miércoles, septiembre 14, 2005

EL CACHORRITO



Una fría mañana de enero, sobre las once y media, David salió de la escuela muy preocupado. Andaba cabizbajo, con la mochila llena de libros sobre su espalda, pensando en lo que le había ocurrido en la clase unos minutos antes, y llegó a la conclusión de que aquél no era su día: con una goma elástica, colocada entre sus dedos pulgar e índice, se había dedicado a lanzar bolitas de papel a sus compañeros de clase, con tal mala fortuna que le había dado a uno de ellos en un ojo y lo habían tenido que llevar al botiquín, de donde salió con el ojo tapado y llorando a mares.
El maestro se enfadó mucho con David, y le recriminó que no estudiase, que sólo sabía hacer maldades. Lo echó de la clase y le dijo que llamaría a sus padres y les informaría de su comportamiento. “Y todo por culpa de ese imbécil, que no aguanta ninguna broma; es un quejica", pensó David mientras caminaba hacia su casa. Luego, calculando las consecuencias de su acción, concluyó: " Mejor es que me hubiera quedado hoy en la cama con dolor de cabeza".
De pronto, al pasar junto a unos contenedores de basura, escuchó un ruido, algo así como un quejido. Sin pensarlo dos veces, David levantó la tapadera del contenedor y se quedó asombrado: un perrito pequeño, como una bolita de lana, de unas cinco o seis semanas de edad, trataba de mantenerse en pie sobre una bolsa de basura; emitía pequeños ladridos y todo su cuerpo temblaba de frío y de miedo. David lo cogió entre sus brazos y decidió quedárselo.
Mientras avanzaba hacia su casa, recordó que sus padres estaban en contra de que la gente criase animales en los pisos: falta de espacio, de higiene; había que vacunarlos, sacarlos a la calle para hacer sus necesidades —cosa mal vista por los peatones—; riesgo de mordeduras, tener que gastarse dinero en veterinarios y alimentos, ect. Además, no era el día más apropiado para intentar convencer a sus padres: el maestro ya los habría llamado por teléfono, diciéndoles lo que había pasado en la clase. “Ese tío es un chivato", dijo en voz baja sin darse cuenta, y el perrito le miró sin entender nada.

Decidió esconder al perro en el jardín de un chalet deshabitado que había junto al edificio donde vivía. Le hizo un pequeño refugio con unas maderas en una esquina del jardín; lo ató a una rama del seto que limitaba la parcela con una cuerda que encontró en un contenedor de basuras, y le puso un pequeño bozal que hizo con el cordón de su zapato, para evitar que el animalito ladrase y que alguien lo descubriera.
Al entrar en su casa recibió sin rechistar la reprimenda que le dieron sus padres, quienes le castigaron en su habitación sin salir, sin ver la televisión y sin juegos de ordenador: sólo debía de hacer los deberes que tenía aún pendientes.

Desde su ventana, situada en el primer piso del inmueble, David vigilaba el refugio del cachorro. Por las noches apenas dormía, y se levantaba para mirar por la ventana cada vez que escuchaba algún ruido. No miraba tampoco  sus libros ni hacía los deberes.
David apenas comía: le daba al perrito la mitad del bocadillo que su madre le metía en la mochila para la hora del recreo; luego, por la tarde, le daba parte de su merienda.

Un día, David se asustó mucho cuando llegó de la escuela y no halló al cachorrito en su escondite. Vio la cuerda y el bozal en el suelo, pero ni rastro del perro. El chico lo buscó por los alrededores, pensando que el animal se habría soltado y estaría husmeando por allí cerca. Al no encontrarlo, David se puso muy triste, y una gran opresión le invadió el pecho; las lágrimas se le saltaron y comenzó a llorar, mientras que continuaba la búsqueda por las calles cercanas.
Fue hasta la Perrera Municipal, pues sabía que el coche municipal pasaba de vez en cuando y recogía los perros abandonados para matarlos al cabo de unos días si no aparecían sus dueños. Allí vio numerosos perros de diferentes razas y tamaños, los cuales sólo tenían una cosa en común: la mirada triste y la cara de pena que tienen todos los perros que han sido abandonados por sus amos al darse cuenta de  que ya nadie los quiere...

