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sábado, marzo 05, 2011

EL SALÓN DORADO

¡Al fin he acabado de leer este libro!

Me he propuesto hacer lo mismo con los cinco que tengo a medio leer en mi vitrina, entre ellos Los pilares de la Tierra, y Apocalipsis. Son regalos de mis hijos y de una amiga parisina, y no quiero hacerles un feo.

Sí, ya sé que ustedes se lo han bebido, como todos esos de Harry Potter, pero el libro de gustos, ya saben: está en blanco.

El libro El salón dorado me lo regaló el Círculo de Lectores en 1990 cuando me asocié por segunda vez . Lo dejé pronto, apenas leí treinta páginas: no me atrapaba y me parecía una historia increíble.

Sí, ya sé que la literatura fantástica está de moda y cosecha mucho más éxito que otros géneros aunque lo que muestra sea increíble. Pero pienso que el que compra un libro o una entrada para una película de ese género lo hace sabiendo lo que hace y porque le gusta. Difícilmente se aceptaría en una película de alemanes como El Hundimiento que salieran monstruos volando ni espadas de fuego. No; una cosa es escribir sobre la realidad y otra la fantasía.

Pero vayamos al Salón Dorado, cuya contraportada lo presenta así:

El libro está bien escrito, es de fácil lectura y contiene acción y aventura. Sin duda alguna la obra satisface a muchos lectores, pero creo que no basta con que una historia esté bien escrita y sea amena; debe ser creíble.

Dos hermanas se aburren en una pequeña ciudad del sur de EE.UU. y viajan por Europa y otros países, donde trabajan como prostitutas en casas de citas, y al cabo de tres o cuatro años se retiran y montan en Chicago el prostíbulo más famoso y lujoso del mundo. Allí acuden los personajes más selectos de la sociedad americana, incluso hay un príncipe extranjero que viaja hasta esa ciudad expresamente para disfrutar de las bellezas del local.

El club tiene un lujoso restaurante en la planta baja y, sobre ella, varios salones diferentes para usarlos según la nacionalidad y cultura de sus clientes: salón árabe, salón chino, nórdico, europeo, etc...

Todos los salones y suites lucen objetos caros, importados de los más lejanos lugares del mundo: pianos, alfombras persas, fuentes, lámparas y esculturas, bañeras, grifos y vajillas… La mayoría de ellos, de oro macizo.

Al llegar aquí ya me parecía increíble que dos mujeres que viajan a Europa puedan ganar tanto dinero en dos o tres años ejerciendo la prostitución como para montar un negocio de tal categoría.

Yo no soy mujer, pero creo que una chica virgen no da alaridos de placer ni siente orgasmos ni exige más cuando un pene descomunal la penetra por vez primera.

Tampoco me creo esta historia: una mujer bella, que a sus treinta años es la encargada de Relaciones públicas del Alcalde en el Ayuntamiento, recibe la orden de éste de acompañar y mostrar la ciudad a un joven de Texas, que viene a la ciudad para casarse tres días más tarde con la heredera de la mayor empresa cárnica de EE.UU. Ambos se enamoran durante el paseo y prometen casarse cuanto antes. El chico, que en realidad está arruinado y no sabe cómo pagar sus deudas, rompe el compromiso con su novia, tan dulce y tan hermosa como millonaria, perdiendo la oportunidad de librarse de la quiebra para casarse con la funcionaria del Ayuntamiento.

La nota dramática y misteriosa la pone el médico que controla la salud de las prostitutas que trabajan en el prostíbulo. Acude un día a la semana, las examina y luego las va invitando una a una a ir a su casa, donde las viola, las asesina y las hace desaparecer.

Es un libro que hace veinte años quizás llamase la atención por la explicita descripción de los actos sexuales (hay dos o tres fragmentos que yo encuentro pornográficos), en un país que recientemente había sufrido la censura; pero que hoy, donde hasta los niños saben lo que son los preservativos y que ellos no vinieron de París, esos señuelos no interesarían a nadie.

No me ha gustado nada. No me extraña que Círculo de lectores me lo regalase. Me ha recordado una frase que dijo el poeta y escritor José Manuel Caballero Bonald, en una conferencia sobre el vino de Jerez: “Lo bueno no se regala; hay que pagarlo”

viernes, marzo 04, 2011

MÁSCARAS

Óleo de la artista argentina Liliana Lucki

Creía la ninfa que siempre gobernaría los corazones de los hombres, doblegándolos a sus caprichos

Creía ella que la belleza la seguiría siempre, como los insectos del bosque. Buscaba a toda costa el éxito sin mirar atrás, ignorando las llamadas del amor. Cual mariposa primaveral, jugaba con los sentimientos que provocaba en su entorno.

Esta mañana se ha detenido ante el espejo y ha visto una máscara.

«Estamos en Carnaval», ha dicho para justificar la cruel realidad: No era sino una mujer madura, ególatra y patética adicta a los maquillajes, que ahora se plantan en huelga.

jueves, marzo 03, 2011

POLLO AL VINO TINTO

La primera vez que comí este menú fue un día de Navidad en un restaurante situado junto a la estación de metro Rambuteau, en París. Lo recuerdo bien porque me invitó mi jefa y se enfadó luego conmigo porque de segundo plato repetí el primero. No estaba acostumbrada a eso y mi jefa parecía avergonzada de mí y no cesaba de mirar de reojo a los comensales mientras me reprochaba que no supiera comportarme. Pero luego su semblante cambió cuando el chef en persona vino a saludarme, sonriendo muy feliz. Estaba muy contento de que su “coq au vin” me hubiese gustado tanto, me preguntó de qué región de España era y dijo que esperaba comentase con mis amistades mi experiencia en su restaurante. Cumplí su deseo y llevé al restaurante a varios amigos y amigas españoles.
Años más tarde, viajando por el sur de Francia con mi esposa, lo volví a comer. Carmen aprendió a hacerlo y de vez en cuando me lo hace.

