador, cogido de la mano de su padre, el grandioso valle de Hecho, admirando la belleza de sus verdes tonos y altos cerros con sus grandes ojos muy abiertos.
—¿Ves, hijo, aquellas cumbres blancas pegaditas al cielo? De allí proceden esas aguas cristalinas que viste en el arroyuelo; ellas dan vida al terreno. Bajan impetuosas con el deshielo y forman ese río tan bonito que pasa por el pueblo. En esos altos prados pasó su vida pastoreando el abuelo.Y ahora nos está mirando desde lo más alto, en alguna parte sobre aquellas nubes.
—¿El abuelo? Quiero subir para verlo, papá.
—Lo verás algún día; todos lo haremos. La vida, hijo, es tal como este valle: comienza suavemente y se endurece con el tiempo; en medio de los obtáculos, poco a poco vamos subiendo. Hasta alcanzar la cima, donde se acaba el proyecto. Es entonces cuando miramos el entorno y descubrimos que estamos solos, que la vida está abajo en el llano, y no merecía la pena tanta lucha, tanto esfuerzo, y que podíamos vivir con menos y haber pasado con la familia más tiempo. Tu abuelo se fue al monte por sus ideas, y en él desapareció.
" Cambiarlo todo para que todo permanezca igual", ¡qué pena!
—No te entiendo, papá.