David no encontró a su perro entre aquéllos. Entonces salió a la calle y se sentó en la acera, puso su cabeza entre los brazos y lloró amargamente la pérdida de su cachorrito. Estuvo así durante casi una hora; luego pensó que, de todas formas, él no podía guardar en secreto indefinidamente al cachorro: algún día sus padres lo habrían descubierto y se lo habrían quitado para echarlo a la calle, abandonado a su suerte; o lo habrían llevado a la perrera. "Mejor es que lo haya perdido ahora, que apenas nos conocemos, que no más tarde, cuando fuese grande y nos hubiésemos hecho amigos", dijo para sí.
El chico se fue despacio hacia su casa, con la esperanza de que alguna familia buena se lo hubiese encontrado y lo criase bien, ya que él no podía hacerlo. Al entrar en casa, sus padres le dieron un beso y le dijeron:

— Felicidades, David, hoy cumples diez años. Hay tarta de cumpleaños para merendar, y puedes invitar a tus amiguitos.

David no dijo nada, agachó la cabeza y se fue a su habitación murmurando: "¿Qué me importa a mí la tarta, ni mi cumpleaños? Los mayores sólo piensan en celebrar  fiestas. ¡Tonterías! A la hora de la verdad todo es mentira: no les importa nadie, no quieren a nadie; van a lo suyo".
Al abrir la puerta de su habitación, David se quedó boquiabierto, con los ojos grandes abiertos y sin poder hablar: sobre su cama, con un lacito rojo alrededor del cuello, y meneando alegremente su rabito, se encontraba su perrito.
David saltó de alegría y fue corriendo a cogerlo, lo abrazó y le dio muchos besos, mientras que el animalito movía su cola y le lamía la cara, loco de contento.

Los padres de David habían notado que al niño le ocurría algo, pues apenas comía. El chico se guardaba la comida en la mochila y les decía: " Para luego". Al salir al jardín  escucharon  un ruido, algo así como un maullido, se acercaron a mirar y descubrieron al perro, atado y con el bozal, dentro de un agujero cubierto de tablas. Estaba lleno de pulgas y muy sucio. Se lo llevaron a su casa, lo bañaron y decidieron quedárselo para David.

— Pero, ya sabes: si no estudias y no te portas bien en la escuela, lo echaremos a la calle —le dijeron al chico.
David se abrazó a ellos y los besó. No dijo nada, pues estaba muy emocionado y a punto de llorar de alegría.
Aquel año, David sacó un Notable en todas las asignaturas. Bueno... en todas no, sólo le quedaron dos para recuperar en septiembre; pero él les prometió a sus padres estudiar mucho durante el verano.

FIN

4 comentarios:

  1. ¡¡¡Qué bonita historia!!! Esas son las mías, hasta lloro de emoción.
    Precioso amigo, besos para dos que están cerca del sur, sur.

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  2. Muy tierna tu historia me recuerda a mi hijo pequeño, todos los animales que encuentra los quiere meter en casa. Leche, acabo de darme cuenta, tu y tus historias siempre me recuerdan algo. Gracias Juan por ello y por compartir. Besos amigo.

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  3. ¡Muchas gracias, Higorca! Sé que te gustan los animales. Este cuento podría ser real, hay muchas familias que han tenido experiencias similares. Un beso para ti y abrazo para el pintor.

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  4. Hola, Mercedes! Como le digo a nuestra común amiga Higorca, es una historia que se ha vivido en muchos hogares. Celebro que en el tuyo también.Gracias a ti por ser mi fiel lectora.Besos, guapa.

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