Ingredientes:
2 Cebollas grandes.
1Pimiento rojo grande
Pimienta
½ Litro de vino tinto
1 Pollo de 1,300 gramos (poco más o menos)

Lo primero que hay que hacer es cortar las cebollas y el pimiento en pequeñas rodajas, y trocear el pollo.

En una sartén poner un poco de aceite y sofreír los trozos de pollo. Una vez sofrito el pollo se saca y se pone aparte.
En el mismo aceite se echa la cebolla, y cuando esté doradita se añade el pimiento. Freírlo todo.
Después se agrega el pollo, la sal, un poco de pimienta y el vino.
Se deja cocer hasta que el pollo esté tierno.


Cuando esté tierno se sacan los trozos de pollo y se ponen en un plato.
La salsa se pasa por el pasapurés.
Luego se echa en la sartén el pollo y la salsa y se vuelve a calentar hasta que esté a punto para servir.


¡Y ya está! Espero lo prueben y les guste.
Se puede servir con patatas fritas, puré o menestra de verduras.
Nosotros nos hemos puesto a régimen y lo acompañamos con cualquier clase de ensalada. Esta vez fue una de canónigos.

martes, marzo 01, 2011

ROSITA CAMACHO, MI AMIGA

Los inviernos en la sierra de Madrid eran duros, y siempre cogíamos algún catarro cuando nos levantaban a las seis de la mañana y atravesábamos los trescientos metros de parcela que separaba el pabellón de los niños del edificio central para oír la misa.

Íbamos vestidos con pantalón corto, de pana azul; camiseta interior enguatada, de manga larga; y, sobre ella, nos enfundábamos un jersey azul marino, de cuello abotonado sobre el hombro; de calzado usábamos calcetines largos y botas de cartón, imitación piel, marca Segarra, que se mojaban al hundirse en la nieve y se despellejaban en la puntera al jugar al fútbol. Cuando llegábamos a la capilla del colegio, las niñas ya nos esperaban leyendo sus misales sentadas en los bancos de las primeras filas

A veces los catarros devenían pulmonías o tosferina y las monjas hubieron de habilitar una sala dormitorio junto a la clínica para aislar a los que la padecían. No dejaban entrar a nadie por miedo al contagio; pero nosotros entrábamos furtivamente para visitar a algún amiguito, con el deseo tal vez de contagiarnos y unirnos al grupo de enfermos movidos por la excelente comida que les ponían: puré de habichuelas, puré lentejas, puré de patatas, tortillas de patatas, mortadela, huevos fritos, plátanos… cosas que nosotros en el comedor no probábamos, pues nuestra dieta, invariable, era la siguiente:

Desayuno: taza de leche, pan y carne de membrillo.

Almuerzo: un plato de arroz caldoso y amarillo con bacalao, y una naranja o manzana.

Merienda: pan y una onza de chocolate

Cena: coles hervidas y un trozo de queso.

Mientras estábamos arrodillados en la capilla durante la misa, nos llegaba el olor de la cocina. Entonces cerrábamos los ojos y nos concentramos para adivinar qué era lo que preparaban las monjas para desayunar ellas: huevos fritos, tocino, sofrito de coles con patatas y ajito…

¡Así estaban ellas! Cuando llegaron al colegio para reemplazar a las misioneras, parecían escobas largas y enlutadas, que caminaban encorvadas por el peso del velo, y al cabo de seis meses, se convirtieron en barricas, caminaban sacando vientre y mirando alto, y sus caras lucían hinchadas en la prenda de tela blanca almidonada que enmarcaba sus rostros bajo el velo negro

Mis padres venían a visitarnos cuando podían. A veces nos llevaban a su lugar de trabajo, donde mi padre criaba gallinas en un rincón de la finca, yo no me cansaba de verlas.

Sor Benigna era la encargada de la enfermería, y cuando escuchaba toser o estornudar a algún alumno enseguida le ordenaba de acompañarla a la clínica, donde le auscultaba y le daba alguna pastilla de OKAL o inyectaba algún medicamento. Si era grave, lo aislaba enseguida en la sala de enfermos hasta que llegaran los médicos.

Y eso fue lo que le ocurrió a Rosita Camacho, una niña de diez años.

Rosita era muy bonita: delgada, alta y morena, de ojos negros y pelo ondulado; era la novia de Manolín Berrocal. Allí todos teníamos novia, era fácil echarse novia: ellas no lo sabían, pero nosotros las elegíamos, y todos conocíamos y respetábamos a la novia de cada uno.

Mi hermana Ana, la mayor, también tenía muchos admiradores. En la foto, en la terraza del colegio vestida de valenciana, el día de San José.

Luisa y mi hermana Isabel años más tarde en Valencia. La de la izquierda es Luisa, mi antigua novia escolar".

Las peleas surgían cuando una misma chica era la novia de varios, como María Ortega, una niña rubia de doradas trenzas y ojos color cielo, que parecía una de esas muñecas de porcelana que lucían los escaparates de juguetes. María Ortega nos tenía embrujados: era mi novia, y de Miguel, y de Rafa y de Cristóbal y de Manuel Delgado y de…

Finalmente fue la novia de Miguel Santamaría, pues nos venció a todos uno por uno tirándonos al suelo e inmovilizándonos..

