Fotos bajadas de Google Images

Se ha apagado la luz que
iluminaba mi alma, me han despertado de mi sueño en el momento en que besaba a mi
princesa, y me enfrenta bruscamente la
realidad señalándome mi sitio, aquél que nunca debí abandonar: el del jardín de los
estigmatizados.
Mi musa ha descubierto mi secreto y huye. Como la anterior. Se aleja
presurosa hacia el Poniente y se pierde entre la bruma. Hoy no habrá una bella
puesta de sol.
Yo me giro a mirar las siluetas de los bloques que lindan con el paseo marítimo. Algunas ventanas están iluminadas, parecen ojos de vigilantes jurados. Las palmeras del paseo agitan sus ramas como brazos, intentando echarme de la playa. Un camarero de pie en una terraza desierta me observa, preguntándose por qué diablos he dejado a medias la caña de cerveza y me he ido al paseo. Un paseo que hoy está desierto y barrido por el viento. Un paseo cuyas farolas proyectan en el suelo un círculo de luz cansada.
Yo me giro a mirar las siluetas de los bloques que lindan con el paseo marítimo. Algunas ventanas están iluminadas, parecen ojos de vigilantes jurados. Las palmeras del paseo agitan sus ramas como brazos, intentando echarme de la playa. Un camarero de pie en una terraza desierta me observa, preguntándose por qué diablos he dejado a medias la caña de cerveza y me he ido al paseo. Un paseo que hoy está desierto y barrido por el viento. Un paseo cuyas farolas proyectan en el suelo un círculo de luz cansada.
Tengo ganas de que pase el domingo. Todos los domingos. Los
domingos y festivos la gente se va, se esconde o viaja. Todo está cerrado y uno
se encuentra las calles, parques y paseos desiertos. Cuando llega el lunes, se
ve actividad: la gente habla, trabaja, se enamora, se citan, se toman un
café y se dan unos besos. Ay los besos... Esos son los que me
han desquiciado.
El camarero continúa observándome, pero no me sacará otra
caña. Me voy a casa.