Me he propuesto hacer lo mismo con los cinco que tengo a medio leer en mi vitrina, entre ellos Los pilares de la Tierra, y Apocalipsis. Son regalos de mis hijos y de una amiga parisina, y no quiero hacerles un feo.
Sí, ya sé que ustedes se lo han bebido, como todos esos de Harry Potter, pero el libro de gustos, ya saben: está en blanco.
El libro El salón dorado me lo regaló el Círculo de Lectores en 1990 cuando me asocié por segunda vez . Lo dejé pronto, apenas leí treinta páginas: no me atrapaba y me parecía una historia increíble.
Sí, ya sé que la literatura fantástica está de moda y cosecha mucho más éxito que otros géneros aunque lo que muestra sea increíble. Pero pienso que el que compra un libro o una entrada para una película de ese género lo hace sabiendo lo que hace y porque le gusta. Difícilmente se aceptaría en una película de alemanes como El Hundimiento que salieran monstruos volando ni espadas de fuego. No; una cosa es escribir sobre la realidad y otra la fantasía.
Pero vayamos al Salón Dorado, cuya contraportada lo presenta así:
El libro está bien escrito, es de fácil lectura y contiene acción y aventura. Sin duda alguna la obra satisface a muchos lectores, pero creo que no basta con que una historia esté bien escrita y sea amena; debe ser creíble.
Dos hermanas se aburren en una pequeña ciudad del sur de EE.UU. y viajan por Europa y otros países, donde trabajan como prostitutas en casas de citas, y al cabo de tres o cuatro años se retiran y montan en Chicago el prostíbulo más famoso y lujoso del mundo. Allí acuden los personajes más selectos de la sociedad americana, incluso hay un príncipe extranjero que viaja hasta esa ciudad expresamente para disfrutar de las bellezas del local.
El club tiene un lujoso restaurante en la planta baja y, sobre ella, varios salones diferentes para usarlos según la nacionalidad y cultura de sus clientes: salón árabe, salón chino, nórdico, europeo, etc...
Todos los salones y suites lucen objetos caros, importados de los más lejanos lugares del mundo: pianos, alfombras persas, fuentes, lámparas y esculturas, bañeras, grifos y vajillas… La mayoría de ellos, de oro macizo.
Al llegar aquí ya me parecía increíble que dos mujeres que viajan a Europa puedan ganar tanto dinero en dos o tres años ejerciendo la prostitución como para montar un negocio de tal categoría.
Yo no soy mujer, pero creo que una chica virgen no da alaridos de placer ni siente orgasmos ni exige más cuando un pene descomunal la penetra por vez primera.
Tampoco me creo esta historia: una mujer bella, que a sus treinta años es la encargada de Relaciones públicas del Alcalde en el Ayuntamiento, recibe la orden de éste de acompañar y mostrar la ciudad a un joven de Texas, que viene a la ciudad para casarse tres días más tarde con la heredera de la mayor empresa cárnica de EE.UU. Ambos se enamoran durante el paseo y prometen casarse cuanto antes. El chico, que en realidad está arruinado y no sabe cómo pagar sus deudas, rompe el compromiso con su novia, tan dulce y tan hermosa como millonaria, perdiendo la oportunidad de librarse de la quiebra para casarse con la funcionaria del Ayuntamiento.
La nota dramática y misteriosa la pone el médico que controla la salud de las prostitutas que trabajan en el prostíbulo. Acude un día a la semana, las examina y luego las va invitando una a una a ir a su casa, donde las viola, las asesina y las hace desaparecer.
Es un libro que hace veinte años quizás llamase la atención por la explicita descripción de los actos sexuales (hay dos o tres fragmentos que yo encuentro pornográficos), en un país que recientemente había sufrido la censura; pero que hoy, donde hasta los niños saben lo que son los preservativos y que ellos no vinieron de París, esos señuelos no interesarían a nadie.
No me ha gustado nada. No me extraña que Círculo de lectores me lo regalase. Me ha recordado una frase que dijo el poeta y escritor José Manuel Caballero Bonald, en una conferencia sobre el vino de Jerez: “Lo bueno no se regala; hay que pagarlo”