Hacía una semana o diez días que Rosita permanecía aislada, cuando un grito resonó en todo el colegio y se expandió como una onda explosiva en el aire, rebotando como eco en las nubes y chocando contra los muros de piedra de las casas del pueblo. Las monjas corrían de un lado para otro, histéricas; los coches de los médicos llegaron de Madrid en breve tiempo, y las campanas de la torre de la iglesia rompieron su silencio: Rosita había muerto de difteria

Su hermano Jaime gritaba como un poseso, y las clases enmudecieron; las lágrimas inundaron los suelos y el aire se llenó de lamentos. Mi madre acudió a vernos, y junto a otros padres, alarmados por tan trágico acontecimiento, pedían explicaciones a las monjas y empleados del colegio. La madre de Rosita llegó en taxi desde Onteniente, en Valencia, abrazó a su hijo llorando, y repetía: ¡Fill meu, fill meu, quina desgràcia, Mare de Déu! (¡Hijo mío, hijo mío, qué desgracia, Madre de Dios!)

No nos dejaron entrar a ver a nuestra compañera hasta bien entrada la tarde. La habían vestido con el traje de su primera comunión, y su lecho estaba rodeado de jarrones con azucenas blancas. Parecía dormir plácidamente y nos pusimos en fila para depositar un beso de despedida en su frente.

Al día siguiente se celebró la misa y el funeral en la iglesia y acudió todo el pueblo. La iglesia estaba engalanada como nunca antes la había visto, un pequeño ataúd blanco destacaba sobre una mesa rodeada de candelabros y de jarrones de plata, cuyas blancas azucenas impregnaban el aire de un dulce y agradable aroma. Las campanas de la torre anunciaban el trágico suceso y unas tres mil personas hicieron a pie el camino turnándose muchos de ellos para llevar sobre sus hombros al féretro hasta el cementerio, situado a 1 km del colegio.

Entre el murmullo de oraciones y cánticos flotaba la pregunta que se hacía todo el mundo:

¿Cómo es posible que suceda esto en un colegio que visitan dos días a la semana los mejores pediatras de Madrid?

Han pasado más de cincuenta años y aún no tengo la respuesta.

viernes, febrero 25, 2011

PAPAS CON CHOCO EN AMARILLO

Dadas las escasas visitas que he recibido últimamente, aprovecharé la ausencia de lectores para descansar de actualizar tan seguido el blog durante un tiempo y dedicarme a escribir la novela que tengo aparcada desde hace un año. Pero no se preocupen, que seguiré visitando los blogs amigos.
Hoy les dejo con una receta más de mi Carmen:
Papas con choco en amarillo.
Una receta casera exquisita, económica y muy sencilla de hacer. Para ello se necesitan los siguientes ingredientes:
1 kg de choco, 1 pimiento verde y medio rojo; 1 cebolla, 1 par de ajos; un poco de pimienta, azafrán, 1 hoja de laurel 1/2 vaso de vino blanco; 2 kgs de patatas y tomate natural triturado.
En un plato se echan cortados en pequeños trozos la cebolla, los pimientos, el tomate y los ajos, se les espolvorea un poco de pimienta.
Se pone una olla al fuego con un poco de aceite y cuando éste esté caliente se le echa el contenido del plato. Sofreírlo todo.
Luego, se agrega el choco cortado en trocitos, removerlo todo para que tome el sabor del refrito. Agregar el laurel, el vino y las patatas troceadas como para guisar. Añadir un poco de azafrán y sal. Agregar agua hasta cubrirlo todo y dejar al fuego
Aspecto del guiso al destapar la olla.
Si se está utilizando una olla Express, dejarlo el tiempo señalado en el manual de uso para cocer las patatas. Si se hace en una olla normal, hay que ir vigilando y pinchando las patatas hasta que estén tiernas.
Y eso es todo. ¿Ven que sencillo?

jueves, febrero 24, 2011

MARIPOSA

fotografía de Brassai
Como el aire besa y se aleja
llevándose el aroma.
Como el agua acaricia el cuerpo
y se lleva la esencia
Al pasar por mi lado
mi corazón te llevas,
mi corazón te llevas.
Bella Mariposa, que en el aire vuelas
Veleidosa, te da igual jaramago o rosa
En la campanilla te posas, y también
en el laurel, en el rosal y el clavel…
con todos te muestras amorosa
Solo tú sabes cuánto lloras
En la soledad de tu habitación
Los hijos, la hipoteca, el colegio…
¡Maldito paro!, entre todos
destrozaron tu corazón.
Te alejas, Princesa
Y me dejas tu aroma,
Te giras, sonríes, amor...
y mi corazón te llevas.
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martes, febrero 22, 2011

MI AMIGO JOAQUÍN

Palacio de la Sagra, Chapinería, antiguo colegio convertido hoy en biblioteca y centro de mayores http://www.panageos.es

Se podía decir que Joaquín Cáceres Macías era un niño especial. A sus diez años cantaba y bailaba flamenco con tal desparpajo que su fama saltó los muros del colegio y se desparramó por todo el pueblo, y el Alcalde don Juan, para aliviar la pesadez de sus discursos y la parvedad de sus festejos, solicitaba a las monjas la presencia del chiquillo en las fiestas del pueblo.

