FRAGMENTO DE MIS MEMORIAS
Aquella tarde de 1989 flotaba en el aire
mucha expectación en la sala del Colectivo Cultural Rafaél Alberti: el poeta llegaba a
Sevilla para instalarse definitivamente en su ciudad natal. El tema a debatir era enviar
una delegación al aeropuerto para recibirle.
Nos hallábamos en la primera planta de la sede del Partido
Comunista, en la calle Larga , 62. de El Puerto de Santa María.
El Colectivo Cultural Rafaél
Alberti, del cual yo era el Presidente, era
un pomposo nombre para un grupo que sólo se componía de seis o siete socios,
los mismos que estábamos reunidos aquella tarde, unos eran sindicalistas de CC. OO; otros, afiliados
a Izquierda Unida.
Durante
dos años, el Colectivo mantuvo correspondencia con Alberti, quien nos puso al
corriente de su próxima vuelta a España. Nos
dedicamos a promocionar la obra del poeta, dando charlas, trayendo a
conferenciantes para hablar de diversos e interesantes temas de actualidad. Más de una vez, hubimos
de agasajar al invitado para quitarle el amargo sabor de encontrarse la sala
vacía, pues, aparte de la ejecutiva del Colectivo, nadie acudía a las
conferencias. Pero aunque todo eso nos costaba dinero de nuestros bolsillos no
había problema: con las subvenciones que anualmente concedía el Ayuntamiento,
lo recuperaríamos. Para conseguirlas, sólo necesitábamos presentar un
programa anual de actividades y posteriormente
las facturas derivadas del mismo.
El primer problema surgió cuando debíamos elegir
a los dos miembros del Colectivo que debían viajar a recibir al insigne poeta
al aeropuerto a su regreso a El Puerto al finalizar su exilio. Lo lógico era
que fuese yo como Presidente, pero rápidamente se abrogaron el derecho, por su
mayor antigüedad, un socio que era empleado del Ayuntamiento en el
mantenimiento de parques y jardines y la secretaria del grupo, su amante.
Para ello demostraron sus amplios
conocimientos de la obra de Alberti, del cual eran, al decir de ellos, sus más
fieles seguidores.
Yo, la verdad, aparte de unas
cuantas poesías y de lo que había leído del poeta durante la Guerra Civil en la
biografía de Miguel Hernández, al cual despreciaban todos los famosos de su época,
exceptuando a Neruda que creía en él y lo ayudaba, no sabía nada de Alberti.
Además, mi nombramiento como Presidente había
sido accidental: debíamos elegir nuevo Presidente y Secretario y nadie se
presentaba. El anterior dimitió un mes antes porque había sido elegido concejal
del partido Comunista y no quería que su firma apareciera en la solicitud de
las subvenciones; pero en realidad era él quien seguía dirigiendo el grupo. Y
fue él quien propuso que fueran los amantes a recibir a Alberti.
—
Tú ya te beneficias de las entradas gratis al teatro, a los conciertos y
corridas de toros que envía el Ayuntamiento a
todos los presidentes de entidades socioculturales. No quieras abarcarlo
todo — me dijo.
Era cierto. Al igual que a los
presidentes de todas las asociaciones culturales y vecinales, el Ayuntamiento
me había enviado entradas a dos conciertos de la Orquesta Filarmónica de
Sevilla, a la obra "El hombre deshabitado" de Alberti, y a dos
corridas de toros. A éstas nunca fui ni
permití que nadie fuera en mi lugar: rompí las entradas en el acto. No podía apoyar una fiesta que
detesto. Los animales merecen respeto.
El segundo problema llegó a la
vuelta del viaje: nuestra delegada, adelantándose a su amante, recibió en nombre del Colectivo a Rafaél
Alberti y el poeta le obsequió con un ejemplar de La arboleda perdida, firmado y dedicado a su nombre.
Yo le dije que el libro
pertenecía al Colectivo Cultural Rafael Alberti, a quien ella representaba y era el que corría con los gastos del viaje.
— Mira, compañera: si no hubiera
sido porque ibas en nombre del Colectivo, el poeta Alberti no te hubiera atendido.
Es lógico que el libro se quede en la biblioteca del grupo, ¿no te parece?
— El
libro me lo ha regalado a mí, como demuestra la dedicatoria.
Y se quedó con el libro.
El tercer problema, y el último
para mí como Presidente, fue la exigencia por parte del concejal y el resto del
Colectivo de estampar mi firma en una factura de una actividad que no habíamos
realizado para poder cobrar la subvención. Me negué rotundamente, y ante la
insistencia porque se acababa el plazo para reclamar ante el ayuntamiento,
dimití y abandoné el colectivo.
Cuando Alberti llegó a El Puerto,
tras muchos años de exilio, fue recibido y acaparado por las autoridades. Le
procuraron un chalet en Las Viñas, una urbanización cercana a Valdelagrana, y
fue numerosas veces galardonado, siendo el reclamo de numerosos actos del
Ayuntamiento. A veces, aun agotado y sin poder tenerse en pie, le obligaban a
asistir a actos oficiales, como la presentación de la Feria de Primavera.
Nunca tuvo tiempo para visitar al
Colectivo que tanto tiempo le había dedicado. Fue la razón, creo yo, de que
éste desapareciera.