fotos de internet que nada tienen que ver con la protagonista de esta historia.
Lo tenía todo: buena casa en la ciudad, otra en la montaña para esquiar en el invierno,
y una más en la costa para veranear; tarjetas sin límites, marido, amante excepcional e
hijos a quienes adorar.
Y sin embargo se aburría y la envidia la consumía
cuando de los éxitos de sus amigas en
las redes sociales leía.
Y un día, armándose de valor, se miró en el espejo y se dijo: ¿Por qué no
lo puedo hacer yo?
Y se sentó en una hamaca a tomar el sol en su jardín y, mientras el sol le calentaba los sesos,
ella comenzó a discurrir: Montaría una tienda; ¡no, mejor un bar!, algo de cara
a un público que pudiera encandilar. Pero de todo eso sobraba en las calles, y
algunos se habían visto obligados a cerrar.
De pronto se hizo la luz,¡Clink! Una idea iluminó su
ardiente cabecita y ella en la hamaca saltó y corriendo a su ordenador acudió.
Un libro de recetas de cocina biologicoesteticoalimentaria, algo nuevo para el
consumidor.
Escribió a todas sus amigas para pedirles que, por favor, convocasen
una reunión; ella puntualmente acudiría y les presentaría el libro y les haría
una demostración; luego se repartiría el guiso entre los asistentes a la
reunión.
Y allá que iba ella viajando en tren o en avión, siendo reina
por un día en la reunión, donde explicaba las ventajas de su arte, vendía su
libro y guisaba con todo primor.
Todo los invitados probaban sus delicias, incluso algún
desconocido que se colaba en la sala del hotel. Con una copa de vino
finalizaba la reunión, todos se despedían con besos y agradecimientos hasta una
ocasión posterior.
Luego, cuando se marchaban, ella hacía balance de su gestión: 10
euros pagó por editar cada ejemplar, y 25 ejemplares vendía de promedio, a 20 euros unidad = entre 200 y 300 euros de beneficio ¡Eureka, esto marcha!, exclamó.
"No, querida, no... haz bien las cuentas" decía la voz de su interior.
180 viaje de ida y vuelta, más 90 de hotel, más las copas, manuntención...
¡No pasa ná!– decía
cerrando el blog de notas–, ¿y lo que disfruto yo, eh?, ¿eso no cuenta?
Subía a su habitación satisfecha, leyendo
su nota de prensa y apreciando el cariño que
la gente tanto le prodigó... y exclamaba: ¡Soy
feliz! ¿Qué más quiero yo?
Pero estaba agotada y entraba en el baño, en agua con sales se sumergía y se hallaba tan a
gusto que allí mismo se dormía.
Ella nunca supo –nadie se lo dijo por pudor– que aquellas
noches las farmacias de la ciudad vendían tantos antidiarréicos como libros compraban los
amigos que asistían a sus reuniones. Y todo por probar el exquisito manjar que ella
les ofrecía, ¡que estaba malo de cojones!
Lo malo que tiene esto de no decir la verdad es que ella,
que ignora lo que piensan sus amigos, piensa de nuevo publicar.