Un tarde, en una fiesta celebrada en el salón de actos del colegio, presidida por la esposa del Ministro de Trabajo, Doña Pepita Larrucea de Girón, realizamos una obra de teatro en la que yo hacía el rol de FelipeII. Lo recuerdo bien porque el collarín plisado de tela blanca y almidonada de mi atuendo me hizo unas ampollas en el cuello en el escaso tiempo que duró la obra. Seguidamente, Joaquín cantó unos fandangos y bailó unos taconeados al son de la guitarra que sonaba en un gramófono de tal modo que erizó la piel de los asistentes, y el Alcalde, conmovido, le hizo entrega solemnemente de la vara de mando, nombrándole alcalde del colegio.

Las monjas nos daban la cena a las siete, y nos acostaban temprano, a veces aún con el sol brillando en el cielo, para luego levantarnos a las seis de la mañana, así nevare o lloviere, para ir a misa de siete. Una vez acostados, la monja permanecía dando paseos por el pasillo acristalado que daba a las habitaciones hasta que nos veía a todos dormidos. Entonces ella se iba al edificio central para cenar y hacer sus oraciones. Y nada más oír que se cerraba la puerta, todos nos levantábamos y comenzábamos a jugar a la guerra, los ocupantes de unas habitaciones con las de otras, usando las almohadas y la ropa como armas.

En el verano, Joaquín esperaba que se marchara la monja del dormitorio y salía a la terraza y saltaba el muro del colegio para coger brevas y uvas de los campos contiguos y luego las repartía con nosotros. Así, mientras las monjas cenaban y luego se confesaban entre ellas y se auto castigaban con el silicio, nosotros compartíamos como hermanos los frutos aportados por nuestro compañero, forjando lazos de amistad que perdurarían en el tiempo.

Era Joaquín, cómo no a su edad, un niño listo, travieso, alegre, valiente y sincero, cualidades que no sé si serán las idóneas para resaltar, pero que lograron que quienes le rodeaban sintieran por él un cariño, una confianza y lealtad que le convertían en el ídolo, en el líder de todos los chicos y chicas del colegio.

¿Que una culebra de dos metros trepaba por el muro y se introducía por los dormitorios? Joaquín se enfrentaba a ella con la lanza que se había hecho con el palo de una escoba, la ensartaba por el medio o por la cabeza y la mantenía clavada contra el suelo.

¿Que un lagarto grande aparecía sobre un colchón de borra de los que se ponían a secar al sol en el patio o en la terraza cuando algún niño se orinaba en la cama?, allá iba Joaquín a enfrentarse a él, y cuando el animal, viéndose acorralado y sin salida, saltaba para morderle, Joaquín le esquivaba y acababa matándole a patadas o con un palo.

En el colegio había un perro mastín que cuidaba el pabellón de los niños. Se llamaba Tomi. Cada vez que alguien se acercaba a la puerta de entrada Tomi enseñaba los dientes, gruñía y ladraba, y cuando pasaban cerca de él, daba saltos con tal ímpetu que parecía que acabaría rompiendo la cadena que lo mantenía sujeto a una argolla clavada en el muro. Lo tenían atado porque solía subirse a la tapia del colegio y saltaba al otro lado para pelearse con los perros grandes de los pastores. Ya los había vencido a todos y había dejado alguno en mal estado.

Y el visitante que llegaba al pabellón, fuese quien fuese cura o monja, niño o niña, auxiliares o empleados, entraba arrastrando su espalda contra la pared contraria, encogido y lleno de miedo, hasta pasar al otro lado. Joaquín y el señor Gaspar, el encargado de mantenimiento, eran los únicos seres humanos que se atrevían a acariciarlo. El chico se acercaba sin temor y lo acariciaba y jugaba con él. A veces le hacía rabiar, tirándole de las orejas y el rabo. ¡Y el perro no le hacía nada!

Poco a poco Joaquín fue presentándonos a todos a Tomi. Nos cogía de la mano y se acercaba al perro diciéndole que le traía otro amigo. El animal nos olfateaba primero y luego se dejaba acariciar. Los domingos que hacía bueno, las monjas nos llevaban de paseo al campo y nos adentrábamos por una zona donde había toros bravos, rebaños de ovejas, perdices y conejos; pero también animales salvajes: zorras, lobos, jabalíes y serpientes. Joaquín se llevaba a Tomi con nosotros y él nos cuidaba.

Joaquín Cáceres Macías, a sus doce años, era el “alcalde” del pueblo, el niño más querido y admirado dentro y fuera del colegio. Pero tropezó con sor María del Rocío, que sentía celos de las atenciones que recibía el niño por parte de la dirección del colegio, del Alcalde y del pueblo entero.

Sor María del Rocío era un monja de unos treinta años, cuyas razones para meterse a monja ella sola conocía; pero no debían ser vocacionales sino otras, pues el odio que sentía por su trabajo y por los niños que estaban a su cargo salía a borbotones de sus ojos negros y ojerosos, que enrojecían de ira y le daban una mirada de loca mientras apaleaba al desgraciado que había osado contrariarla.

Era buena maestra, en cinco años logró que una docena de chicos que no sabían leer, aprobaran el examen de acceso al Bachillerato. Alumnos que más tarde lograron obtener becas para estudiar enseñanzas medias y superiores. Sus métodos, al parecer, eran los usuales de la época: preguntar con el puntero y la regla al lado. Si la respuesta era correcta, te ponía buena nota; si era mala, te pedía que pusieras la mano y te arreaba con la regla de tal modo que se inflamaba la mano y dolía todo el día.

