jueves, septiembre 08, 2005

Carretera y manta



Buscarse la vida…Nada hay más triste como el abandonar el hogar, la familia y el entorno natural en el que uno vive para buscarse la vida, el sustento de la familia. Significa estar lejos de casa, en tierras extrañas, solo, y pagando precios abusivos de hospedaje impuesto por avariciosos comerciantes, que parecen empeñarse en que sus eventuales clientes jamás vuelvan a verlos.
Representantes de comercio, trabajadores temporeros, transportistas, técnicos de montajes industriales, o chavales que cumplen destino en el Ejército son las víctimas del obligado destierro.
Entre ellos estuve yo bastante tiempo: me vi obligado por la falta de trabajo en El Puerto a abandonar mi casa e ir hasta Carboneras (Almería) para participar en la construcción de la central térmica de Endesa.
Mi plan era volver a casa una vez al mes, pues la central eléctrica se hallaba a más de quinientos kilómetros de Cádiz, demasiados para realizar el viaje semanalmente. Entonces no había autovías, sino una pésima carretera que atravesaba por en medio de cientos de pueblos y ciudades, donde parecía haber más semáforos que habitantes.
¡Qué despacio pasaban los días! Los contaba uno a uno para saber el tiempo que quedaba para volver a mi casa y pasar unas horas, pocas, con la familia. Los domingos los pasaba dando vueltas por el pueblo, de bar en bar, tirando el dinero que tanto sudor me costaba; aburrido y soportando los abusivos precios que me cobraban por cualquier cosa los comerciantes, que se creían que el dinero nos llovía del cielo, como el bíblico maná.
Finalmente, un día tomé la decisión: los viernes, a las cinco de la tarde,  acababa mi trabajo y yo saldría volando para mi casa, cruzando montes y barrancos con mi viejo compañero: un SIMCA 1000. 
Tendría que ir deprisa, pues a las ocho de la mañana del lunes debía de estar en mi puesto de trabajo, si quería conservarlo.
Entre esos dos días, más de mil kilómetros me hacía, desde Cádiz hasta Carboneras. ¡Qué larga es la carretera! Carreteras llenas de interminables obras para las nuevas autovías, que hacían temible el viaje de cruzar Andalucía. ¡Qué larga es la carretera, Dios mío, cuando se viene desde tan lejos a pasar tan solo un sábado y el domingo!
Se van contando los kilómetros, las ciudades, los pueblos… Hasta que al fin se llega a casa, donde te esperan, aún levantados, la mujer y los hijos. ¡Qué inmensa alegría le embarga a uno al llegar a su casa, abrazar y besar a los suyos, sentirse de nuevo en su hogar y coger en brazos al más chico!
Qué tristeza, en cambio, cuando llega la noche del domingo… Hay que volver al trabajo y, después de acostarse los niños, viajar durante toda la noche para estar por la mañana en el sitio.
Un día de aquellos, que me sentí muy solo en mi habitación, escribí esto que quiere parecerse a un poema. Vaya en honor de todos aquéllos que, de una forma u otra, se hallan ahora mismo en la misma situación que yo he vivido. Lleva por título” El regreso a casa”


EL REGRESO A CASA
Se pierden en el horizonte,
parecen que no terminan,
las carreteras andaluzas
por cansancio me dominan.

Quiero llegar al Puerto
¡Acelera! ¡Acelera!
Para pasar la noche
junto a mi compañera.

Yo elegí el camino:
la carretera costera.
Pasé por Almería
por Málaga y Marbella

Fuengirola y Algeciras
ya se han quedado detrás.
Me estoy acercando al Puerto
que es donde quiero llegar.

Asomada a su balcón,
viendo los coches pasar,
me está esperando mi esposa
para poderme abrazar.

Y los cuatro retoños míos,
que tanta guerra me dan,
aunque ya estén dormidos,
cuando yo llegue se despertarán.

¡Qué larga es la carretera!
¿Cuánto más falta ya?
Ya estoy viendo Valdelagrana
y ahora el puente Nuevo, el Penal…
y enseguidita, “El Tejar”.


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