Adela es una
mujer soñadora, no se amilana por la crisis. Las penurias que ahogan su
vida tienen que cambiar, es imposible que puedan empeorar con las largas jornadas de trabajo de puerta en
puerta que dedica a su empleo de
vendedora de productos AVON.
Su marido está en paro, como casi todo el mundo, y
sólo esporádicamente acude a reemplazar de noche al vigilante de una gasolinera.
Cada vez que ella pasaba por la iglesia del
Hospitalito entraba a pedirle un milagro
a san Judas, pero al parecer también el santo estaba apuntado en el INEM: el
milagro no llegaba.
Fue justamente el día de su cumpleaños que recibió
una llamada de teléfono de un señor de Madrid, que decía ser Coordinador de
Ventas de productos Avon en el territorio nacional, y que habían notado su gran
dedicación y excelente rendimiento, motivo por el cual la premiaba con un SEAT IBIZA y un ingreso en
su cuenta de 6000 euros, animándola a continuar su labor con la misma
dedicación. El coche tardaría una semana, el tiempo de matricularlo a su
nombre.
¡Adela casi se desmaya!
Al día siguiente acudió a su banco a actualizar su
cartilla, y ¡oh, milagro!: ¡El
ingreso aparecía reflejado!
Ella, hecha un manojo de nervios, no sabía si reír o
llorar, si gritar a todo el mundo lo que le había sucedido a guardar el secreto
para darle la sorpresa al marido cuando tuviera el coche.
Decidió guardar el secreto.
¡Pero eso había que celebrarlo!
Fue a decirle a una amiga que tenía ganas de
divertirse, que llevaba demasiados meses sin salir ni a comer un domingo en una
venta y que estaba cogiendo depresión. Su amiga le dijo:
— La depresión te la quitas esta noche de encima si
me acompañas a la despedida de soltera de mi sobrina. Te espero a las nueve en
mi casa y nos vamos juntas.
Y así fue.
Se vistieron de negro como habían acordado las
invitadas, en señal de luto por la muerte de la libertad de la novia, y se
presentaron en el restaurante.
El local estaba lleno y la cena fue deliciosa. Al
finalizar pasaron a una sala contigua reservada para ellos, donde había un
estrado, y tomaron asiento en primera fila.
Adela nunca
había estado en una despedida de soltera, pero sabía de oídas lo que en ellas
sucedía. Estaba muy nerviosa.
Al poco sonó la música y apareció en el escenario un
hombre vestido de Batman, quien poco a poco, mientras se movía al ritmo de la
música, fue despojándose de la ropa hasta quedarse con un minúsculo tanga y la
máscara. Todas las mujeres tenían los ojos casi fuera de las órbitas, clavados
en el bulto que lucía orgulloso el
Boy en su entrepierna.
"A ese tío me lo tiro yo aunque me cueste medio
millón de euros", pensaba Adela, con la boca seca por el ansia y los
nervios.
De pronto el Boy bajó del estrado y comenzó a mover
sensualmente su cuerpo a pocos centímetros de la boca de una de las asistentes.
Ésta le besó el paquete e introdujo la mano para palparlo. Las demás, fuera de
sí, como poseídas por el Diablo, pedían al Boy que fueran a ellas. Todas le
metían mano.
Adela, que
estaba pasmada al principio, deseaba con todas sus fuerzas acariciar los atributos del Boy, que ya
estaba a medio metro de distancia.
Por fin le tocó el turno a ella y prácticamente
lanzó sus dos manos al ansiado regalo, "Dios mío que bombón",
exclamó.
Sin pensárselo dos veces le bajó el tanga al Boy
dispuesta a tomar un segundo postre, cuando de pronto se quedo pasmada mirando
los atributos con la boca abierta y sin decir palabra:
¡El Boy tenía un tatuaje a
lo largo del pene y un testículo más gordo que el otro!
¡No podía ser verdad!
Se puso en pié y le arrancó
la mascara de Batman al Boy.
¡¡¡ ¿Túuuuuu?!!!
¿Pero tú no estabas trabajando en la gasolinera, so hijoputa?