Con Joaquín se ensañaba: en vez de la regla cogía un puntero y le golpeaba como una loca en la espalda, la cabeza o lo que se pusiera a su alcance. Alguna que otra vez rompió el palo en la espalda del niño. Una vez Joaquín consiguió arrebatarle el puntero e hizo amago de pegarle con él a la monja. Luego arrojó la vara por la ventana, mientras ella chillaba histérica y juraba que acabaría con él. El chico tenía todo el cuerpo lleno de moraduras, y cuando los martes y viernes venían los médicos a visitarnos, ella encerraba a Joaquín en el sótano para que no vieran los cardenales. Al cabo de tres o cuatro semanas sin verle, los médicos, los doctores Mora y don Carlos Daudent, le dijeron a la Superiora que no se irían sin ver al chico, y entonces trajeron a la consulta a Joaquín y se descubrió el maltrato sufrido.

Ante los médicos enfurecidos, Sor Rocío declaró que el niño era rebelde, que le insultaba y blasfemaba contra Dios, contra el colegio y contra ella. Y Joaquín fue llevado a un correccional dirigido por frailes, donde recibió tantas palizas que una noche, no pudiendo soportar más vejaciones, saltó por una ventana y huyó; pero vivir sin dinero y sin lugar donde cobijarse no era fácil en Madrid, y lo apresaron enseguida los guardias. Y Joaquín fue devuelto al centro de corrección de menores.
Pasaron los años y un día de invierno de 1960, terminados mis estudios en la Institución de Formación Profesional "Francisco Franco" de Málaga, me encontré con su hermana en un centro comercial de Madrid. Nos alegramos mucho de vernos y nos abrazamos. Ella trabajaba de enfermera y se había casado con un médico; le pregunté por Joaquín y se echó a llorar. Me dijo que había muerto pocos años después de que lo internasen en el correccional


Sor María del Rocío pertenecía a la Congregación de Hermanas de la Doctrina Cristiana, con sede en Mislata (Valencia)

domingo, febrero 20, 2011

EL CHIRINGUITO DEL LAGO EN EL GASTOR

El pasado día 7, mi esposa y yo cumplimos años de casado; pero no pudimos celebrarlo como hacemos cada año, debido a la reciente operación de mi mujer y al mal tiempo que hemos tenido luego.
Hoy, por fin, amaneció un día soleado en Cádiz y mi esposa quiso que la llevara, con muletas y todo, a pasar el día en la sierra en un lugar idóneo para enamorados.

Pero se ve que este año ha entrado con mal fario para mí, y cada vez que organizo algo sale mal.
Habían anunciado para hoy en el Facebok un acontecimiento deportivo en el lago: natación y piraguismo, al que yo quería asistir. Pensaba también alquilar una piragua y darme un paseo con mi mujer por las quietas y verdosas aguas del embalse; pero al llegar allí nos dimos cuenta de que no había competiciones ni gente ni comidas. Así que nos tomamos una cerveza, nos dejamos acariciar y manchar la ropa por los perros del dueño, nos hicimos algunas fotos y finalmente nos fuimos a buscar un sitio para comer.

A unos quince kilómetros del pantano encontramos el restaurante de la Piscina Municipal de El Gastor. Nos gustó el sitio y nos quedamos.
Pedimos algo ligero, por el régimen, ya saben... Y salimos cebados como cochinos.
Nos sirvieron: un par de filetes de solomillos a la pimienta con patatas fritas, una fuente de ensalada mixta, dos tartas de queso con nata y tres cervezas. Todo por 20 euros.

Lástima que esté tan lejos, me gustaría seguir mi régimen allí.

Al parecer, el chiringuito del pantano se llena en el verano. Entonces sí que hay servicio de restaurante y alquiler de barcas, incluso espectáculos musicales. Se halla a unos 14 km de Algodonales, en la carretera de Algodonales a Ronda, pasando el cruce de la carretera de El Gastor, a la derecha.
En color azul el trayecto recorrido desde El Puerto hasta el chiringuito del pantano
Hay que estar atentos para no pasarse del pequeño cartel indicador que dice: Chiringuito del pantano.
Para que tengan una idea del lugar, les muestro las fotos que he hecho.

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sábado, febrero 19, 2011

MI PRIMER VIAJE

Todas las fotos son de internet
Febrero, año 1950.
En la estación de trenes de Jerez de la Frontera, el reloj señaló las diez de la mañana. El jefe de estación levantó la banderita y la máquina del tren Correo de Andalucía dio un fuerte pitido, al tiempo que lanzaba un chorro de vapor por la válvula que empujaba el pistón engarzado en la biela que movía las ruedas. El tren se puso en marcha hacia Madrid, exhalando sonoros suspiros y llenando la estación de humo negro y de olor a carbonilla. Asomados a la ventanilla se hallaban cuatro niños de entre 6 y 12 años: el que escribe, y sus tres hermanas.

En el andén, un par de monjas nos decían adiós con la mano y se iban quedando poco a poco detrás hasta que la perdimos de vista. Poco antes, ellas nos habían presentado al policía que viajaba de paisano en el convoy, encomendándole nuestra custodia, prometiendo que una persona nos estaría esperando en la estación de Atocha y se haría cargo de nosotros.

