pintura de Julien Dupré
Aún no había amanecido cuando cantaba el gallo en el corral. Bajo el porche emparrado escuché al perro arrastrar la cadena, intuyendo la aparición de mi padre, que en esos momentos tomaba malta migada en un cazo de lata revestido de porcelana. Al Este, la oscuridad recogía sus bártulos y retrocedía poco a poco, perfilando las aristas de la sierra de Ubrique, que sobresalía por encima de las nubes agazapadas en sus laderas. Mi madre se había levantado la primera y, después de encender la anafe y preparar la malta, introducía en un capazo un trozo de pan y el tocino que se llevaba mi padre para comer al medio día. En la habitación de al lado, separada por una cortina, dormían dos de mis hermanas; la tercera, de 12 años de edad, trabajaba de niñera en el molino y allí dormía. Mis dos hermanos, de 13 y 15 años respectivamente, eran pastores y vivían en el campo con el ganado.
pintura de Julien Dupré
Al terminar el desayuno, mi padre se echó el capazo al hombro, se puso la gorra y salió al campo, desapareciendo por la vereda del cortijo, de donde no regresaría hasta la noche. Mi madre lo despedía en la puerta conmigo en sus brazos. Era una escena tan repetida, que aún se mantiene incrustada en mi retina. El terror a caer en desgracia ante los señoritos, cuyos guardas vigilaban montados a caballo por las tierras de la hacienda; y el temor a quedarse sin trabajo y sin la casa que le habían prestado mientras fuera siervo del cortijo, fue la causa de que mi padre cayera enfermo del estómago y los nervios. La tristeza campaba a sus anchas en la casa, yo no recuerdo a ver visto reír a mi padre nunca en mis años jóvenes.
No fue hasta que emigramos en 1959 a Valencia, donde todos encontramos trabajo, que su rostro se dulcificó y abandonó la crispación con que había permanecido acosado por el hambre y la responsabilidad de proveer alimentos. De no tener ni seguro ni sueldo determinado, sino el que le quisieran dar los señores, comenzó a tener un horario y un salario establecido por ley y a poder disponer por primera vez, a sus 55 años, de una cartilla en el banco.
Luego llegaron los llamados años del Milagro Español, época de compras de viviendas protegidas, electrodomésticos y el SEAT seiscientos; otra época de reducciones de jornadas, de 48 a 40 horas semanales, que luego fueron reduciéndose poco a poco en busca de las 35 horas. Los obreros comenzaron a invertir los ahorros en la segunda vivienda, para disfrutar de los descansos domingueros, alejándose del mundanal ruido de las ciudades, y para dejarles a sus descendientes un valor seguro. La Universidad se puso al alcance de todos y no solo de los ricos. De mis cuatro hijos, dos tienen títulos universitarios: Licenciada en Químicas e Ingeniero Técnico Industrial.
Mi familia y mi seiscientos, Benissa, 1979
Tal como reconoce el Poeta del Pueblo, todo fue posible gracias al esfuerzo, al sudor y la sangre de nuestros viejos.
ACEITUNEROS
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?
No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.
Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.
Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?
Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.
No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.
Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.
¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?
Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.
Miguel Hernández, 1937
Hoy me pregunto, al ver la situación de pobreza que está viviendo tanta gente, de las reformas laborales y la avaricia de los empresarios y banqueros, si mis hijos y nietos llegarán a conocer las condiciones de vida que soportaron mis padres.