
Ayer vi la película Ángeles y Demonios.
Fui acompañado de mi esposa. Ella no ha leído el libro; yo sí. Por ello nuestras opiniones difieren un poco.
Para el que no tiene la referencia del libro, es una película de misterio y acción bien conseguida y con unas imágenes preciosas de Roma y sus monumentos, tomadas desde ángulos que no permiten ver las visitas guiadas de turistas. Yo, sin ir más lejos, he visitado varios de esos lugares en Roma y no los aprecié tanto como ayer: no es lo mismo ver desde unos metros una escultura de un ángel y sacarle fotos que verla detalladamente con grandes planos mientras se observa a sus pies a un hombre que se está muriendo desangrado en la misteriosa penumbra del edificio que la contiene. No es lo mismo fotografiar la cúpula de San Pedro desde la plaza, que ver la plaza desde la posición del protagonista sobre la cúpula.
Resumiendo: las imágenes y efectos especiales, son extraordinarios. La trama, misteriosa, apasionante y didáctica, con un final inesperado, no permite un momento de respiro en las dos horas que dura la cinta
La interpretación de Tom Hanks, para mi gusto, es floja y sosa, no cuaja. Le viene ancho el papel. No es la mejor interpretación que he visto de él. Hubiera sido un papel idóneo para alguien acostumbrado a los temas policiacos o las aventuras, como Clint Eastwood o Hugh Jackman, el protagonista de Australia, por ejemplo. La protagonista tampoco me ha impresionado, ni siquiera recuerdo ya su nombre.
Mi esposa salió encantada del cine; yo también, aunque presencié una historia diferente a la del libro que guardo en mi vitrina. En el original, el profesor es despertado a las cinco de la mañana en su casa de New York e invitado a subir en un avión privado, un modelo único que vuela a 15 veces la velocidad del sonido y lo deja en una hora en Berna, Suiza. Se describe con detalle a la aeronave, propiedad del dueño del laboratorio de aceleración de partículas y ensayos nucleares más importante del mundo.
La película comienza con el profesor nadando en una piscina a las cinco de la mañana, y recibe la visita de un emisario que viene para llevarlo a Suiza, y nada se menciona ni se aprecia del avión que lo lleva, sino que él sale de la piscina y luego aparece ya en Suiza visitando el laboratorio.
En el original de Dan Brown, el lector adquiere unos conocimientos notables acerca del lugar donde se halla el laboratorio, de la seguridad enorme que lo protege de miradas indiscretas, y las investigaciones que se llevan a cabo en su interior. De forma muy amena y sencilla, se aprende lo que es la materia y la antimateria, las ventajas para la humanidad y los inconvenientes, y los intentos que se vienen realizando para conseguirla.
En cambio, en la película, nos muestran deprisa cientos de metros de tubería entre paneles metálicos y pantallas de televisión mostrando destellos y luces que viajan de una a otra mientras una voz va explicando algunos detalles del experimento. Mi esposa, que no ha leído el libro, no se enteró de nada; yo entré en el laboratorio que ya conocía por las descripciones del libro y comprobé con agrado que, gracias al trabajo de documentación de Dan Brown, yo tenía más datos acerca del proceso que el profesor que habían llevado allí para descubrir la trama: el robo del artefacto que contiene la antimateria conseguida en el experimento tras años de pruebas.
En la película, uno de los asesinos es descubierto gracias a una grabación de las videocámaras de seguridad, y el asesino se inmola allí mismo al verse descubierto. En el libro, el mismo personaje sale al balcón de la plaza de San Pedro, abarrotada de gente que espera la fumata blanca de la elección del nuevo Papa. Todo el mundo lo saluda creyendo que es el elegido, mientras éste vierte líquidos inflamables sobre su cabeza y se inmola ante ellos.
En la novela surge un bonito romance entre la pareja de protagonistas; en la película es una relación fría, exclusivamente profesional, y no se ve ni un solo gesto que indique algo más. Es más: no vi ni un solo beso, ni siquiera en la mejilla.
La catástrofe temida está mal realizada, no es creíble. No es creíble que la onda de una explosión de una potencia de cinco megatoneladas, prevista para destruir la ciudad de Roma, que tiene lugar en las nubes sobre la catedral de San Pedro, llegue al suelo, levante violentamente a coches, personas y vallas metálicas en el aire y ni una sola columna ni estatuas de la plaza resulte afectada y todo siga igual después de la explosión. No, no pido que hubieran destruido el Vaticano para hacer la película, pero hoy se utiliza el ordenador para los efectos especiales, y al menos debería verse algún daño en los edificios.
A pesar de todo, la película es impresionante y me ha gustado mucho por lo misterioso y criminal del argumento, por el ritmo trepidante, por lo que cuenta sobre las zonas oscuras de
Pero yo prefiero el libro.