El vagón era de tercera clase, tenía bancos de madera y estaba atestado de gente que viajaba con sus maletas en medio del pasillo y sus canastos de alimentos sobre el portaequipajes. Sabían que pasarían treinta horas en el tren antes de llegar a Madrid. Las monjas, sin embargo, no nos dieron nada más que un boniato para comer a cada uno. Como no había asiento libre, el policía nos condujo al rellano del vagón, junto a la puerta de entrada, y nos invitó a ocupar las banquetas que había plegadas en las esquinas, advirtiéndonos de no movernos de allí, que él vendría de vez en cuando a visitarnos.

Y poco a poco fuimos acortando distancias, mirando por las ventanillas aquellos enormes y extraños paisajes con los ojos grandes abiertos y el corazón encogido por el alejamiento del hogar paterno y de los amiguitos, angustiados por el temor ante lo desconocido.

Acostumbrados a vivir en los montes de Cádiz, y sin haber visto antes un tren, admirábamos, temblando de frío, los campos llanos y helados de la Mancha. Una sábana de cepas oscuras y podadas desfilaban ante la vista y, cual garras amenazadoras, mostraban sus retorcidos sarmientos presagiando el destino cruel que nos habían asignado.

El boniato se nos acabó antes del medio día y no fue hasta la madrugada que un soldado piadoso, que regresaba al cuartel tras disfrutar de un permiso, compartió con nosotros su pan y sardinas arenques. La sed la saciábamos en el grifo del retrete, que ofrecía un agua de asqueroso sabor. El policía se presentó tres o cuatro veces a controlarnos, pero nunca se interesó por si teníamos hambre o comida. Y cada vez pedía la documentación a los que estaban en derredor nuestro.

El vagón que nos precedía iba cerrado por fuera y los pasajeros nos miraban con ojos tristes a través de una ventanilla enrejada. Según comentaba el soldado con otros pasajeros, se trataba de presos que llevaban a Madrid a trabajar en el mausoleo del Valle de los Caídos.

A las dos de la tarde del siguiente día llegamos a Madrid. El tren iniciaba su entrada en la estación de Atocha cuando el policía vino a buscarnos para conducirnos a la Comisaría de la estación, donde nos esperaba la señorita Conchita, una destacada activista de la Sección Femenina, que administraba el colegio al que nos conducían.

La señorita nos llevó en taxi hasta la Plaza Mayor y nos dejó en una esquina bajo el pórtico, delante de una tienda de espadas y navajas de Toledo.

«Quedaos aquí, voy a hacer unas cosas y ahora mismo vuelvo»— nos dijo.

Y permanecimos en aquella esquina, agotados y muertos de hambre, viendo pasar tranvías y taxis hasta pasadas las diez de la noche, hora en que la señorita regresó. Venía con una amiga, de quien se despidió muy efusivamente antes de introducirnos en el taxi, y continuamos luego el viaje hacia el colegio, ubicado a cincuenta kilómetros, por carreteras llenas de bultos y hoyos. Atravesamos un puente de madera sobre el Guadarrama, que crujía lastimosamente al paso del turismo. Pasaba de la media noche cuando llegamos al colegio y la señorita tiró de la cuerda que accionaba una campanilla en alguna parte del interior. Minutos después apareció una monja de la orden de las Hermanas de la Caridad, cuya crueldad dejaría huellas indelebles en mi memoria.

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viernes, febrero 18, 2011

POTAJE DE LENTEJAS DE CARMEN

Pocos alimentos son tan beneficiosos para nuestra salud como las lentejas.

Siempre se ha dicho que contienen hierro y son adecuadas para prevenir la anemia; pero hay más cosas, y qué mejor que sean los especialistas en Nutrición quienes lo expliquen. He buscado información, y en una página dedicada a la Salud he hallado esta información:
Ventajas de las lentejas para la salud del cuerpo:

• Las lentejas ayudan a reducir el nivel total de colesterol en la sangre.
• Ayudan a reducir la presión arterial.
• Estrés.
• Ayuda a mejorar el transito intestinal.
• Igualmente es excelente alimento para prevenir la osteoporosis y la descalcificación.
• Ayuda en el crecimiento del cabello, piel y uñas.
• Alimento muy recomendado para las personas con diabetes.
• Ayuda a fortalecer en casos de anemia.
• Ayuda a tratar los problemas de Colón.
• Es anticancerigeno.
• Excelente alimente para quienes realizan alguna dieta para la obesidad.

En casa la comemos una vez por semana. Carmen la prepara de la siguiente manera:
Ingredientes: 1 trozo de morcilla, otros de chorizo, ajo a voluntad, media cebolla, 1 patata, vaso y medio de lentejas, 1 pimiento rojo, 1 verde, aceite, laurel, agua y sal.



Se echa todo en una olla normal, se le añade el agua hasta que cubran dos dedos por encima las lentejas; luego se pone al fuego durante media hora aproximadamente, comprobando de vez en cuando si las lentejas están blandas y que no falte agua. Cuando estén blandas se le echa la sal y se remueve.
Nota: el tiempo de cocción de las lentejas varía según la calidad del agua; cuanto más caliza sea, tardará más en cocerse.
De segundo plato Carmen suele hacer filetes de carne empanados y rellenos con beicon, jamón york y lonchas de queso, acompañados de pimientos fritos.
Para ello se cortan filetes muy finos de carne; se toman de dos en dos y entre medio se coloca una loncha de queso, otra de jamón york y otra de beicon. Se juntan como si fuera un bocadillito y se introducen en huevo batido. Luego se meten en un plato de pan rayado, se dan la vuelta para rebozar ambas caras, sacan y se fríen.

miércoles, febrero 16, 2011

SAN VALENTÍN

Foto de http://notingtwear.blogspot.com

El Día de San Valentín te vi en la plaza, nuestra plaza. Paseabas cogida de la mano de un hombre.

Durante un segundo se encontraron nuestras miradas, y una mueca, talvez sonrisa, se dibujó en tu cara.

De pronto te diste la vuelta, y ante el coqueto escaparate de una tienda de modas te quedaste parada. Tu compañero señaló un vestido y te preguntó algo. No respondiste.

Puede ver en el reflejo del cristal cómo te secabas una lágrima. Y te fuiste alejando por la acera, despacito, sin pronunciar palabra.

Yo me quedé sentado en aquel banco solitario, nuestro banco, rodeado de hambrientas palomas.

«Los tiempos cambian —les dije, echándoles maíz—. Este año no ha venido sola».

martes, febrero 15, 2011

ELECTRÓLISIS

La asignatura de Tecnología que estudié en la Escuela de Formación Profesional incluía las diferentes técnicas de producción de gases para la industria. Una de ellas trataba sobre la obtención del oxígeno y del hidrógeno por electrólisis.Está comprobado que si introducimos dos electrodos en una vasija de agua y hacemos circular por ellos una corriente eléctrica continua, los átomos de oxígeno e hidrógeno que componen el agua se van separando y se arriman cada uno a uno de los electrodos, por lo que en un lado se acumulan los átomos de oxigeno y en el otro los de hidrógeno.

Un sistema mecánico va absorbiendo en cada lado el gas que va saliendo de la vasija y lo almacena en botellas a una presión determinada.

Al final del proceso tendremos botellas de oxigeno y botellas de hidrógeno, que podremos usar en soldaduras, hospitales, motores, armamento, etc.

La manipulación incontrolada de ambos gases es explosiva y puede causar daños; pero la unión de los dos gases, sabiamente dirigidos, producen una llama capaz de fundir el acero, perforar metales, y modificar y construir estructuras.

Empleando el hidrógeno extraído del agua, en los años 70, en la primera crisis del petróleo, un hombre circuló en una motocicleta cuyo depósito de combustible contenía agua en vez de gasolina. La prensa vaticinaba un futuro en que no dependeríamos del petróleo y, dado que el agua de los océanos ocupa el 75% del planeta, tendríamos energía barata e ilimitada. Pero los enormes intereses de las petroleras ahogaron el proyecto y ni la humanidad ni el medio ambiente se han beneficiado de sus ventajas.

En Política, sucede lo mismo:

La vasija es la nación, los electrodos son los partidos políticos, la corriente eléctrica son sus programas o ideas, y el agua los ciudadanos.

Vemos que al recibir las ideas partidistas los ciudadanos nos dividimos y separamos unos de otros, y el sistema nos absorbe y nos encauza hacia asociaciones o grupos donde nos echa mano según sus necesidades: a unos para controlar los ayuntamientos, a otros en los barrios, en las asociaciones culturales y religiosas, en los gremios profesionales…

Los unos se quemarán pegando carteles de candidatos en los muros, enfrentándose a los oponentes e intentando convencer a sus vecinos, a sus feligreses, o a los compañeros de trabajo de la bondad de sus ideales. Los otros, enchufados y nominados a dedo por los dirigentes, sacarán beneficio sin mancharse las manos y ocuparán los primeros puestos en las listas electorales para gobernar las corporaciones municipales y parlamentos regionales.

La gestión incontrolada de la opinión pública es explosiva y daña gravemente a la sociedad, enfrentando a unos y otros. Se suceden alejamientos entre familiares y amistades por disentir en las ideas, por obcecarse en defender al partido, negando una evidencia que se refleja hasta en las piedras.

La energía que emana de la sociedad, compuesta de personas diferentes, si fuese sabiamente dirigida, podría usarse para “soldar” fisuras, reparar daños y construir en beneficio del país y los ciudadanos; pero los enormes intereses partidistas y personales de unos pocos hace que ni el país ni la sociedad ni el medio ambiente puedan salir del pozo en que los especuladores y los bancos nos han sumido.

domingo, febrero 13, 2011

ESTRELLA

Hola, me llamo Estrella y vivo en la finca «Las Navas de Gibraltar». Situada a medio camino entre Cádiz y el Peñón, la finca es un verdadero paraíso de cuatrocientas hectáreas, que pertenece a mi familia desde hace… bueno, no sé exactamente cuánto; pero mucho tiempo.

«La Navas de Gibraltar» está dentro del Parque Natural de los Alcornocales y se compone de dos partes: la primera es una gran extensión de pastos naturales de gran calidad; la otra, es monte poblado de acebuches y alcornocales, bajo los cuales me refugio durante todo el año, pues vivo en completa libertad.

Aquí llueve mucho, la mole del Monte Tarik se enfrenta a los vientos y se bate a diario contra las nubes; penetra en ellas y las hiere cruel y dolorosamente, haciéndolas llorar tanto que vierten mil litros de lágrimas por metro cuadrado al año.

La finca es muy bonita, su fama ha alcanzado los confines de la Tierra y mucha gente acude a verla desde los más lejanos países y nos miran descaradamente con unos ojos lascivos, pringados de codicia.

Algunos jeques árabes incluso han propuesto comprarme y llevarme con ellos para formar parte de su harén, ¡qué barbaridad, qué falta de educación! Como si yo fuera un objeto, sin opinión ni sentimientos. Menos mal que tengo a Juan, que me adora y sabe disuadirlos educada pero firmemente.

¡Juan, qué hombre! Pobre, cuánto le he hecho sufrir.

Una chica tan guapa como mimada se quejó de que yo no me mostraba amable y convenció a Juan, que estaba colado por ella, para que me enseñara modales. Y el chico vino a mí decidido a todo, incluso a pegarme si fuere necesario, por complacerla. Al principio yo me resistía, no me convencían sus palabras zalameras ni sus caricias interesadas. Muchas veces me sujetaba e intentaba dominarme subiéndose encima de mí contra mi voluntad. Yo sentía su virilidad pegada a mi cuerpo, sus piernas rodeaban mi talle, violando mi derecho a decidir libremente. Más de una vez peleé con él y le vencía: levantaba de improviso mi trasero y lo lanzaba por encima de mi cabeza, pegándose de bruces contra el suelo.

Pero el chico era tozudo y lo intentaba de nuevo. Para nada.

Al ver que no conseguía sus propósitos cambió de método: dejó a un lado sus malos modales y comenzó a conquistarme piropeándome y musitando en mi oído palabras dulces, mientras me acariciaba suavemente el entorno de las orejas y me besaba en la frente.

¡Ay!, soy mujer y no puedo permanecer insensible ante el amor. Y me dejé llevar…

Al amanecer, cuando los pájaros se despertaban escandalizados y comenzaban sus ruidosos cantos, las hojas de los alcornocales danzaban al ritmo de la brisa y el sol perfilaba de oro la cresta oscura de la sierra, Juan venía a verme y me mostraba su dulzura hablándome y acariciando mi cabeza, preparándome para el acto de entrega amorosa. Al cabo de unos minutos yo sentía el calor de su cuerpo cabalgando sobre el mío. Una leve presión de su rodilla, una caricia en el cuello, un susurro agradecido pidiendo una respuesta bastaba para que yo, toda excitada, le complaciera.

Y así pasó el tiempo; estábamos tan unidos que parecíamos formar un solo cuerpo.

Entonces apareció ella, la pija, la niña mimada. Retozábamos en el corral cuando de súbito se puso a aplaudir. Juan se giró, sorprendido, y todo ruborizado fue a su encuentro y me señaló:

—Ahí la tienes, puedes montarla cuando quieras.— le dijo

¡Ah, no, eso no. ¿Qué se ha creído este imbécil? No estoy dispuesta a formar un trío, yo soy una chica seria, de costumbres conservadoras; no me van ciertas modernidades. Amo a Juan, sí; pero no me dejaré humillar por nadie.

¡Y la joven mimada quería que yo me entregara! Puso las manos en mi espalda e intentó echarse sobre mí, la muy estúpida. Yo no podía permitirlo, por mucho amor que sintiera hacia Juan, y levanté mi torso y manos todo lo que pude y luego me incliné hasta casi tocar el suelo con mi cabeza, lanzando a la chica por encima, yendo a caer a dos o tres metros por delante y quedando postrada en el suelo sin poder moverse y gritando de dolor: se había partido un brazo.

Desde entonces no ha aparecido por la dehesa. Juan parecía desilusionado y permaneció muy serio durante un tiempo; pero ahora creo que ya la ha olvidado. Sólo me tiene a mí, y viene cada día a montarme para perdernos ambos en el espacio infinito…



sábado, febrero 12, 2011

LA ROPA VIEJA DE CARMEN

¿Recuerdan la receta de la sopa de puchero que les mostré hace un tiempo?
¿Qué pasa si hacemos demasiado puchero y luego nos encontramos la olla con muchas sobras?
No se preocupe, todo se aprovecha en el menú casero llamado «Ropa Vieja»:



El caldo que le sobra del puchero se aprovecha para hacer un plato de sopa, echándole fideos o arroz.

Con lo restos de carnes, garbanzos y verduras se hace la Ropa Vieja.

En una sartén con un poco de aceite se echan unos trocitos de cebollitas, ajos y tomate y se hace un sofrito. Luego se le añade al sofrito la carne muy desmenuzada del pavo y del pollo que nos ha sobrado del puchero, los garbanzos y las verduras. Por último se añade un poco de sal y pimienta molida, se remueve todo y listo para comer.

La pechuga y muslos desmenuzados aparecen en el plato de abajo en tiras finas, como si fueran fideos

¡Vaya, con el mismo coste en ingredientes que hicimos para el puchero nos ha salido para otra comida!

Nunca viene mal ahorrarse unos euros, ¿no creen?

Saludos

miércoles, febrero 09, 2011

TU NOMBRE

No puedo olvidar tu nombre

Y eso me confunde

Quiero alejarte de mí,

No quiero ser un juguete

Esclavo de tus caprichos


No soy objeto, sino hombre.

Y, sin embargo, te amo…

Me acompañas siempre

Mal que me pese…


De día te veo en el mar

Caminas desnuda por el agua

Y siempre me das la espalda

Al atardecer veo tu silueta

En el horizonte escarlata,

Y sonríes y me llamas…


Luego llegas en la noche

Entras por la ventana

Silenciosa te desnudas

Y, sin vergüenzas,

decidida y desbocada

Sobre mi cuerpo cabalgas

La luz de luna plateada

Se refleja en tu espalda

Entrecortados gemidos

Escapan de tu garganta…


¡Que no, que no, que no…!

No quiero recordar tu nombre

Ni tus juegos amorosos

Ni tus zalameras palabras

Sólo quiero vivir, ¡vivir!

Y tu recuerdo me mata

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